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Un domingo a Guadalajara

Patio. En el Palacio del Infantado, Alexis admira las bellísimas arquerías del Patio de los Leones.

Patio. En el Palacio del Infantado, Alexis admira las bellísimas arquerías del Patio de los Leones.

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Carmenchu BrusíloffGuadalajara

Wad-al-Hayara, o Río de Piedras, es como a Guadalajara se la conocía en tiempos de la ocupación sarracena. Es obvio que su nombre castellano deriva de este. Hacia ella, capital de la provincia homónima, me dirijo desde Madrid en un tren con tres niveles en su interior. Es la primera vez que me adentro por esta región en el centro de la península ibérica.

En la estación de Guadalajara pregunto a un lugareño cómo ir al centro. ‘¿A pie?’ Sí. Entiendo, ilusa de mí, que el centro está cerca. Me explica con detalle. Obvia advertir, empero, que el trayecto es casi siempre cuesta arriba y son varios kilómetros. Tras un rato de andar y observar en lontananza el posible recorrido iniciado por mi hijo Alexis y yo, regresamos a la estación en busca de un taxi. Solo hay uno y a punto de irse. Tenemos suerte. El conductor nos deja en el parque de la Huerta del Infantado donde, frente a la Glorieta de la Aviación Española, funciona la oficina de gestión turística municipal. De lunes a domingo abre a las 11:00 de la mañana y cierra a las 2:00 de la tarde. Llegamos a tiempo. (Los viernes y sábados abre también de 5:00 a 7:00 de la tarde).

Con un plano y varias explicaciones que nos dan verbalmente buscamos el punto de interés más cercano. Es uno de los edificios emblemáticos de esta ciudad: el Palacio del Infantado. De estilo gótico mudéjar y considerado el más hermoso edificio de Guadalajara, se levanta en la Plaza de los Caídos con una fachada donde resalta la decoración en puntas de diamante. Sobre la entrada, el escudo de los Mendoza, la familia que lo construyó como su residencia. Una impresionante galería de balcones y garitas en el último piso remata la fachada.

Tan pronto ponemos un pie en el interior, atrapa nuestra atención un amplio patio rectangular con doble arquería donde en alto relieve se reiteran las parejas de leones. Es el Patio de los Leones. Hermoso, pero desolado.

Al Museo Provincial que funciona en el palacio, por alguna razón que desconozco, la entrada hoy es gratis. Tres son las zonas en las cuales está dividido: arqueológica, etnográfica y una tercera dedicada a pintura y escultura. Cerca de su puerta, me detengo a admirar una bellísima escultura femenina sin cabeza, en mármol. Es de la época romana, aunque tallada por un artista de formación griega. No hay empleada a la vista, mas el eficiente vigilante se preocupa de buscar las boletas. Numerosas vitrinas se suceden en varias estancias. En ellas hay objetos de distinta procedencia, representativos incluso de varias religiones: cristiana, islámica y judía. No nos detenemos a mirar de forma individual, salvo algunas caretas representando el símbolo del mal. En la Sala de los Frescos nos regodeamos con una sucesión de artísticas expresiones. Hay bellísimas pinturas en los techos, hacia los cuales dirigimos la mirada. Quedan por visitar el jardín y otros espacios, pero nos falta el tiempo. Ahora vamos a la Plaza Mayor.

Edificio con historia En el Palacio del Infantado, de estilo gótico mudéjar con algunos elementos renacentistas, tuvieron lugar las bodas de Felipe II e Isabel de Valois y de Felipe V con Isabel de Farnesio. Se levantó en el siglo XV, por encargo de don Iñigo López de Mendoza, segundo Duque del Infantado. Fue reformado en el siglo XVI y destruido por un bombardeo durante la Guerra Civil de España, en 1936. La restauración actual se realizó entre los años 1960 y 1970.

Escultura. Figura femenina en mármol de la época romana, tallada por un escultor griego.

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