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La ruptura con el pasado

El pasado no parece ser muy relevante para los hombres y mujeres de la nueva generación, mayoritariamente jóvenes menores de 30 años.

Lo prueban las evidencias de cómo los modelos de vida en que se forjaron sus padres han sido ahora reemplazados por otros comportamientos y actitudes radicalmente distintos.

Mientras aquellos asumieron como paradigma del éxito y la realización personal el estudio, la carrera profesional, el trabajo y el matrimonio como fragua de la familia, en sus descendientes las metas y los caminos para alcanzarlas pasan por prescindir de esos parámetros.

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Obtener dinero, y mucho, en el corto plazo, que equivale a cosechar sin sembrar, se arraiga en las mentalidades del hombre moderno, que no teme echar por la borda los límites y valores de los viejos esquemas.

Esta generación luce decidida a saltar los marcos en que se erigió y sostuvo nuestra sociedad, convencida de que ya no resultan útiles en un entorno de transformaciones tecnológicas que guían y suscitan sus impulsos y prioridades aspiracionales.

Poco a poco se van disolviendo los referentes de los sistemas políticos; las esencias de la democracia se van vaciando; los héroes han caído en el olvido, las estructuras y regulaciones legales se quiebran y, de ese modo, el pasado y su historia van quedando atrás.

A la generación actual y a la del futuro lo que les atrae y conquista son las expectativas de unificar el robot y el ser humano en un modelo que facilite más ocio y menos ejercicio de creatividad mental, abriendo formas más expeditas de alcanzar superación, bienestar o riqueza.

Los escrúpulos éticos y morales que antaño distinguían los comportamientos sociales, el arraigo patriótico, el pudor nacionalista, no son ahora “rentables” ni imprescindibles en la implantación de un modelo abierto al libertinaje y los desacatos.

Comprender esta nueva mentalidad explica la razón por la que asistimos a una acelerada pérdida de los valores ancestrales, y a la entrada a una nueva era de insospechables destinos.