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COSAS DE DIOS

La odiosa soledad

“Solo necesito compañía, alguien con quien hablar”, la escucho. Tiene 84 años. Es una farmacéutica retirada que nunca se casó, ni tuvo hijos. Aunque se siente agradecida de la vida, no le gusta el silencio que la rodea. Entonces, decide llamar a una extraña cuyos artículos lee en el periódico, a mí.

Me cuenta que fue novia de uno de los expedicionarios del 14 de junio. Que vivió en Estados Unidos. Que se enamoró de un amor imposibleÖ que escribe poemas, sabe de música y cree en Dios.

Dilcia, así se llama esta amable lectora, hace un mes perdió a la que, durante casi 70 años, fue su mejor amiga, Altagracia. Se conocieron en la adolescencia. Luego, emigraron, desde Barahona, a la capital. Las cartas del futuro esposo de Altagracia llegaban dirigidas a Dilcia, quien ya era universitaria, mientras su amiga aún estudiaba en el colegio, donde tenían como regla abrir la correspondencia de las alumnas.

No asistió al funeral, los allegados decidieron evitarle ese impacto. Pero, tal vez por eso, a veces, olvida que Altagracia murió y toma una noticia del periódico con la intención de llamarla para comentársela, entonces, se acuerda que ya no está. Tampoco un amigo y otros más que también fallecieron recientemente. “El tiempo pasa -dice doña Dilcia-. Todo termina. Ahora solo necesito alguien con quien hablar”. Reflexiona en voz alta y dice que no sabe por qué me cuenta a mí todo eso. Yo sospecho la razón, es una mensajera.

La tarde en que recibí su llamada, había estado en una estancia de paso para viejitos, de donde salí conmovida por la situación de desamparo que atraviesan las personas muy pobres de la tercera edad.

Pese a que los vi bailar y reír, en una actividad organizada para ellos, llegué al periódico convencida de que si tuviesen más ropa, medicina y comida estarían siempre así de contentos. Dios, que no deja pasar una, me hizo saber, muy pronto, mi error.

Bastó escuchar a doña Dilcia para comprender que, por encima de las carencias, lo verdaderamente odioso, insoportable, cuando recibes el regalo de llegar a la vejez, es la soledad.

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