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Hay que avanzar en la reforma policial

Hace dos años, el Poder Ejecutivo promulgó la ley 590-16 que ordena la reforma integral de la Policía Nacional con miras a convertir a ese cuerpo en una institución más preparada y efi caz para proteger la seguridad de los ciudadanos y el orden público.

Desde entonces, la Policía ha tenido que abrirle camino a las reformas en medio de los valladares que implica el recrudecimiento de la delincuencia callejera, los homicidios y feminicidios, el desafío de las pandillas y los narcotrafi cantes y otros actores de los negocios ilícitos.

Las reformas, por tanto, marchan lentas, y esa es la razón por la cual la Policía se encuentra en un cruce de caminos donde se bifurcan dos grandes retos: modernizar sus sistemas de prevención y combate de la criminalidad y delincuencia, y enfrentar ambas con la efectividad y energía sufi cientes sin haber completado todavía la preparación de sus miembros en un nuevo modelo de aplicación de la fuerza.

En el cruce de estos caminos tiene que lidiar con la realidad de un sistema judicial y penitenciario cuyas sobrecargas impiden aplicar las respuestas punitivas que la sociedad le reclama, alarmada por los altos niveles de impunidad y de corrupción que permean los juicios a los delincuentes y el propio y profundo contubernio de policías, a todos los niveles, con estos últimos.

Esta intrincada madeja de realidades ha dado por resultado el desplome de la confi anza de la ciudadanía en la Policía y en la justicia, lo que se refl eja en la poca disposición de los ciudadanos de denunciar o querellarse en estas instancias por las dudas de que serán atendidas.

La sociedad no puede permitir que lleguemos a un estado de cosas en que dos pilares fundamentales para la seguridad ciudadana y el sistema democrático, basado en un orden público estable que garantice los derechos humanos, sigan atrapados en estas disyuntivas.

Hay que plantearse un esfuerzo serio para sostener y apoyar las reformas ordenadas por la ley 590-16, otorgándole a la Policía Nacional los recursos que necesita para modernizar sus estructuras, para capacitar a su personal en una nueva doctrina, para fortalecer su equipamiento y sus mecanismos de inteligencia y para convertirla, como es el ideal, en una policía de aproximación al ciudadano, civilista y menos truculenta y agresiva.

Como es lógico, es imperativo que, en medio de este proceso, no se cruce de brazos ni se paralice en sus propias incapacidades, ya que se encuentra desbordaba por la gran ola delictiva y criminal que sacude el país, ya que es la depositaria de la autoridad constitucional para combatirla.

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