reflexiones del director

Cuando las “redes sociales” eran de papel

Las redes sociales digitales son, hoy por hoy, el paradigma de la socialización.

Ellas constituyen el eje sobre el que giran las nuevas “comunidades” del ecosistema digital, a través de las cuales interactúan para compartir vivencias cotidianas.

Como al ser humano le interesa lo que hacen sus semejantes, estas redes operan como una especie de espejo, radar y termómetro de las vivencias de una sociedad y generan interacciones de toda índole.

Más o menos esa era la misma función, aunque con alcances limitados, que cumplían las crónicas sociales de los periódicos hasta los años setenta.

Consistían en un retablo de notas de un solo párrafo que registraban nacimientos, bodas, bautizos, cumpleaños, graduaciones, misas, viajes, excursiones, anuncios de exposiciones, actividades festivas y de todo género.

Eran las redes sociales de papel.

Junto con los obituarios, los avisos de divorcios y de constitución o disolución de compañías, los embargos inmobiliarios o las ofertas de alquileres de casas y otros “avisos clasificados”, los lectores podían tomarle el pulso a la realidad social.

Una de las tareas que imponía a sus redactores el director del Listín, para esas épocas, don Rafael Herrera, era la de leer sistemáticamente esos avisos, porque, decía él, así podíamos ver cómo se reajustaba la sociedad en distintos planos.

Cuántas parejas se separaban, quiénes perdían propiedades o fallecían, quiénes informaban de sus viajes de ida o regreso del exterior, cuáles se unían matrimonialmente y, en fin, como cambiaba cada día la estructura social.

Los comunicados de instituciones oficiales, por lo regular muy nutridos en textos de letras chiquitas, también son una inmensa fuente de información de interés que, por lo general, muchos lectores pasan por alto.

En aquellos años, y a falta de más canales informativos al acceso del público, la gente tenía más tiempo para consumir ese tipo de notas y noticias; vale decir, más insumos para murmuraciones y chismorreos entre aquellos que tenían apetito de saber qué cosas se movían en la ciudad o en otras partes del país.

Para una sociedad del tamaño y la estratificación de entonces, estas secciones de los periódicos eran las mejores “redes sociales de papel” que, como las digitales de hoy, nos mantienen en constante monitoreo e interacción, algo que la humanidad no había experimentado en veintiún siglos.

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