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Esclavas africanas en Oriente Medio

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Alicia Alamillos / EFE NairobiSanto Domingo

Tras más de un año trabajando a cambio de un sueldo miserable y continuas vejaciones, Faith abandonó Libia y regresó a Kenia, donde, como cientos de mujeres empujadas por la pobreza y la falta de oportunidades, fue captada por las redes de trata que prometen un buen trabajo en Oriente Medio.

Aunque difícil de contabilizar, el Gobierno keniano estima que más de 100.000 trabajadores no cualificados han emigrado a la región del Golfo, muchos de ellos, mujeres para el servicio doméstico.

La mayoría son trasladadas por agencias de contratación a Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, pero también a Jordania, el Líbano o incluso Libia, a donde fue enviada Faith.

Faith, que no ha querido revelar su verdadero nombre, cuenta que su marido la maltrataba y que solo deseaba alejarse de él para empezar desde cero, lo que le llevó a ser presa de las redes delictivas.

“El tráfico de personas es una nueva forma de esclavitud”, asevera a Efe Sophie Otiende, del Centro para la Concienciación Contra la Trata (HAART), quien añade que “la esclavitud nunca terminó, sólo ha evolucionado”.

Los nuevos “traficantes” se ocultan tras agencias de contratación sin licencia, amigos, conocidos o incluso familia.

Fueron precisamente unos amigos quienes le hablaron a Faith de una agencia y una jugosa promesa: 500 euros al mes por un trabajo de camarera en Dubái.

En oficinas itinerantes u hoteles, las agencias consiguen pasaporte y visado a las jóvenes kenianas, la mayoría madres solteras con hijos -las víctimas más vulnerables-, como Mary.

“Nos dieron pasaportes, y nos dijeron que teníamos que usar el nombre de ese pasaporte, no el nuestro”, relata.

Para Faith el proceso iba demasiado lento. Una noche su marido le pegó tan violentamente que fue hospitalizada, y la necesidad de irse a Dubái para ese contrato de camarera se hizo apremiante.

“La agencia se aprovechó de mi situación”, denuncia Faith. Cuando todo estaba ya preparado para su viaje y sólo tenía que firmar el contrato, se dio cuenta de que no la enviaban a Dubai, sino a Libia, donde trabajaría en una casa por menos de 200 euros al mes.

A Mary, por el contrario, la convenció su tía. “Es un país africano, te tratarán bien y es mejor que Arabia Saudí”, le dijo a su sobrina, que sin firmar contrato alguno se embarcó hacia Libia.

Mary acabó en Trípoli y Faith en Zuara, una pequeña localidad cerca de la frontera con Túnez.

“Cuando trabajas para un árabe, trabajas para toda la familia”, comenta Faith, una experiencia similar a la que tuvo Mary, que tenía que limpiar las casas de su jefe, su hermana y su madre, todo por 160 euros al mes.

El salario era bajo, pero no tenía otra opción que aceptar, aunque no duró mucho. Tras seis meses trabajando y tres de retraso en su sueldo, Mary no pudo más: “Les dije que o me pagaban o lo dejaba”.

La dueña de la casa le devolvió su pasaporte y la dejó en la calle, sin posibilidad de contactar con la agencia que la había traído y abandonada en un país en guerra, en el que apenas podía comunicarse y sin dinero para volver a Kenia.

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