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Michela, una novia en la clandestinidad

Estaba convencido de que la providencia lo tenía reservado para “hacer algo grande” en la vida política dominicana.

¿Qué razón podía haber para que yo saliera ileso sistemáticamente de todos los cercos que me tendieron?, se preguntaba a sí mismo durante sus cavilaciones en la clandestinidad.

Transcurría febrero de 1973, hace ya 50 años, y el más relevante líder de masas del país en esos tiempos permanecía oculto evadiendo la feroz persecución que lanzó el gobierno sobre él, creyéndolo cómplice del desembarco guerrillero del coronel Caamaño.

La íntima confianza de que, al amparo de un designio milagroso “pude zafarme de las balas que presuntamente llevaban escrito mi nombre”, el protagonista de esta historia no vaciló en volver a arriesgarse.

Hablo del doctor José Francisco Peña Gómez, entonces secretario general del mayor partido de la oposición al régimen del presidente Balaguer, a quien yo visitaba a menudo en su escondite.

Pese a que la capital vivía bajo un virtual estado de sitio con las tropas detrás de su paradero, Peña Gómez violó algunas noches las reglas de la prudencia… solo por amor.

Resulta que al país había llegado en esos días una hermosa rubia holandesa, llamada Michela, mujer de gran estatura, de ojos azules y delicados gestos, con quien mantenía un secreto noviazgo.

Sus amigos del partido la tenían alojada, justamente, en una residencia muy cercana al sitio de su escondite, y furtivamente Peña Gómez iba a verla con cierta frecuencia, pero nunca amaneció con ella.

La había conocido mientras estudiaba en París dos años antes de la expedición de Caamaño. Y ella vino al país para estar a su lado en esos días aciagos, un detalle que pocos conocían.

El nido de amor de Michela y Peña Gómez era una habitación pequeña, con un tocador impecable sobre el cual tenía fragancias y cremas de belleza bien ordenadas, un decorado apropiado para los desfogues pasionales, lo único que podía endulzar sus vidas en medio de esta encrucijada.

Cuando cesó el peligro, Michela regresó a Holanda. Y poco tiempo después se suicidó. Él murió 27 años después, en 1998, atenazado por el cáncer, un enemigo al que nunca pudo vencer.

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