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ENFOQUE

Experiencia de viajes a ‘las dos’ China

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Víctor Gómez BergésSanto Domingo

Hay una realidad geopolítica que no admite discusión. Dos pueblos de un mismo origen, historia, idioma, religión, costumbres y tradiciones, se dividen la soberanía de una sociedad con historia milenaria y de profunda raigambre.

‘China Continental’ es un vasto país con larga historia y cultura singular. El pueblo chino es pacífico y tiene el más alto respeto por la buena fe y la rectitud.

Es el país más grande y poblado del mundo, con una extensión territorial de 9,596,961 kilómetros cuadrados, tenía una población para el 2010, que superaba los 1,400 millones de habitantes.

Y la ‘República China’ en una isla de 35,981 kilómetros cuadrados con una población de 1,379,000,000.

Ambos estados los divide el “Estrecho de Formosa” dentro del Mar Oriental de China.

La República de China está situada en la isla de Taiwán.

Las diferencias que mantienen divididas esas dos sociedades merecen sus comentarios.

Luego de 69 años de la “Revolución Popular” que dividió ambos pueblos, cada una viene trillando caminos diferentes.

Una fue liderada por el legendario líder rural Mao Tse Tung quien gobernó desde el año 1949 hasta su muerte en 1976, logró concitar el apoyo de aquella inmensa población luego de su “larga marcha” hacia Yenan y la otra regida por el caudillismo militar, del general Chiang Kai-Shek, se encuentran divididas y gobernadas por sistemas políticos opuestos, en la una impera un régimen fuerte firmemente apoyado por su pueblo e inspirado en la doctrina comunista, en la otra el sistema de la democracia representativa.

Con apenas treinta días de diferencia, en 1980 tuve ocasión de visitar ambas naciones, por invitación de ambas partes.

Primeramente, visité China Continental durante quince días, en compañía de 11 legisladores dominicanos desempeñándome como Senador de la República y Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de ese Organismo, invitados por el Parlamento de ese País.

A la República de China fui accediendo a una invitación que me extendió ese Gobierno.

China Continental, gobernada por un régimen de fuerza, lucía un pueblo encarcelado, lejos de la civilización y de los adelantos de la tecnología, sus gentes tristes y cabizbajos, siempre caminando de prisa, como si estuvieran bajo el rigor del encerramiento que les impuso en la antigüedad la construcción de su famosa Muralla China, que data del año 255 A de C.

Para la época de nuestro viaje, China Continental se encontraba inmersa en una lucha tenaz por salir de la miseria y pasar al nivel de la pobreza.

Recién comenzaba un lento proceso de industrialización y como resultado del mismo, ya fabricaban abanicos eléctricos, televisores, máquinas de coser y alguno que otro utensilio de uso doméstico.

No se conocía la sumadora eléctrica, mucho menos la electrónica que se fabrica hoy por millones. En las tiendas se continuaba utilizando el ábaco, instrumento milenario usado para calcular, desde antes de Cristo.

Todos los habitantes de China Continental, vestían para la época, el típico traje creación del doctor Sun Yan Shen y solo variaba el color, de azul marino a gris y los militares que usaban el verde olivo. Hoy eso ha cambiado bastante.

La misma moda regía para las mujeres. La vestimenta o uniforme del pueblo, hacía difícil distinguir los hombres de las mujeres.

El medio de transporte masivo era la bicicleta. Había una por cada tres habitantes. Cada día invadían las ciudades alrededor de trescientos millones de este cotidiano instrumento de trabajo.

Los carros, camiones, camionetas o autobuses, eran extremadamente escasos, de manera esporádica se observaba alguno en la ciudad capital.

El pueblo se recluía en sus hogares a las 9 de la noche, Pekín parecía una ciudad muerta, solo en el “Gran Hotel Pekín” se advertía algún movimiento. A preguntas de por qué todos se retiraban a esa hora, se ofrecía una respuesta estereotipada: “Nos recluimos para estar prestos a iniciar de mañana temprano las obligaciones de trabajo”.

A las cinco de la mañana se comenzaba a advertir la presencia de enormes oleadas de chinos caminando por la ciudad hacia sus puestos de trabajo.

Para los ciudadanos de China Continental viajar fuera de su país era tarea algo menos que imposible. Poseían muy poca información del exterior.

La belleza y cualidades de las mujeres se hacía casi imposible advertirlas. Ellas se admiraban hasta la extrañeza, de las modas de la mujer de Occidente, la pintura de labios les parecía algo inexplicable cuando la advertían, el gesto de sorpresa se les hacía incontenible, igual los peinados al estilo occidental. Cuando descubrían una extranjera dentro de la normal multitud en que se desenvolvía Pekín, la rodeaban como enjambres para admirarla. La mujer trabajaba como el hombre.

Prácticamente no había diferencias de actividades.

La labor de limpieza de las calles estaba reservada a éstas, igual el arado en las tierras del campo.

El objetivo principal de la “Revolución Popular” era producir comida. Era su reto mayor y más urgente, lo que justificaba la utilización de la mano de obra femenina, igual que la de los hijos.

Constituía la primera de las cuatro “modernizaciones”.

Los alimentos en el único hotel de turismo que había en Pekín, estaban racionados en esa época. La leche se tomaba una vez por semana, y solo estaba al alcance de los pocos turistas. Los chinos no la tomaban; no alcanzaba para ellos.

Resaltaba con énfasis la diferencia de vida entre ese tiempo y la época de las dinastías Ming o Sing, en que la opulencia y el derroche de las minorías, eran las características predominantes.

Ahora, el pueblo “tiene derecho a todo”, principalmente a vivir en igualdad de condiciones, a visitar sus reliquias históricas, como el “Jardín Yi Ho”, “La Gran Muralla”, “Las Trece Tumbas”, “El Palacio del Pueblo”, antes Palacio Imperial o residencia de los emperadores durante siglos.

La mayor afluencia de extranjeros dentro del pobre movimiento que en esa actividad se advertía para la época de nuestro viaje, era proveniente de Francia, Inglaterra y Alemania. Estos iban en pos de establecer relaciones comerciales, principalmente para la exportación a ese país de productos manufacturados y textiles, en momentos en que se comenzaba a advertir una cierta apertura de China Continental al exterior, conscientes como estaban esos grandes países industrializados de la importancia de ese inmenso mercado de consumo.

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