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ENFOQUE

La Policía Nacional y la teoría del caos

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Rafael Guillermo Guzmán FermínSanto Domingo

“Donde ninguno manda, mandan todos. Donde todos mandan, nadie manda. Es el CAOS”. -Jacques Benigne Bossuet-

Numerosos estudios demuestran cómo el desarrollar creencias y expectativas pueden llegar a influir de forma poderosa en el metabolismo institucional o en la biología de un cuerpo social. Demostrada en los conocidos vínculos entre la mente y el cuerpo, que digeridos dentro del estómago de un grupo social o miembros de una institución cualquiera pueden provocar somatizaciones planificadas de antemano, sin que pueda fundamentarse orgánicamente.

Es en este contexto que nos atrevemos a plantear una hipótesis sobre los eventos que se están desarrollando alrededor de la Policía Nacional en los últimos años, bajo la mirada aparentemente permisiva de las autoridades y de un silencio que hace ruido, ante la indetenible espiral de criminalidad, que parecería no poder ser frenada, en donde cada víctima que cae asesinada o asaltada por la desafiante delincuencia, la gente exclama: ¡Hasta cuándo!

¿Acaso la institución policial no tiene capacidad suficiente para hacer frente al fenómeno criminal que hoy abate a la sociedad? Estoy absolutamente seguro que sí. Lo hemos reiterado en varias ocasiones. Ahora con mayor razón, debido a la cuantiosa inversión que el gobierno del presidente Danilo Medina ha realizado en equipamiento, tecnología y una nueva ley orgánica.

Entonces, ¿qué es lo que está ocurriendo a lo interno y externo de la policía? Por un lado, entendemos que es la combinación entre mitos, prejuicios y realidad los que están afectando, probablemente, el buen juicio de quienes tienen la tarea de trasformar la institución del orden en una organización moderna, eficiente y que responda a las expectativas de una sociedad democrática.

Y, por otro lado, es precisamente lo que plantea el intelectual francés Jacques Bossuet cuando dice, “Donde ninguno manda, mandan todos”: Pues es evidente que la policía carece de un firme liderazgo que dirija esa organización hacia el cumplimiento eficaz de sus deberes institucionales.

Y de la expresión del mismo Bossuet cuando señala que: “Donde todos mandan nadie manda. Es el caos”, se puede fácilmente interpretar que esa supuesta ausencia de liderazgo no solo podría incentivar la formación de islas de poder dentro del cuerpo del orden, sino que, a lo externo, muchos funcionarios pueden pretender “interferir” en el mando directo, lo que tiende a generar, en el caso de que se den estos supuestos, una confusión en cuanto a las jerarquías de mando y en los lineamentos de las políticas de seguridad pública, lo que se traduce en un caos gerencial.

Aunque estos mitos y prejuicios serán examinados en otro ensayo por razones de espacio, nos referiremos a algunos para los fines de este análisis.

Mitos 1.- La Policía Nacional concentra demasiado poder, en consecuencia, hay que quitarle funciones.

2.- La Policía Nacional está podrida de arriba abajo, por tanto, hay que eliminarla y crear una nueva.

3.- La solución de la policía NO requiere de un liderazgo sino de una nueva ley como la actual.

Prejuicios

En este peliagudo punto, nos referimos con todo respeto y sin ánimo de herir susceptibilidades, a la aprensión suspicaz de distorsiones cognitivas que pudieran tener algunos funcionarios que han tenido la responsabilidad del tema policial en sus manos, y que en el pasado, por sus orígenes de ideologías de izquierda marxista fueron perseguidos, encarcelados o reprimidos por una policía que obedecía a esquemas superados de la Guerra Fría.

Siendo justo reconocer que, así como esos políticos han evolucionado ideológicamente hacia el péndulo central de un socialismo liberal, y otros más aburguesados, a connotados empresarios cercanos al capitalismo de libre mercado, del mismo modo, la Policía Nacional ha evolucionado desde esa oscura época donde las amenazas eran ideológicas.

En este tenor, pudiera ser que en algunos de ellos aún subyacen rencores añejos no superados, que inconscientemente esto no les permita ver con objetividad y claridad, para conocer a fondo a una institución del Estado que en su estructura organizacional es competente, pero que desafortunadamente, ha tenido algunos incumbentes con altísimos niveles de incapacidad para ejercer el cargo. Siendo oportuno recordar, que tales nombramientos no responsabilidad de la misma policía, sino que son de la exclusiva competencia del poder político de turno bajo la firma de un decreto presidencial.

Entonces, ¿por qué culparla? Creemos que es aquí donde cobra importancia medular el poder analizar y evaluar con claridad los perfiles adecuados, y a partir de ahí, saber elegir a los encargados del Ministerio de Interior y Policía y Dirección General de la Policía Nacional, tomando en cuenta estrictamente sus capacidades académicas, experiencias respectivas y probado liderazgo.

Esto así, porque estamos conscientes de que la institución del orden necesita urgentemente ser transformada, pero no desmembrada ni mucho menos destruida. Aquellos que así piensan pasan por alto las catastróficas experiencias de países que intentaron hacer lo mismo y sucumbieron ante el caos. El ejemplo más cercano lo tenemos en Haití.

Asistimos de este modo, ante la sala de un paciente enfermo que manifiesta síntomas de afecciones diversas nunca antes vistas, sin que se noten medidas efectivas a la altura de las circunstancias para remediarlo. Más bien parecen empeorar con el paso del tiempo ante el silencio y aparente pasividad de las autoridades. Es ahí donde muchos se preguntan:

¿Acaso están propiciando algunos, deliberadamente, este deterioro progresivo con el fin de debilitar aún más la maltrecha imagen de credibilidad con fines de llevarla a un descrédito tal que hasta la misma institución se desintegre por sí misma o se justifique una intervención exógena? Es aquí donde tendría cabida plantear la hipótesis de la Teoría del Caos.

Visto el escenario anterior, es preciso recordar, que todas las transformaciones sociales turbulentas que ha experimentado la historia humana han dado señales sociales anticipadas que dieron un aviso de alerta temprana, y que de alguna manera presagiaron los hechos que habrían de suceder en el futuro. En todos estos casos, la ceguera coyuntural, la incapacidad intelectual y la falta de un juicio objetivo impidieron la correcta lectura anticipada que las alarmas indicaban.

De tal modo, que la “Teoría del Caos Institucional o Social” encierra un nuevo paradigma en base al estudio del entendimiento social donde se ponderan variables tales como el comportamiento de multitudes, el impacto de la propaganda en ellas, los referentes doctrinarios y culturales de una organización, entre otros. De manera que, en cualquier conglomerado social el caos puede comenzar como una “crisis de percepción”, y esa percepción debidamente “controlada” se convertirá en “realidad” para los perceptores. Es una especie de sistema aparentemente desordenado pero que visto de manera integral representa un orden nuevo que amenaza el statu-quo de aquello que se desea cambiar, surgiendo así un nuevo equilibrio a partir de lo que se llama entropía social de factores inductivos.

El odio y el miedo como factores inductivos Ambos sentimientos pueden ser utilizados como estrategia de dominación y control social sin sobrepasar las fronteras de la legalidad dentro de una institución o sociedad estructuradas. Sobre todo con la utilización a gran escala de las redes sociales donde con mucha frecuencia pasan videos de actos delincuenciales horrendos -grabados en las cámaras de seguridad- generando alarma en la sociedad, y a la vez un rechazo de esta hacia la misma policía, por su incapacidad de protegerla.

Constituyéndose ese miedo y rabia, en una amenaza a la “identidad colectiva”, tanto de la sociedad como de la misma institución policial, pues genera una “turbulencia social” por un lado, y un “torbellino institucional” por otro, lo que originaría fracturas en su cohesión interna debilitando ambos escenarios en su conjunto, pudiendo ser utilizados, uno para desviar la atención de la sociedad como distracción inducida, y otro, para profundizar una crisis institucional, que obligue a desarrollar ciertos “planes de transformación” en la organización policial.

En conclusión, este cóctel de sentimientos se ha evidenciado en el incremento de la contratación de seguridad privada, el encerramiento entre rejas en las casas, la construcción de residenciales privados y las iniciativas de algunas juntas de vecinos en formar una especie de autodefensas vecinales, como resultado evidente de las fallas de las políticas de seguridad pública para frenar el auge de la criminalidad que está generando una sensación real de temor en la sociedad, una especie de rabia contra la policía por no protegerla, y a la vez una desmoralización profunda en el cuerpo policial por la ausencia de un liderazgo capaz de devolverle su autoestima institucional.

Ese miedo y rabia colectiva ha sido descrito de manera dramática por la Iglesia Católica en el Sermón de las Siete Palabras, que no solo criticó los niveles de inseguridad ciudadana, sino que denunció que la sociedad siente miedo hasta de la propia policía.

Motivado por esto es que advertimos, con todo respeto y ánimo constructivo, que la falla de la institución policial no está en el “software” ni tampoco en el “hardware” de la institución, pues es una organización correctamente estructurada, sino que su desperfecto ha estado en los incapaces “programadores y digitadores” que el poder político ha elegido para dirigir a la policía y en el Ministerio de Interior y Policía para diseñar sus políticas públicas, otorgando la razón al intelectual Bossuet cuando afirma: “Donde ninguno manda, mandan todos. Donde todos mandan, nadie manda. Es el caos”.

¡Es ahí donde se encuentra uno de los principales orígenes de ese gran caos! ¡Hasta cuándo!

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