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En el centenario de Ana María Herrera Cabral

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Tamara Cubilete de MirandaSanto Domingo

A los 100 años, todo un centenario del nacimiento en Baní de Ana María Herrera Cabral, febrero 21 de 1918 y a los 15 de su partida a la casa del Padre, 12 de agosto del 2005, es bueno recordar a la maestra, la amiga, la familia entrañable. Es fácil evocar a la Señorita, pues son tantos los recuerdos que rápidamente se asocian a algo de ella. Empezaré con la profesora Cyntia Dickicson:

- Dime alguna cosa especial que tú recuerdes de Ana María. “Tan amable, siempre dispuesta a ayudar a una. Era fuerte por fuera, no se podía dejar mangonear, pero en el fondo maravillosa. Yo la quise mucho. Muy familiar. La vivo recordandoÖ Solidaria ante todo”.

La pregunta es la misma para todo el mundo. Le tocó el turno a la profesora Ana Peguero de los Santos:

“Me acogió bien cuando yo llegué al Instituto (venía de San Juan). Me respetó mucho. Yo la ayudé en muchas cosas. Sintió mucho mi partida cuando fue imperativa mi salida. No se le pasaba nada. Una directora con autoridad y firmeza. La respetaron todos, empezando por los de la Secretaría. Trabajaba con entusiasmo. Celosa de su trabajo y puntual. Nunca en el tiempo que trabajé con ella faltó a su escuela y cuidaba mucho de sus maestros”.

El profesor Víctor Coats, respondiendo a la pregunta planteada, argumentó:

“Bueno; malo no puede ser. Una mujer de mucha valía. No le dio importancia a las cosas de este mundo; a lo económico, por ejemplo. La considero una maestra nata. Sirvió al país, al Estado, a la sociedad más allá de lo normal.

Tirsa Luna de Gómez: “Maestra cumplidora del deber. Una mujer extraordinaria, todos aprendimos mucho de ella. Comprensiva con nuestras necesidades. Nunca faltó al Instituto durante todo el tiempo que trabajé en él”.

Marina Castillo Martín: “Yo era una niña, ella me quería mucho y yo a ella. Aunque no lo era, de hecho yo era su ahijada y ella mi madrina”.

La profesora Genoveva Martín de Castillo: “Una de las mejores directoras que han pasado por Salomé Ureña. Para mí, fue un oro. Yo la quise mucho. Demasiado celosa de su trabajo”.

Para la profesora Dorita Gil: “Excelente persona. Recta y autoritariaÖ pero, ¿sabes? Ana María era tímida. Muy dedicada a su labor, entregándose por entero a esa causa noble.

Lady Esther: “Era una gran compañera.

Para la profesora Nancy Vásquez de Amaro: “Era tan buena personaÖ así, con remembranzasÖ cariñosa, amable, aunque así de pronto aparentaba lo contrario por la seriedad que ponía en su trabajo. Es digna de que se le recuerde y se le honre, poniéndole su nombre a una escuela. Lo que hizo por las niñas del Salomé Ureña no se puede olvidar. Su trabajo era de una dedicación a tiempo completo”.

Gisela Nova: “Era una mujer buena, de compromiso. Comprometida con el país, con la sociedad, con la juventud a la que quería sobre todas las cosas. Disfrutaba los triunfos de las alumnas. Fui testigo de su altruismo cuando alguna estaba en apuros. Esperemos que las autoridades le dediquen un centro aquí en Baní, su ciudad natal”.

Esas son algunas cosas de Ana María en el recuerdo. Yo quiero recordar las visitas de personalidades al Instituto, a veces la idea era de ella; otras veces, de cualquier profesor(a). Entre esas visitas podemos recordar desde las hijas de Pedro Henríquez Ureña, Sonia y Natacha, a quienes el coro les cantó el Himno a Salomé Ureña, de la autoría de César Nicolás Penson. El ingeniero Eligio Hichez Fría, con el tema “Medio ambiente y la ecología”. Las doctoras Piki Lora y Flavia González, y el tema de ambas, en años diferentes, fue “La condición jurídica de la mujer dominicana” (la escuela era de mujeres). El arzobispo, cardenal López Rodríguez. La doctora Martha Olga García Santamaría y el tema fue el “8 de marzo: Día Internacional de la Mujer”. Era la Dra. Martha Olga García Santamaría, directora de la Oficina de la Mujer, precursora de la Secretaría, hoy Ministerio de la Mujer.

Era Ana María una anfitriona maravillosa. Los niños la querían.

Aunque el Decreto 304-88 le otorga la condecoración de la Orden de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de caballero, nunca le dieron la presea. Su hermana Isabel (La Chica) tiene eso en la entrada de su casa “hasta que se muera”.

Cuando recordábamos su generosidad, su mano siempre abierta para los necesitados, me dijo La Chica: “Eso es herencia de familia, pues todo el que se acercaba a mi casa, siempre recibía”.

Señorita Ana María Herrera Cabral Todos los que la conocieron coinciden en destacar su responsabilidad, su solidaridad, su acogida. También en ella se destaca su entusiasmo en las celebraciones patrias y las del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Invitaba a personalidades femeninas para que le hablaran a las alumnas. Una vez fue la doctora Martha Olga García Santamaría, en ese momento directora de la Oificina de la Mujer, en la antesala a la Secretaría, hoy Ministerio de la Mujer. La doctora Martha Olga García Santamaría trató sobre la efemérides del día, día que inauguró como Dirección con una corona de flores ante el busto de Salomé Ureña que hay en el Instituto. También le preocupaba la condición jurídica de la mujer dominicana y, para tratar el tema, invitó, entre otras, a la doctora Piki Lora, y a la doctora Flavia González. Con respecto a lo ecológico y al medio ambiente, fue invitado el ingeniero agrónomo Eligio Hichez Frías.

Cuando por fin se cumplió el deseo de Pedro Henríquez Ureña de que sus cenizas pudieran descansar junto a los restos de su madre, nuestra gran Salomé Ureña, la profesora Tamara, quien suscribe, invitó a sus hijas, Sonia y Natacha, a visitar el Instituto; sabía que esa invitación contaría con su aprobación, y así fue. La Señorita y todo el personal regocijados. El coro del plantel interpretó, entre otros temas, el Himno a Salomé Ureña, de la autoría de César Nicolás Penson. Ellas nunca lo habían escuchado.

Otro invitado fue el arzobispo y cardenal, monseñor López Rodríguez.

Los triunfos de las alumnas eran disfrutados por todos, pero la Señorita y doña Amantina Medina viuda de Ubiera, la subdirectora, era un gozo como si de algo personal se tratara. Y así era, pues era mucho su esfuerzo para logarlo, como las becas de Intec con los jóvenes talentos. Otro fue un empleo que le dieron a una alumna en la Secretaría de Educación después que completó la “labor social” allá. Tanto lo disfrutó, que hasta en la graduación dijo que lo celebró. Asimismo, la Aventura del Descubrimiento (creo que es así), dos alumnos fueron seleccionadas para participar en ese primer viaje con estudiantes de todo el continente.

Al final, la señorita siempre tendía la mano, su cartera siempre abierta, disponible para ayudar a las niñas y a sus familias en apuros. La Chica, su hermana Isabel, dice que eso es herencia de familia.

Era Ana María una gran anfitriona. Sus cumpleaños eran una fiesta donde los sobrinos nietos lo pasaban estupendamente.

*Ana María Herrera Cabral La señorita Ana María Herrera Cabral es modelo que puede ser imitado, pues desde su infancia ha estado adornada de virtudes morales, cívicas y familiares que le permitieron desarrollarse como una persona responsable y, sobre todo, comprometida con su comunidad. Sus estudios primarios los realizó en Baní, luego realiza los secundarios viajando al a ciudad de San Cristóbal. Su formación pedagógica la recibió en esa ciudad, en 1943.

Junto a sus hermanos fundó una Escuela Secundaria Nocturna en su ciudad natal con el propósito de contribuir con la formación de la juventud, que se veía obligada a descontinuar sus estudios porque no existía una escuela donde terminar su bachillerato, sin tener que trasladarse a otra población.

Fue nombrada maestra en la Escuela de Niñas Juan Pablo Duarte, al mismo tiempo que trabajaba en la escuela nocturna. Puede decirse que Ana María fue pionera en este tipo de escuela. En ella desempeñaba todos los roles, lo cual pudo hacer por sus dotes organizativas. Trabajaba en horas extra con todo entusiasmo, movida por el ideal común del bienestar de los demás.

En 1952, la Escuela Nocturna fue oficializada y ella nombrada primero como secretaria y luego directora de la misma. Más tarde sus padres se trasladaron a Santo Domingo, por lo que tuvo que acompañarlos y dejar todo cuanto había realizado, para que otros continuaran su labor.

A su llegada fue recomendada de manera especial por Adriana Mejía Billini a la directora del plantel, Celeste Montás, para que ocupara una vacante de maestra en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña. Más tarde, del cargo de maestra fue ascendida a inspectora especial, por su carácter responsable y enérgico y por su dedicación al trabajo. Después fue nombrada secretaria docente del mismo centro. Este trabajo lo realizaba durante la mañana, mientras que en la tarde, a partir del año 1974, formó parte del personal del Liceo Vespertino Unión Panamericana de Villa Juana, como secretaria docente. Para 1977 es designada directora del Instituto Salomé Ureña, cargo que desempeño con amor, altura y mucha eficiencia.

Entusiasta del Plan Decenal de Educación, al cual dio todo su apoyo, y con profundo criterio de actualización y capacitación, impartió al personal bajo su dirección talleres de capacitación sobre los reglamentos y las ordenanzas.

Nació en Baní, siendo sus padres don Fabio Florentino Herrera y doña Águeda Cabral Billini.

Cumplidora de los deberes que se le asignan, es justa, capacitada, trabajadora y altruista, virtudes que demostró a lo largo de 42 años en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña en los diversos cargos que le tocó desempeñar.

Su despedida como directora constituyó un acontecimiento donde se dieron cita exalumnos y maestros, abundaron las flores, las placas, los discursos emotivos, y el Instituto le entregó una Medalla de Oro.

La labor docente de la señorita Herrera Cabral es reconocida por la Secretaría de Educación, el Instituto de Señoritas le rinde tributo, calificándola de “Soberana Excelsa del Cumplimiento del Deber”. Recibió con gran honor la Medalla al Mérito, otorgada por el Consejo Nacional de Educación; entre otras distinciones.

*Tomado del libro “Maestras y Maestros Dominicanos del siglo XX”, de la Dra. Zoraida Heredia Vda. Suncar, Fundación Consuelo Pepín.

Primera edición, agosto de 2001.

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