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Cuando el cañón ruge, la diplomacia cede

En las metáforas y axiomas que enriquecen los manuales de la guerra, la expresión “cuando el cañón ruge, la diplomacia cede”, ha demostrado ser muy asertiva.

Grandes controversias entre las potencias mundiales se han resuelto, minimizado o congelado, al tenor de este antiguo apotegma del genio militar que primero despliega la fuerza para inducir a un arreglo, o a la confrontación definitiva.

El tablero del ajedrez del poder mundial cambió drásticamente tras las cumbres del presidente norteamericano Richard Nixon con el líder de China Comunista, Mao Tse Tung, y posteriormente con el premier de la entonces Unión Soviética, Leonid Brezhnev, en 1972, en el punto más alto de la Guerra Fría.

Estados Unidos hizo un apabullante despliegue de su Séptima Flota en el mar de China y bombardeó incesantemente la capital de Vietnam, Hanoi, y su estratégico puerto, el de Haiphong, semanas antes de la cumbre Nixon-Brezhnev, para romper el punto muerto en las negociaciones para finalizar la guerra de Vietnam y dar paso a la firma del acuerdo para la limitación de las armas estratégicas entre las dos principales potencias del mundo.

Rememorando estos precedentes es fácil encontrar algunas claves de hacia dónde parecían apuntar los impresionantes despliegues de portaaviones, submarinos, superbombarderos y arsenal nuclear de los Estados Unidos sobre la península coreana, para forzar al régimen del líder norcoreano Kim Jon-un a suspender la fabricación de armas nucleares.

El mundo estuvo en vilo, esperando, con los dedos cruzados, la inevitable conflagración que parecía inminente.

Ese temor acaba de desvanecerse. El presidente Donald Trump y el líder norcoreano han sellado la distensión en su histórica cumbre de Singapur. Y el mundo respira ahora en paz.

Pero para llegar hasta aquí tuvieron que rugir las maquinarias de la guerra, como en 1972, tras el minado del puerto de Haiphong.

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