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COSAS DE DIOS

Cuando conocí el miedo

No me dijo ¡Cuánto has cambiado!, pero sé que lo pensó. Hablamos por teléfono después de años sin comunicarnos. La localicé al enterarme que se marcha a Nicaragua. Nos conocemos desde que Faustina Posada, misionera dominica, acampaba en las lomas de El Seibo con grupos de jóvenes a los que primero se sumó mi hermano Henry y, luego, yo, en ese momento, casi una niña.

La madre Faustina trabajaba con adolescentes, los que teníamos pan en la mesa y los marginados que vivían en barrios muy pobres. Hasta allí fuimos nosotros para alfabetizar adultos, presentar obras de teatro, brindar amor y solidaridad.

Ahora, casi cuatro décadas más tarde, le pregunto qué hará en Nicaragua. Entusiasmada, habla de “nuestra Nicaragua”, aquella que admiramos tanto mientras estudiábamos la Teología de la Liberación, y me cuenta que va a vivir en un barrio muy pobre para apoyar a jóvenes marginados y sus familias. Igual que aquí.

Reconoce que representa mucho trabajo y largas caminatas, pero lo intentará. Y yo que, al saber de su viaje, me hice la falsa idea de que se retiraba a vivir tranquila. Ni se me ocurrió que retomara en cero su labor misionera. Confieso que sentí miedo por ella, por el cambio, a su edad, pero no se lo dije.

Entonces, me pregunta por mis hijos. Le cuento que escalarán el Pico Duarte. Ella lo celebra y asume que voy también. Le respondo que ya estuve allí y que van con su papá. Cuando repite ¡qué bueno!, respiro hondo y le confío mis temores. “Estoy preocupada, me asusta que corran ese riesgo”.

“¿Tú? Pero si tú no le tenías miedo a nada”, replica. ReflexionoÖ es cierto. Escalé el Pico Duarte, la Pelona y otras montañas más pequeñas. Anduve en moto por el desierto, me lancé en tirolesa, ocupé el lugar de mayor riesgo junto a un piloto que hacía acrobacias en el aire. Hasta traté de lanzarme en paracaídas y bucear.

Pero ahora, que mis hijos escalan la elevación que yo subí hace 21 años, tengo el corazón en la boca; voy de sobresalto en sobresalto. Quisiera dormir los cinco días que estarán por allá y despertar cuando regresen a mi lado, sucios de lodo, pero sanos y salvos.

¿Cuándo pasé de adolescente temeraria a mujer temerosa? Faustina, mi amiga, la monja intrépida, se estará preguntado eso. Sospecho la respuesta. En el momento que me convertí en madre, justo en ese instante, conocí el miedo.

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