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PRESENCIA DOMINICANA

De tal palo tal astilla

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Tony Piña CámporaTwitter:@pinacampor

En el curso de la historia del béisbol muchos vástagos de jugadores han seguido los pasos de sus progenitores con diferentes resultados. Muy pocos han sido los hijos que superan al padre. Dentro del exclusivo marco de las grandes estrellas hay dos elementos emblemáticos en ese sentido: Ken Griffey, Sr. y Bobby Bonds. Ambos fueron atletas estelares del decenio de los setenta, el primero como parte de los Rojos de Cincinnati, conocidos como “La Gran Maquinaria Roja” y el segundo demostrando una extraordinaria capacidad para desarrollar poder y velocidad al extremo de ser uno de solo cinco que en sus carreras combinaron un mínimo de trescientos jonrones y trescientas bases robadas.

Griffey, Sr. engendró a Ken Griffey, Jr. quien desarrolló una extraordinaria carrera como jardinero central, iniciada cuando fue firmado como primera selección en el Draft de 1987 y culminada con su elección al Salón de la Fama el año pasado. Ha sido el único primera elección que ha alcanzado un nicho en Cooperstown.

Bonds fue el padre de Barry Bonds, dueño absoluto de portentosas marcas que lo han colocado en la cúspide de la referencia histórica. Las razones de su ausencia en ocupar un lugar en el Salón de la Fama no socavan sus méritos como atleta, pertenecen más a un ámbito de consideraciones éticas.

DOMINICANOS: En el escenario dominicano asimismo han sido dos los casos donde las carreras del retoño y el antecesor tuvieron por lo menos un brillo similar.

Julián Javier fue un sólido intermedista que sobresalió en los años sesenta principalmente con los Cardenales de San Luis, equipo del que fue parte defendiendo esa vital posición como campeones de la Liga Nacional en tres ocasiones, en dos de ellas obteniendo el título mundial. Su hijo Stanley jugó durante 17 años en Grandes Ligas destacándose como un virtuoso en la defensa de los bosques, sobre todo el central, y una especial habilidad en el manejo del bate y el corrido de las bases, con un excelente instinto para lograr una almohadilla extra. En 297 intentos de robo tuvo un promedio de éxito de 83%, el mejor entre todos los dominicanos con un mínimo de doscientas estafas.

El otro dúo pertenece a la prestigiosa familia Rojas Alou. El padre, Felipe, fue el primer jugador dominicano de todos los días en convertirse en una estrella de Grandes Ligas en el decenio de los sesenta, primero con los Gigantes y luego con los Bravos. Se destacó durante 17 temporadas como un pelotero completo, capaz de dominar las cinco destrezas que exige el béisbol para uno que defiende los jardines.

Como si hubiese sido calcado de un molde su hijo Moisés desarrolló una carrera caracterizada por las misma capacidad física de su padre, distinguiéndose asimismo en 17 campañas entre los decenios de los noventa y el 2000. Aún cuando terribles lesiones lo acosaron permanentemente limitando que acumulara cifras de mayor volumen, afectando además su capacidad defensiva en los bosques, finalizó su carrera con un promedio de bateo de .303 y mejor aún, de .309 con corredores en posición anotadora.

ESTIRPE: La pericia para jugar cualquier deporte es una dádiva inexplicable que la naturaleza otorga al individuo. Ni se hereda ni se desarrolla por sí, es fortuito que en los casos que menciono haya ocurrido la similitud señalada, donde hijos asemejan o superan a sus padres en las contribuciones físicas. Son muchos los fracasos de descendencias que han intentado trillar el camino del padre siendo ejemplos los casos de los hijos de súper estrellas de la magnitud de George Sisler, Yogi Berra y Pete Rose. Las carreras de Dick Sisler, Dale Berra y Pete Rose, Jr. produjeron resultados muy distantes a las de sus predecesores.

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