CINE

Martin Scorsese habla de la muerte

El cineasta Martin Scorsese en Nueva York el 11 de diciembre de 2019. (Philip Montgomery/The New York Times)

El cineasta Martin Scorsese en Nueva York el 11 de diciembre de 2019. (Philip Montgomery/The New York Times)

No habíamos visto a Martin Scorsese sentirse tan vivo con su trabajo en mucho tiempo, rebosando de pasión renovada por el cine y energizado por la recepción de la que ha gozado su obra maestra de gánsteres más reciente: “El irlandés”.

Y de lo que quiere hablar es la muerte.

Solo para ser claros, no está hablando sobre las muertes en sus películas ni de la muerte de alguien más. “Simplemente tienes que libertarte, sobre todo en este punto de la vida”, dijo un sábado por la tarde el mes pasado.

El director, de 77 años, estaba relajado en una silla cómoda en la sala de su casa de Manhattan, un asiento del que se levantaría varias veces al sentir una energía juguetona durante una conversación animada sobre la mortalidad y su inevitabilidad.

En sus propias palabras, Scorsese estaba hablando sobre haber dejado de lado sus expectativas para “El irlandés”, pero también se refería a renunciar a las posesiones físicas: “El punto es deshacerse de todo ahora”, dijo con su distintiva manera veloz de hablar. “Tienes que averiguar a quién le das qué o no”. Además, el último paso del proceso es renunciar a la existencia en sí, como todos debemos hacerlo.

“A menudo, la muerte es repentina”, continuó. “Si tienes la oportunidad de seguir trabajando, entonces es mejor contar algo que valga la pena”.

Encontró esa inspiración en “El irlandés”, su dramatización colosal de la vida de Frank Sheeran (Robert De Niro), ejecutor de la mafia que afirmó haber asesinado a Jimmy Hoffa (Al Pacino).

Para Scorsese no fue una misión libre de angustia —sus películas jamás lo son—, pues batalló con la idea de filmar otra película ambientada en el mundo del crimen organizado y vaciló al momento de producir el proyecto con Netflix en vez de un estudio tradicional.

Sin embargo, lo que lo convenció de dejar atrás esas incertidumbres fue una historia que superaba por mucho el alcance de “Goodfellas” o “Casino”, hasta los últimos días de la vida de Sheeran, cuando queda solo para contemplar la mortalidad de sus actos. En palabras que Scorsese sabía que resonarían más allá del marco de “El irlandés”, dijo: “Todo se trata de los últimos días. Es el último acto”.

Quizá de vez en cuando hable como alguien que no tiene nada que perder, cuando de manera cándida da su opinión sobre las películas de superhéroes, el trato que da a las mujeres en sus películas o lo que, según él, es su débil posición en la industria fílmica actual.

No obstante, Scorsese sigue estando muy comprometido con su carrera, después de más de medio siglo, y, aunque “El irlandés” fácilmente podría ser una coda adecuada, no tiene la intención de retirarse en este momento.

Lo que ahora lo motiva, dijo, no es el miedo a la muerte, sino la aceptación de que a todos les llega, una comprensión que le da perspectiva.

“Como dicen en mi película: ‘Así son las cosas’”, comentó. “Tienes que aceptarlo”.

Como él mismo, la casa de Scorsese es un monumento al arte del cine. Además del retrato majestuoso en la chimenea de Gouverneur Morris, padre fundador y ancestro de Helen, la esposa del director, las decoraciones más prominentes que lo rodeaban eran afiches de gran tamaño de sus películas favoritas de Jean Cocteau y Jean Renoir, incluyendo tres de “Grand Illusion” tan solo en esta habitación. Al otro lado del vestíbulo se encontraba el comedor donde había editado secciones de “El irlandés”, “Silencio” y “El lobo de Wall Street”.

Scorsese está reviviendo esta historia de manera perpetua, contando anécdotas de cómo se divirtió con “El ciudadano Kane” cuando la vio en una transmisión televisiva mal editada hace años o el momento en que quedó impresionado cuando a John Cassavetes, su héroe y mentor, le dieron lo que parecía el presupuesto lujoso de un millón de dólares para filmar “Husbands”, su drama-comedia de 1970 acerca de hombres en la crisis de la mediana edad, para Columbia Pictures.

Su juventud también fue una iniciación a la cultura de la muerte: como monaguillo en las misas de réquiem en la Antigua Catedral de San Patricio (“Dies Irae era mi canción favorita”, dijo) o mientras ayudaba a un amigo a entregar arreglos florales en servicios funerarios. De adolescente, perdió a dos amigos casi de manera consecutiva: uno murió de cáncer y otro en un accidente, y uno de los entierros, en un panteón cerca de una fábrica, dejó en él una impresión duradera.

“Pensé: ‘¿De esto se trata todo?’”, recordó Scorsese. “¿Meternos en un pequeño espacio de tierra en algún lugar de Queens, con este telón de fondo horrendo y destructor? Fue un impacto y un despertar, no sé respecto de qué, pero fue un cambio”.

Esa mirada apta para los detalles macabros y su voluntad incesante para representarlos le vino bien a Scorsese, pero en algún momento cuando estaba filmando “Casino” (1995), su saga de mafiosos en Las Vegas —en particular, la escena en la que golpean a muerte al personaje de Joe Pesci y lo sepultan en una milpa— el director comenzó a preguntarse si había llegado al límite de este talento. “Pensé: ‘No puedo ir más allá con esto’”, relató.

A lo largo de las siguientes dos décadas, en gran medida evitó realizar proyectos en el género del crimen o drama. (Una excepción fue “Los infiltrados”, por la que finalmente ganó el Oscar al mejor director). Pero, sin importar la trama, Scorsese dijo que se sentía agotado debido a estas películas, generalmente cuando ya iba a terminarlas, cuando inevitablemente se encontraba discutiendo con los ejecutivos de los estudios que querían acortar la duración de la cinta.

“Las últimas dos semanas de edición y mezcla de ‘El aviador’”, una coproducción que incluía a Warner Bros. y Miramax, entre otras, “había abandonado el negocio por el estrés”, recordó. “Pensé: ‘Si esta es la manera en que se deben hacer las películas, entonces ya no lo haré’”.

Desde luego, no se retiró, pero ha recurrido cada vez más al financiamiento independiente para respaldar sus proyectos, creyendo que él y el sistema de los estudios cinematográficos se habían vuelto enemigos mortales. “Es como estar en un búnker y disparar en todas direcciones”, comentó. “Comienzas a darte cuenta de que ya no estás hablando el mismo idioma que ellos, así que ya no puedes filmar películas”.

Cuando De Niro se le acercó con el material en que se basó “El irlandés”, en medio de la producción de otra posible película para Paramount de la que, al final, se retiraría, Scorsese no lo vio necesariamente como una oportunidad de hacer un gran pronunciamiento sobre su filmografía o sobre las mafias. “Me pareció peligroso”, dijo, pues temía que lo rechazaran como un drama de mafiosos más en su filmografía.

La única razón para hacer “El irlandés”, dijo Scorsese, era abordar ideas que no hubiera enfrentado antes. “¿Será enriquecedor?”, se preguntó. “¿Vamos a aprender algo sobre lo invisible, sobre la vida después de la muerte? No, no lo haremos”.

Sin embargo, la película podía decir algo sobre “el proceso de vivir y la existencia, a través del trabajo que realizamos… podía representarse y los actores podrían vivir en ese mundo”. Además, no se pudo resistir a la historia de unos criminales cuyas largas vidas se vuelven una maldición que marca sus fechorías en sus almas. Citó una frase de la canción “Jungleland”, de Bruce Springsteen: “Terminan heridos, ni siquiera muertos’”, dijo Scorsese. “Y eso es aún peor, en algunos aspectos”.

“El irlandés”, dijo, no era una repudiación de sus dramas de criminales anteriores ni una expresión de arrepentimiento por la manera en que había representado a sus personajes fanfarrones. “No creo que sea arrepentimiento”, dijo. “Esto es distinto. Este es el callejón sin salida, y todos tienen que hacer un recuento al final. Si les da tiempo. Y ahí es donde nos dirigimos”.

Le tomó más de una década filmar “El irlandés” y, como su reparto terminó por incluir a Harvey Keitel, Pesci y Pacino (que jamás había trabajado con Scorsese), el director sintió que la apuesta cada vez era más alta.

De maneras sutiles e importantes, Scorsese ve que el mundo cambia y se vuelve menos conocido para él. Con agradecimiento aceptó un acuerdo con Netflix, que cubrió el presupuesto de 160 millones de dólares para “El irlandés”. Sin embargo, el pacto también implicaba que, después de que la película recibiera un lanzamiento limitado en cines, se incluiría en la plataforma de emisión en continuo de la compañía.

Eso significa que algunos espectadores están viendo la película de tres horas y media por partes, en vez de hacerlo en una sola sesión, como lo preferiría el director. Sin embargo, Scorsese dijo que prefería que la película estuviera disponible en algún sitio, en algún formato, en vez de en ninguna parte. “Aunque se proyecte en la esquina de una calle, quizá algún día la proyecten en un cine como parte de una retrospectiva”, dijo. “De verdad pensé eso”.

Netflix dijo que “El irlandés” fue vista por más de 26,4 millones de cuentas en su primera semana en el sitio, pero el mundo de los celulares, las tabletas y los dispositivos de emisión en continuo es en su mayor parte invisible para Scorsese.

Con sarcasmo describió su realidad diaria y dijo: “Salgo, me ponen en un auto, me llevan a alguna parte, me sacan, me ponen en una mesa, me meten. Entro a una habitación, alguien me habla, les digo que sí. Después llego a casa y trato de entrar por la puerta sin que los perros enloquezcan”.

Es capaz de adaptarse y evolucionar: en su quinto matrimonio (él y Helen se casaron en 1999), este antiguo lobo solitario se convirtió en un hombre hogareño y de familia. Ellos tienen una hija, Francesca, y él tiene dos hijas: Cathy y Domenica, de sus dos primeros matrimonios.

No obstante, también sabemos que Scorsese no se queda aislado, sobre todo después de leer sus opiniones en contra de las películas de Marvel que, según él, “no son cine” y se acercan más a “parques temáticos” en una entrevista en octubre con la revista Empire. (Explicó sus comentarios en un artículo de opinión de noviembre en The New York Times).

Eso provocó que Robert A. Iger, el director ejecutivo de Walt Disney Co. (propietaria de Marvel) le dijera a la revista Times que los comentarios de Scorsese eran “desagradables” y que “no eran justos para las personas que estaban filmando esas películas”, y agregó que quería reunirse con el director.

Scorsese me dijo que se había comunicado con Iger varios meses atrás, en nombre de su organización sin fines de lucro Film Foundation, que busca restaurar y preservar las películas de la filmoteca de 20th Century Fox, de la que Disney ahora también es propietaria. “Después ocurrió todo esto”, dijo Scorsese riendo. “Así que tendremos muchas cosas de las que hablar”. (Una portavoz de Disney dijo que la empresa estaba tratando de organizar la reunión entre Scorsese e Iger).

A pesar de sus aversiones manifiestas, Scorsese regresará a los estudios de Hollywood para su siguiente película, “Killers of the Flower Moon”, una adaptación del libro de no ficción de David Grann sobre los asesinatos de los indios osage en la década de 1920 en Oklahoma, la cual será financiada por Paramount.

Scorsese tiene otras aspiraciones, pero no tienen nada que ver con el cine. “Me encantaría tomarme un año tan solo para leer”, dijo. “Escuchar música cuando lo necesite. Estar con algunos amigos. Porque todos nos estamos yendo. Mis amigos están muriendo. La familia se está yendo”.

Un impedimento, admitió Scorsese, es él mismo y una disposición que lo obliga a contar historias en el medio que mejor conoce.

“Siempre leo un libro o conozco a alguien y digo: ‘¡Ah!, voy a hacer una película sobre esto’”, explicó. “A lo largo de los años he podido hacerlo. Ahora las oportunidades son mucho más limitadas”.

También está aquella otra frontera… la muerte. Pero solo porque es desconocida e innegociable no significa que no valga la pena competir con ella todos los días.

“El problema es que el tiempo es limitado, al igual que la energía y, desde luego, la mente”, dijo. “Afortunadamente, la curiosidad nunca se agota”.