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REFUGIO

La vaquita, Merlí y yo

Cada día estoy convencida de que para poder avanzar hay que ser valiente, no aferrarnos a la mediocridad, tener claro que hay que tener una visión más amplia de la vida. Sin embargo, el día a día muchas veces nos consume, nos pasan los años y nos vemos aferrados y aferradas a un empleo que no nos hace feliz, un salario injusto, un jefe abusivo, y lo peor: nos acostumbramos a eso.

Casi siempre tiene que suceder algo que nos haga reaccionar, y nos lleve por el camino correcto. Sí, al que estamos destinados y destinadas.

Hace días en una serie (que me encanta) llamada Merlí, escuché una historia que para mí fue un verdadero despertar. Se trata de un maestro que paseaba con su discípulo cuando vio a lo lejos un lugar pobre y decidió visitarlo. Llegando al sitio constató que allí vivían una pareja y sus tres hijos. La casa era de madera, todos iban descalzos y sus ropas estaban sucias y rasgadas.

Se aproximó al padre de familia y le preguntó: “En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni comercio posible. ¿Cómo hace usted y su familia para sobrevivir aquí?”. El señor respondió: “Nosotros tenemos una vaca que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte la vendemos o cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina. Con la otra parte hacemos queso, yogur y demás para nuestro consumo. Así es como sobrevivimos”.

El maestro agradeció la información y contempló el lugar. Luego se despidió. En medio del camino, se dirigió a su discípulo y les ordenó: “Coge la vaca, llévala a aquél precipicio y empújala al barranco”. El discípulo se quedó perplejo y le preguntó el motivo de tan drástica decisión, pues esa vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro no pronunció una palabra. Un día, el discípulo, agobiado por la culpa de haber matado la vaca, decidió visitar a aquella pobre familia y pedirles perdón. A medida que se aproximaba al lugar veía todo cambiado, ya no se veía pobreza. Todo lo contrario, pues los árboles estaban floridos. Ya no había una vieja casa de madera, sino una enorme casa de piedra, con todo tipo de lujos. Inclusive los niños, que antes vestían ropa sucia y rota, ahora estaban alegres y llevaban finas prendas.

El discípulo se sintió triste imaginando que aquella humilde familia tuviese que vender el terreno para sobrevivir. Al llegar a su destino, fue recibido por un señor simpático. El discípulo preguntó por la familia que vivía allí hacía unos tres o cuatro años. El señor respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el discípulo entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó años atrás. Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaca): “¿Qué hizo para mejorar este lugar y cambiar su vida de una manera tan increíble?”.

Muy entusiasmado, le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que se cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos el éxito que usted puede ver ahora mismo”.

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