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Estupor y dolor

Otra vez la sociedad dominicana experimenta el estupor, la rabia, el duelo, por el cobarde asesinato de un joven indefenso para despojarlo de su teléfono celular, como ha ocurrido con tantas otras personas víctimas del estado de delincuencia generalizada e impune que existe en nuestro país.

Este abominable crimen ha herido la sensibilidad ciudadana porque ha privado de la vida a un ser humano joven, inocente, que brillaba como uno de los estudiantes más calificados de la carrera de Educación, es decir, un maestro en ciernes.

La circunstancia de que el asesinato se produjera horas antes de la ceremonia en la que se graduaría con honores en la Universidad del Caribe hizo ver a la sociedad el gran valor que estaba perdiendo en esos momentos, por culpa de unos bandidos que, de seguro, no tienen ni la educación, ni la vocación de servicio al país ni los nobles sentimientos familiares que adornaban la figura del joven Albert Ramírez Alcántara, el desafortunado.

Así como él otros muchos valiosos dominicanos han caído en las calles mortalmente heridos por balas o armas blancas utilizadas por los malandrines que, de día o de noche, atracan, abusan y matan para despojar a sus víctimas de algo que ellos entiendan que tiene algún valor.

Esto ha ocurrido con muchos jóvenes estudiantes o trabajadores, emboscados a la salida de universidades y empresas, tan vulnerables como los demás, a los desafueros de estos bandidos que, si no terminan muertos en enfrentamientos con la Policía o las pandillas contrarias a las suyas, solo purgan un corto tiempo en las prisiones.

En la acera opuesta a la de los delincuentes, están los jóvenes que pese a los modestos ingresos de sus familias, se esfuerzan cada día por estudiar, aprender y completar sus carreras profesionales, tomando transporte público, a pie o con sus propios medios, y soportado toda clase de sacrificos para graduarse.

Así era el joven Albert Ramírez Alcántara, un modelo de vida tronchado por la delincuencia justamente cuando estaba a punto de entregar su talento y sus buenas intenciones al servicio de la educación de los demás.

Otra irreparable pérdida para la sociedad y, en especial, para una familia que sentía justificado orgullo de contar con este valioso hijo de la patria.

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