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FOLCLOREANDO

El campito Los Ganchos

Lo primero que hicimos al llegar fue trasladarnos a un par de kilómetros para compartir en un gazebo con Hugo Paulino, amigo de Élida y su grupo de caminantes del Mirador Sur, comernos un puerquito, un morito, unos pollos criollos guisados, una ensaladita y un postre riquísimo de coco con leche, elaborado por una de las esposas del grupo. Un fin de semana bastó para sentirme relajada y con ganas de seguir afanando en mi hogar, luego de permanecer escuchando el sonido del río desde la habitación y la lluvia caer durante esos días en el techo de cana revestido de zinc. Fue un remanso en el campito de Élida Recio y Armando Acevedo, una pareja con 44 años de matrimonio, que goza sus anécdotas repetidas y que disfrutamos Wanda Ramírez y yo, hasta morirnos de la risa. Aunque expreso más arriba que esos días bastaron es mentira, quería quedarme, prefiriendo escuchar los grillos y las aves y no el ruido de las bocinas contaminante de los vehículos de motor de la Capital. Como nunca he tenido una casita en el campo, tengo el campo en mi casa, pero no es lo mismo ni es igual. De vez en cuando hay que salir de la rutina, aunque sea para ver una ranita en la rústica pared, sigilosa, preparada para dar un salto no se sabe dónde, buscando asilo seguro para dormitar tranquilamente en una de sus guaridas. Cada historia, cada cuento narrado por Élida no sabíamos en qué iba a parar, y eso fue lo bueno, esperar ese final con ansias para soltar unas carcajadas que nos energizó y me recordé de “La risa, remedio infalible”, de Selecciones. Conocimos a Carmela, que nos hizo una comida riquísima y a Francis, que nos llenó de carambola. Ya, al partir, en el camino Élida se fue parando para pagar en varios ventorrillos lo que debía de la comida de ambos día. “Ramonaaaaaaaa, ¿cuánto te debo de los huevos?” y Ramona contesta: “Fue un regalo”. Seguimos avanzando y otra parada: “Lily, ¿cuánto te debo del bacalao y los guandules? Y Lily contesta “trescientos ochenta” y Élida saca una papeleta de 500 y se la pasa. La última parada fue donde Minga para pagarle 49 pesos de una auyama para los guandules guisados que nos comimos ese día. Los Ganchos (en Villa Altagracia, San Cristóbal) es un vecindario en el que hay una buena convivencia, volveremos pronto.

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