Una reflexión coyuntural

Orlando Jorge Me­ra

Orlando Jorge Me­ra

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ELIGIO JÁQUEZNueva York, EE.UU.

No pude resis­tir la tenta­ción de ano­tar y hacer visible una idea de las que pululan en mi cabeza en los últimos días, como consecuen­cia de algunos dramáticos acontecimientos acaeci­dos en el país, como si fue­ran pocos los abatimientos que sacuden a la humani­dad con pandemia, guerra, escasez y consecuente ca­restía que dificultan la vida del planeta, desde el gobier­no más encumbrado hasta el ciudadano más humilde.

En días recientes han ocurrido algunos hechos que nos obligan a hacer re­paros a nuestras vidas para reducir los sobresaltos natu­rales a los que nos obliga el diario vivir, con tantas inno­vaciones, avances y retroce­sos que se tornan en impre­decibles los designios del destino.

En cuestión de sema­nas, la muerte nos arrebató dos vidas de enorme utili­dad para la evolución social del país: Orlando Jorge Me­ra y Francisco Tomás Rodrí­guez.

Una vez se propagó co­mo pólvora la ocurrencia de ambas tragedias, en los medios, redes, radio, tele­visión, las conversaciones ordinarias, las llamadas te­lefónicas... estas noticias se volvieron tendencias. Aun­que las muertes tuvieran ra­zones diferentes, en ambos casos abundaron los lamen­tos, uno por trágico y el otro porque se nos iba un técni­co de aportes fecundos al desarrollo nacional.

A medida que fueron avanzando las horas, fluye­ron centenares de páginas, editoriales y comentarios, sobre la conducta, los apor­tes y el legado de los falleci­dos.

Llega uno a pensar que te­nían ellos el terrible desafío de morir para que sus obras de bien, su alcance, su conducta y sus aportes tras­cendieran.

Vemos incontables hom­bres y mujeres dedicados a la vida pública, bregando en medio de dilatadas in­comprensiones, acostándo­se a dormir en horas de la madrugada y a veces des­de la cama, pasando men­sajes a sus compañeros de trabajo, marcándole tareas pendientes. Algunos que de­jaron un trabajo propio muy

productivo, para ahora dedicar tiempo para servir al país, cobrando un salario módico y otros ni siquiera cobrando.

A Frank Rodríguez lo vi­mos por años planeando el aprovechamiento de las aguas represadas en las pre­sas de Sabana Yegua, Saba­neta, Rincón, Tavera e im­plementando los proyectos de desarrollo: Yaque del Sur, Azua (YSURA); Agua­cate, Limón del Yuna y Pozo (AGLIPO); Proyecto de Rie­go Yaque del Norte (PRYN); Bajos Yaque del Norte (BYN); Centro de Capacita­ción de la Reforma Agraria (CECARA); Plan Integrado de Desarrollo Agropecuario (PIDAGRO); Plan de Con­solidación de la Reforma Agraria, entre otros. Cuan­do pierde un recurso huma­no tan valioso como Frank, al país le queda un vacío muy difícil de llenar.

Él no tuvo que ser un diri­gente destacado de un par­tido político para trascen­der a la vida pública. Sus dotes hablaban por él y ahí están sus aportes como tes­timonio de su labor.

Como compañero y ami­go, a Orlando lo vimos cre­cer, nunca encaró a nadie su linaje.

Trabajó política tanto co­mo el que más, cumpliendo misiones y cuando su trabajo lo catapultó a cargos del po­der público, lo ejerció con en­tereza, dedicación, eficiencia y humildad.

Lo vimos cruzar llanos, praderas, montañas, arro­yos y ríos, a menudo hu­medeciendo sus labios para atenuar las temperaturas de sus avatares.

Varias veces lo vimos tre­par a Valle Nuevo de Cons­tanza, para asegurar que ese lugar sagrado fuera re­servado para cumplir su misión de dispensar agua a buena parte del país, sin ignorar el acto de justicia, que cristalizó días antes de morir, de compensar eco­nómicamente a trabajado­res agrícolas abnegados, que en búsqueda de susten­to, habían llegado a esas al­turas a explotar esas tierras, desde varios años atrás.

Nos queda ahora la lec­ción de auscultar si a los ser­vidores públicos, les debe esperar la muerte para te­ner la póstuma satisfacción de ser valorados en su paso por la vida. Si es necesario morir, para que su obra sea justipreciada.

Creo que la democracia, la opinión válida, el derecho a la libre expresión, pasan por la disyuntiva de reclamar que en medio de la crítica a la que todos tenemos derecho y de la que pocos escapan, no se omita el reconocimiento a la buena obra en vida, que pue­de ser una buena razón para que los días por vivir no dejen de ser placenteros hasta el úl­timo momento.

A nuestro país le faltan muchas cosas por lograr y a medida en que estas se alcan­cen, debería ser para impul­sar el bienestar colectivo.

Se requerirá mucha tem­planza y madurez para que cada dominicano empuje en la misma dirección a fa­vor del desarrollo del país y quien no pueda sumar sus bríos debería tener la gran­deza de dejar que los que sí queremos, lo podamos rea­lizar sin la necesidad de ha­cer el esfuerzo de vencer también su resistencia.

El autor es dirigen­te del PRM y cónsul en Nueva York.