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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Después de los 18, todos tenemos la misma edad

Vaya la vida con sus cosas... En franca meditación he notado cuán grandes son las volteretas que da el tiempo al pasar. Como adultos vemos nacer a muchos niños a los que cuidamos, protegemos y hasta regañamos. No nos detenemos a pensar en que solo hay que esperar 18 años para que estén de “tú a tú” con nosotros. Después nos damos cuenta de que el sobrino y el tío, que muy bien pudieran ser padre e hijo, salen juntos a disfrutar de un buen momento y sin la necesidad de que se pierda el respeto. Ya no hay temas vedados, no hay hechos qué esconder ni mucho menos ese aire de superioridad que, a veces mostramos a los más pequeños. Eso sí, es solo en asuntos de edad, pero en lo que tiene que ver con el respeto, este debe ser siempre el mismo. Así es que funcionan las cosas en la realidad, ¿pero qué tal se desenvuelven en una ciudad fabulosa? Para conocerlo fue preciso enviar a un padre con su hijo de 18 años a ver cómo se llevan allí los que se asemejan a ellos. Con entusiasmo les veían jugar baloncesto juntos y defender su juego con respeto. Luego los vieron marcharse, el hijo manejando el vehículo de su padre. Ya más ligeros, entraron a un establecimiento donde ambos se tomaron una sola cerveza para refrescarse, no para embriargarse. Reían, pues aparentemente se contaban cosas que les resultaban graciosas. Esto también les hizo pensar a los huéspedes de aquella ciudad fabulosa, que en los momentos difíciles también hay esa complicidad, y que en efecto: después de los 18 años todos tenemos la misma edad, pero independientemente de ella, todos nos debemos el mismo respeto.

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