Santo Domingo 23°C/23°C clear sky

Suscribete

Teatro

Una obra que se aleja del show y lo comercial

Montaje. "No hay flores en Estambul" contó con el aplauso de una casa llena de espectadores.

Montaje. "No hay flores en Estambul" contó con el aplauso de una casa llena de espectadores.

Avatar del Listín Diario
Carlos Rojas (Especial para LISTÍN DIARIO)Santo Domingo

La siguiente reseña aborda o trata de dejar memoria del loable unipersonal uruguayo “No hay flores en Estambul”, de Iván Solarich, en su breve temporada (los días jueves 2, viernes 3, y sábado 4 de noviembre), realizada en la sala de teatro Cristóbal de Llerena de Casa de Teatro, basado en la película “Expresos Medianoche” (1978), de Alan Parker.

El argumento de Billy Hayes lo toma prestado el propio Solarich cuando nos cuenta la tragedia de un joven estadounidense, que fue detenido en el aeropuerto de Estambul cuando se disponía a subir a un avión con varios paquetes de hachís.

Acusado de uno de los delitos considerados más graves en Turquía, Billy es condenado a cuatro años de cárcel. En prisión sufrirá las atrocidades propias de un sistema penitenciario brutal e inhumano como nunca antes se había visto en la pantalla grande, fabulado por el guion de Oliver Stone, según el libro del propio Bill Hayes.

“No hay flores en Estambul” se nos presenta como una especie de experimento teatral de docuficción o docuteatro, pero no como un teatro de actores.

El espectáculo aborda los hechos acaecidos en el Estambul en el 1970, y lo utiliza como recurso escénico para enriquecer su discurso descriptivo. Sin despojarse de la esencia original, ni perder de vista en el tiempo su perspectiva narrativa vanguardista, el actor interpreta sus papeles y, se entrega a ese diálogo reflexivo que estila compartir con su público.

Solarich como dramaturgo hiló diestramente el manejo de inusuales estructuras dramáticas en cuya trama toda forma de logicidad quedó rota por la “alógica” del trazado de un infrecuente mapa en el cual se percibiese “la liberación del orden psicológico”, la “eliminación de la peripecia” [clásica aristotélica] y el replantear una escena realista o casi ficcionada.

Con No hay flores en Estambul, Solarich ofreció a un heterogéneo espectador que empieza a capitalizar la escena teatral dominicana contemporánea, de un bagaje pertinente, necesario y especial debido a que no solo se le ofrece montajes digestivos o marcados de un imperioso teatro comercial y de mal gusto de los que últimamente se han ido llenando las salas de teatro, sino que también que se les incita con otras perspectivas de sensibilidad y encuentro con obras claves de la dramaturgia moderna.

Este dúo (padre e hijo), se plegó a construir con densidad milimétrica, el reto de sus acciones, con la fascinación de la palabra, el clima de las transiciones y tensiones subjetivas de cada tono, de articular expresiones gestuales casi alienadas y hacer que la palabra en fin de cuentas, fuese el ritmo descompuesto de una relación humana sometida al drama de “pasar el día” a como dé lugar, pero siempre sinónimo de incomunicación.

La dirección fue concreta ya que asumió sin disonancias, un equilibrado concepto del espacio, un fluido manejo del volumen escénico, una relación con el actor sintética para sacar con un brillo especial del discurso -totalmente monologal- haciendo que sus fortalezas técnicas y de experiencia escénica tuviesen magníficos momentos en la sucesión de esta propuesta; también supo ser asertivo con lo que significaba ensamblar el texto y el acento de un todo visual que ayudó a polarizar el correcto desempeño histriónico dado por Iván Solarich.

Bajo la dirección de un joven talentoso director como Mariano Solarich al frente de la escenificación de “No hay flores en Estambul”, Mi punto de vista vio con satisfacción como fue capaz de asumir con tino y rigor teatral, al enigmático y complejo libro de Hayes.

“No hay flores en Estambul” contó con el aplauso de una Casa de Teatro llena de espectadores que siento aprehendieron que “el sueño se deshace frente a la realidad”.

Como en muchas ocasiones, el tema no es la obra, ni los hechos, sino el personaje y sus fantasmas. Y en ese sentido, “No hay flores en Estambul” no defrauda.

Tags relacionados