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Un minuto de cordura, por favor

La prudencia y la sensatez se han ido evaporando rápidamente en nuestra sociedad, abriendo las válvulas a la irritabilidad, la ira y la violencia en las conductas y reacciones con las que muchos ciudadanos asumen las disyuntivas del día a día.

Sea por una crisis de dinero, de trabajo; sea por una razón sentimental o existencial, por un insignificante episodio del tránsito o por un conflicto pasajero con la autoridad, los espíritus lucen encrespados y cerrados a toda cordura o perdón.

La sociedad ha comenzado a ver, con alarmante frecuencia, conductas y sucesos inéditos de personas que llegan hasta el colmo de matar o maltratar por cualquier tontería, como si fuesen las únicas maneras de desfogar una frustración, un desengaño, un desacuerdo o una ofensa recibida.

Conductores que sacan pistolas, tubos o cualquier objeto dañino para dirimir inconvenientes en el tránsito; escolares que se van a las trompadas en las aulas, gentes que se organizan rápidamente en una turba para linchar a alguien, madres y padres que descargan sus furias contra sus hijos indefensos dándoles bestiales palizas, hombres que matan mujeres y homicidas de toda laya, llenan día a día las páginas de diarios y redes sociales, mostrando el nivel de la irritabilidad y la agresividad de muchos.

En el más reciente de esos episodios, un conductor mató a una estudiante de medicina e hirió a su acompañante en el Malecón, solo porque el vehículo de la pareja rozó el suyo. Sin más ni más, sin que mediara siquiera un minuto de cordura, le echó manos a su arma de fuego, atacó brutalmente y huyó.

Pocas horas antes, una madre enfurecida le propinó tremenda paliza a su hija de cuatro años, sin escuchar los ruegos de los vecinos de que la perdonara. Como este caso, hay centenares que se producen en el seno de muchas familias dominicanas y haitianas, evidenciando el alto grado de maltrato infantil, que no solo se circunscribe al daño físico y emocional, sino que se extiende a las violaciones sexuales y al “bullying”.

Sobre estos episodios hemos estado reflexionando en las últimas semanas, preocupados por el sesgo de violencia e iracundia que parece impregnar la conducta de los ciudadanos afectados, en lo individual o colectivo, por situaciones de precariedad, de debilidad de espíritu y de pesadumbres que se incuban en una sociedad atrapada en muchas crisis.

Pero la respuesta a tales frustraciones o desencantos no debe ser la venganza pura y simple, la prepotencia frente a los débiles, el irracional desafío e irrespeto a la ley y la autoridad, el atropello verbal o físico contra los padres que exigen mejores conductas a sus hijos, o la carga insultante, difamatoria e hiriente que adereza todos los modelos que se utilizan para criticar o exigir.

Lo que el país necesita es que cada ciudadano se otorgue a sí mismo un minuto de cordura antes de responder a situaciones inesperadas que se presentan en su vida, en su cotidianidad, en su trato con los demás, y cambien la ira por la tolerancia y el instinto de matar o de abusar por el de la indulgencia, todo lo cual se consigue cuando los espíritus se apaciguan y cuando sabemos darle a cada cosa su justo y real valor e importancia.

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