reflexiones del director

El “palito” de Balaguer

En el ejercicio de su papel como uno de los más respetados aulicos de Trujillo hasta la época de su dos largos mandatos, Joaquin Balaguer fue siempre una figura enigmática.

Se envolvía en una especie de “sancta sanctorum”, un estrecho espacio al que solo tenían acceso dos o tres asistentes, siempre fieles a sus secretos.

Y eran pocos los que se atrevían a adivinarle sus intenciones o los que intentaban escudriñar las íntimas entrañas de sus misterios para no pisar en falso o sorprenderlo en una celada política.

Son muchas las historias y anécdotas sobre ese comportamiento, suficientes para pensar que manejaba un algoritmo de poder ajeno al entendimiento de la mayoría.

Una de ellas, que poco a poco trascendió entre el circulo de los secretarios de Estado, era la de su firma o rúbrica personal que solo valía, para cualquier fin, si estaba rematada de un “palito” o línea diagonal en la parte de abajo.

Se hizo frecuente que la gente del pueblo que asistía a las inauguraciones o actos políticos llevaran cartas para que él se las firmara, con instrucciones de dar una vivienda, una beca, un empleo u otra solicitud de ayuda.

Balaguer se las firmaba sin detenerse a leerlas, despertando un visible júbilo de los solicitantes, satisfechos de haber logrado sus anhelados propósitos.

Pero resulta que cuando iban al despacho de un secretario de Estado o director general de alguna institución gubernamental,estos verificaban si la firma llevaba el famoso “palito” y, si no, ahí mismo daban una excusa para no “cumplir” la orden.

En realidad, complació a una buena cantidad de ciudadanos, pero no al azar, sino validando su firma con el “palito” a los que, con plena voluntad y conocimiento de lo que estaba autorizando, quiso favorecer.

Cuando el presidente públicó su afamada obra “Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo”en 1989, adquirí un ejemplar y lo devoré de inmediato,porque tenía cita con él en Palacio, en mi condición de director del diario La Información, de Santiago.

Balaguer habia sido redactor y columnista de ese diario y tuvo la oportunidad de dirigirlo durante unos meses.

El objetivo de mi entrevista era conocer, de su propia voz, aquella experiencia, para publicarla en una edición especial con motivo de un nuevo aniversario del periódico.

Para cerrar el encuentro, le pedí que me autografiara el ejemplar de su libro que yo había comprado.

En razón de su avanzada ceguera, me coloqué a su lado y le acerqué la primera página para que pudiera hacerlo.

Imprimió su firma y al reclamarle que no llevaba dedicatoria,me respondió: “Pero ya acabo de hacerle un elogio personal en la entrevista”.

Consciente de que lo estaba comprometiendo a un difícil esfuerzo,no me quedó otra salida que decirle:pues póngale el “palito” para que valga.

Balaguer estalló en una carcajada ante esta ocurrencia…..y complacidamente lo hizo.

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