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COSAS DE DIOS

Una sonrisa cumple 20 años

Ya tiene veinte años, bueno, aún no, los cumple mañana. Cuando lo dejo en el trabajo temporal que realiza en Infotep, gracias a un programa de la Fundación Manos Unidas por el Autismo, inclina la frente para que lo bese. Si lo hace una primera vez, y aún le falta peinarse, toma el peine y, tras concluir la labor inútil de domar unos risos indomables agravados por un remolino, vuelve a inclinar la frente, y yo lo vuelvo a besar.

Obedece sin chistar las reglas de mi vehículo en las mañanas. Primero el evangelio meditado. Busca el celular y lo pone. La única regla que se salta es la de las canciones después de la oración. En lugar de las que me gustan a mí, prioriza la banda sonora de la película el Príncipe de Egipto. Lo miro con gesto de reproche y sonríe pícaro. Son veinte años de esa sonrisa que llena de luz mi vida. Él, mi primogénito, es la única persona en el mundo de quien recuerdo la primera sonrisa. No había cumplido tres meses, yo me marchaba de viaje, y me enseñó las encías peladas. Todavía me pregunto si era un “no te vayas”.

Mi hijo padece autismo leve, y esta experiencia me ha llevado a conocer decenas de madres como yo que debemos luchar mucho para que nuestros hijos hagan lo que otros niños y jóvenes realizan sin grandes esfuerzos: escolarizarse, socializar con otros, meterse la camisa por el pantalón, cerrar el zíper, abrocharse lo botones, sonreír.

No se aman más estos hijos que aquellos sin esa condición, pero tenerlos nos ayuda a entender el amor de Dios. Comprendes que a cada hijo suyo Él le brinda lo que necesita y lo ama como es, no como debería ser.

A este nuevo veinteañero le espera un reto desafiante, la universidad, que también lo será para mí. Como he visto hacerlo a otras madres de jóvenes con esta condición, de la mano de Dios, habré de hacer o que sea necesario. Con ellos la vida es un reto minuto a minuto. ¿Pero cuándo no lo es? La diferencia radica en que con nuestros hijos la lucha produce frutos maravillosos. Tanto que pueden pasar veinte años sin darte cuenta, y el bebé de encías peladas, que te sonreía desde la cuna, ahora lo hace junto a ti en el auto mientras coloca la música que le da la gana. Ayer lo hizo otra vez, pero con mi permiso, una concesión por su cumpleaños. ¡Felicidades Javier! Amor mío.

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