Santiago sin coches

El aumento de las provisiones modernas en la ciudad, acorralaron a las marchantas. Poco a poco las mujeres vendedoras de verduras sobre burros en extinción, desaparecieron de una ciudad tapizada de semáforos, cajas de luces y publicidad. Con ellas se llevaron el melao al ofrecer repollo, recaíto, aguacate. Se llevaron la danza, la cabeza con pañuelo, las árganas con ensalada.

Los coches y sus cocheros, compañeros en tradición de las marchantas, están en peligro, pero ellos, por decisión municipal. Varios de los caballos que tiraban de las carrozas fueron sacrificados por la alcaldía, hecho por el cual -cuando la crisis le arropó- el alcalde quiso desmentir, justificar y explicar a través de un audiovisual. Para justificar el sacrificio se alegó una enfermedad de los animales cuya definición aún está en entredicho.

Si la ciudad pierde sus coches, será huérfana de un símbolo de sus calles, del turismo, de su entorno monumental. Los cocheros, unidos en una asociación, han reclamado su derecho a trabajar. Demandan, además, les sean devueltos los animales retenidos por el ayuntamiento que supuestamente permanecen en una finca en Laguna Salada, provincia Valverde.

Los cocheros también deben ser conscientes de sus deberes. Transportan personas y por ello es obligatorio observar reglas en el camino. La prepotencia de los funcionarios y el ego que el poder acuna no debe atrofiar los símbolos que distinguen a ciudades como Santiago. Si perdemos aquello que nos pertenece, tendremos una urbe más, entre tantas. Que la desidia no nos gane y que el imperio de un cargo no nos robe los coches de Santiago.