reflexiones del director

Mis cuadernos de la pandemia

Siempre me ha gustado escribir a mano.

Tanto así que a los 9 años de edad edité un “periódico”, llamado Travesuras, totalmente manuscrito.

De a puño y letra, como se dice.

La afición, o la costumbre, la adquirí desde los cursos iniciales de primaria. Me atraía la caligrafía, una de las materias infaltables en nuestras clases de gramática y ortografía.

Me iba muy bien en el ejercicio consuetudinario de estas habilidades caligráficas, hasta que el intento de aprender taquigrafía en una escuela de comercio, contabilidad, archivo, mecanografía y correspondencia, me produjo un cortocircuito mental.

La taquigrafía es una especie de grabación escrita o registro simultáneo de las palabras orales, muy utilizada por los periodistas de mi tiempo y por secretarias o escribientes de tribunales, para no perder el hilo de un testimonio hablado.

Pero entre ella y la caligrafía, la elección tiene que ser radical: la una no va con la otra.

Pero siendo reportero, y obligado por las circunstancias, tuve que recurrir a mi propio y arbitrario método taquigráfico para poder registrar las declaraciones de mis entrevistados, ya que no existían las máquinas grabadoras.

Tantos garabatos, que después no entendía, me fueron distorsionando las letras de cajón con las que solía escribir en mis cuadernos de escuela o en Travesuras.

A la hora de leer esas letras imprecisas, parecidas a las recetas médicas, distorsioné sin querer, el sentido de las declaraciones de mis entrevistados, y eso me causó muchos traspiés.

Al combinar la escritura a mano y en máquinas, primero en forma mecánica y luego electrónica, como parte de mi rutina periodística, fui perdiendo sin darme cuenta, los buenos hábitos caligráficos.

Tuvo que producirse una inesperada calamidad para que volviera a reconectarme con mi temprana afición.

Fue durante la pandemia del 2020 que nos obligó al confinamiento hogareño.

Decidí entonces prescindir de la laptop o la tablet y volver a la escritura manual para abrir lo que entonces llamé “La bitácora del Covid”.

Por cuatro años he escrito a mano, día a día, la lista de los temas a investigar y cubrir en el Listín, la selección de las noticias de portada e interiores, dibujado el “dummy” o empaque gráfico de las páginas, con sus respectivos anuncios de cada edición, y anotar cualquier observación pertinente,

Ya van ocho cuadernos integrando esta bitácora que, por cierto, siento que me auxilia como cualquier aplicación de búsqueda con Inteligencia Artificial generativa.

Los conservo como uno de mis tesoros profesionales íntimos y valiosos.

Los cuadernos han sido de enorme utilidad para recordar, recrear, revisar y contextualizar historias en el periódico.

Me atrevo a recomendarles a los jóvenes periodistas que hagan sus propias bitácoras digitales, que algún día les servirán tanto o igual que a mí, y hasta que al mismo Chat-GPT.

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