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‘Lolita’ conserva su atracción en tiempos del Me Too

Un ensayo publicado en Estados Unidos analiza las causas del influjo y fascinación que despierta la novela seis décadas después de su publicación.

Portadas de algunas ediciones de la novela ‘Lolita’, de Vladímir Nabokov.

Portadas de algunas ediciones de la novela ‘Lolita’, de Vladímir Nabokov.

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EDUARDO LAGONueva York, Estados Unidos

Acaba de aparecer en Estados Uni­dos Lolita in the Af­terlife (”Lolita en la posteridad”), vo­lumen en el que seis décadas después de su publicación 18 escritoras y ocho escritores ana­lizan Lolita, una de las novelas más controvertidas de todos los tiempos. La obra de Vladímir Na­bokov (San Petersburgo, Rusia, 1899-Montreux, Suiza, 1977) aborda asuntos en extremo pro­blemáticos, que en el momento por el que atraviesa la sociedad estadounidense, presidido por el signo de fenómenos como el mo­vimiento Me Too, resulta particu­larmente arriesgado explorar.

Quienes colaboran en el vo­lumen coinciden en señalar que Lolita es una obra maestra. Ello explica que haya hechizado a millones de lectores de todo el mundo. Pero también es cierto que Lolita siempre ha generado rechazos tan intensos y numero­sos como las adhesiones que des­pierta, debido a lo aterrador de su tema, la violación sistemática de una niña de 12 años por par­te de su padrastro, un monstruo que además de pederasta resulta ser un asesino.

Lolita en la posteridad responde al intento, tan honesto como ra­dical, de desentrañar lo que ca­bría caracterizar como la para­doja de Lolita: ¿Cómo es posible que, dado el atroz asunto de la novela, esta nunca haya dejado de despertar el entusiasmo de in­finidad de lectores? Conscientes de haber sucumbido de manera visceral ante algo que saben que es un logro artístico de primer orden (“la belleza desgarradora que exuda el libro es como un ve­neno que aniquila la resistencia de la lectora más alerta”, escribe una de las autoras), quienes par­ticipan en el volumen intentan procesar el fenómeno de mane­ra racional.

Nabokov tardó cinco años en completar la novela, a razón de 16 horas al día. Tras ser rechaza­da por las editoriales más presti­giosas de EE UU, en 1955 la pu­blicó en París Olympia Press, especializada en obras de tema erótico. Pasó desapercibida has­ta que Graham Greene la elogió en una reseña publicada en el Ti­mes de Londres que levantó am­pollas por su supuesta inmorali­dad. El escándalo que rodeó a la aparición de la novela en Estados Unidos tres años después la cata­pultó al número uno de la lista de superventas de The New York Ti­mes, caso insólito, tratándose de una obra literaria exigente. Rom­piendo otro molde, la novela ba­tió el récord establecido por Lo que el viento se llevó en 1939, vendiendo más de cien mil ejem­plares en tres semanas.

Honestidad intelectual Lolita trascendió inmediatamen­te los límites de la literatura. No bien hubo sido concebida, la cria­tura de ficción se abrió paso en el mundo por su cuenta, dejan­do atrás a su creador, que afir­mó: “Lolita es famosa, no yo”. La palabra “Lolita” ha pasado a for­mar parte del imaginario

univer­sal, colándose en toda suerte de dominios. El Diccionario de la lengua española la define como “adolescente seductora y provo­cativa”. Por qué no ha ocurrido lo mismo con Humbert, el nombre del protagonista masculino, es una de las preguntas que plantea el volumen, que rastrea la huella del término “lolita” en ámbitos como la subcultura adolescente femenina en Japón, el mundo de la moda, la música pop, el cine, la publicidad o la iconografía de portadas de libros y pósteres. La notoriedad del vocablo se mani­fiesta en hechos como que la lo­calidad de Lolita, en Texas, se vie­ra obligada a cambiar de nombre, o que Jeffrey Epstein, el fallecido magnate estadounidense, conde­nado por pedófilo, bautizara a su jet privado como Lolita Express. Irónicamente, Nabokov conside­raba que Lolita era “el más puro sus libros” y no se cansaba de de­cir que se trataba de una novela seria con una intención seria.

Lolita en la posteridad llama la atención también por su au­dacia y honestidad intelectual. Dejando de lado los clichés, el libro se propone explorar las claves más profundas de la no­vela, apelando a la opinión de un grupo representativo de las voces recientes más originales de la crítica y la creación litera­ria estadounidense. La edición nos recuerda que una lectora tan cualificada comoDorothy Parker solía decir que la novela tenía tantas admiradoras como admiradores. La escritora Roxa­ne Gay comparte con muchas de las colaboradoras del volumen la idea de que es imposible tra­zar con claridad los límites que separan el odio del amor que inspira un libro así. Más pertur­bador le resulta reconocer que afirmar que Lolita es una obra maestra implica hacerse cómpli­ce de las monstruosidades per­petradas por su protagonista.

Lolita, leemos en otro de los ar­tículos, es un libro diabólico por­que la habilidad con que se re­presenta en él el mal que impera en el mundo logra pervertir a la lectora más inocente. La perio­dista Kate Russell rememora su papel en una web creada por ado­lescentes fascinadas por el libro que mantenían corresponden­cia con hombres de la edad del protagonista, incluidos reclusos convictos de asesinato. Para Su­san Choi, lo inquietante de la no­vela es que resulta imposible no sucumbir a su belleza insidiosa. Para Kira von Eichel el peligro es­triba en que penetra en la cabeza y las vísceras de las lectoras, atra­pándolas junto al depredador. Se­gún Lila Azam Zanganeh, nin­gún libro ilustra mejor la idea de que el deseo humano carece de límites. Negándose a sentir cul­pa o vergüenza, Morgan Jerkins sostiene: “Me gustaría decir que amo Lolita solo por la belleza del lenguaje, pero no es cierto. Amo el libro por su audacia”. Según otra colaboradora, “la extraña verdad es que las mujeres, inclui­das feministas como yo, pueden ser infectadas y de hecho lo he­mos sido por este libro”.

A la novelista Christina Baker Kli­ne le parece una especie de manual de instrucciones para depredadores sexuales, pero también un libro que es importante leer en 2021. Mary Gaitskill, una de las narradoras es­tadounidenses más potentes de las últimas décadas, advierte acerca del peligro de autosatisfacción moral en que al leer el libro incurren quie­nes se sienten autorizados a conde­nar a los demás en nombre de sus propias convicciones.

No está entre sus autoras, pero el vo­lumen se hace eco de la opinión de la lectora más cualificada que ha teni­do jamás Lolita, Véra Nabokov, espo­sa del autor, a quien está dedicada la novela original. La lectora cero de Lo­lita se quejaba de que la crítica jamás reparaba en el párrafo más aterrador del libro, en el que se dice que la ni­ña lloraba en silencio “cada noche, cada noche”. A un periodista que le preguntó si su marido le había pedi­do consejo antes de publicar Lolita, le respondió: “Cuando una obra maes­tra así ve la luz del día, el único pro­blema es encontrar quien se atreva a publicarla”.

Dos protagonistas de Lolita.

James Mason y Sue Lyon, en Lolita del director Stanley KUBRICK. GETTY.

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