El chantaje de siempre

Esgrimir el argumento racial ha sido la vía favorita y malintencionada de aquellos que promueven la tolerancia total de la inmigración ilegal haitiana, en gran medida producto de un burdo y criminal delito de tráfico humano.

Cuando a esta acusación le añaden el ingrediente del odio, lo que buscan es suscitar, apoyándose en una falsa misericordia, la sensibilidad y la aceptación, de una ilegalidad, para inducir así al gobierno, y a la sociedad, para aceptar el status-quo irregular, a costa de sacrificar el mandato de sus leyes y su Constitución.

La gran repulsa que genera este desenfadado atropello a las leyes de migración viene dada por el abierto y manifiesto propósito de grupos nacionales e internacionales de querer forzar al Estado dominicano a hacerse de la vista gorda y dar carta de residencia o de ciudadanía, al margen de lo que constitucionalmente ha sido estatuido, a los ilegales que burlan los controles y, más que eso, que incurren en innumerables delitos en el país.

Sesgar como xenofóbicas las muestras de rechazo a estas violaciones es capciosa, si se toma en cuenta que los dominicanos han sido un pueblo abierto a inmigrantes que, como los españoles, los árabes, los judíos, los japoneses y chinos, así como de varios países latinoamericanos, han formado colonias laboriosas y respetuosas de las leyes y los valores culturales de nuestra nación, sin entrar en conflicto con los dominicanos.

Con más de un millón de haitianos ilegales diseminados en el territorio nacional, ¿cuántos de ellos han sido asesinados o atropellados por odio xenofóbico o racial en el país? ¿Cuántos han huido en masa, como en algunas zonas de África y Medio Oriente, por razones étnicas o raciales o religiosas?

Cuando se producen repatriaciones a cargo de la Dirección Nacional de Migración, estas se hacen de acuerdo a los protocolos internacionales, basadas en el hecho de que los afectados carecen de documentos o permisos ofi ciales, lo cual se reputa como un factor violatorio de las leyes aquí y en cualquier otro país del mundo que respete sus potestades soberanas.

El patriotismo, que es un sagrado y legítimo sentimiento de arraigo e identidad de todo aquel que nace en un país y le debe respeto a la madre patria, de la que habla el Papa Francisco, a sus símbolos y valores y a las leyes que rigen la convivencia pacífica, tiene que hacerse patente en cualquier circunstancia en que la soberanía y la dignidad nacional estén en proceso de colapso o aniquilación.

Cuando las armas de nuestros ejércitos o del pueblo insurrecto se hicieron sentir en las invasiones militares extranjeras de los siglos 19 y 20 ¿eran por odio o por racismo? No. Por ninguna de ellas. Eran por la humillación causada por extraños que vinieron a pisotear la soberanía y a sustituir los símbolos auténticos de la identidad nacional.

¿Cuál nación que defi enda su territorio de una invasión, sea cual fuese su naturaleza, ha sido acusada de xenófoba o racista por haber matado a tiros o hecho huir a los invasores?

Patriotismo y nacionalismo son dos sentimientos nobles, a los que nunca renuncian los hijos de una nación. Pretender abominarlos o mezclarlos con situaciones que obedecen más a la defensa de las leyes migratorias o al legítimo derecho de los dominicanos a vivir con sus normas y patrones culturales, es un fl amante y aborrecible desatino.

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