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La sociedad descompuesta

La sociedad dominicana está francamente descompuesta, y cada día son más visibles las señales que marcan el descalabro de todos sus indicadores vitales.

En la génesis de ese retroceso hay muchas causales, pero no hay dudas de que la principal es la quiebra de la familia, desestructurada por los divorcios, la violencia intrafamiliar, la muerte del tutelaje o el arbitraje de los padres frente a sus hijos, la rebeldía frente a las leyes y la ausencia de frenos morales en buena parte de las generaciones que surgen en este contexto de descomposición.

La criminalidad es una de las secuelas. No solo es alta en función del número de víctimas de la violencia de género, infantil o delictiva, sino en las sobrecogedoras características de asesinatos que no parecen tener parangón en los anales del horror y la sevicia.

Como sociedad, estamos entre las primeras de América Latina, y otras regiones del mundo, con altas tasas de mortalidad en madres y niños; en embarazos de adolescentes; en matrimonio infantil; en accidentes de tránsito; en corrupción administrativa; en inseguridad ciudadana; en deserción escolar, y, en bajos rendimientos de los estudiantes en materias básicas del conocimiento.

Por igual, son altas las tasas de suicidios; de participación de jóvenes en el consumo y tráfico de drogas; en abortos; en población juvenil penitenciaria; en consumo de bebidas alcohólicas; en violaciones a las leyes elementales del tránsito; en desacatos a órdenes cautelares de la justicia (especialmente entre los hombres agresores o potencialmente agresores de mujeres); en evasión de impuestos; en falsificación de medicinas, y una múltiple lista de prácticas engañosas en perjuicio de los consumidores.

Naturalmente, hay luces dentro de estas opacidades sociales. Tenemos buenas credenciales en algunas esferas internacionales, como en los deportes y el arte popular, encarnadas en dominicanos que supieron sustraerse de los ambientes corrompidos en los que vive y crece la mayoría; dominicanos que se propusieron andar por las reglas, hacer el bien y esforzarse por el triunfo, sin caer en los lodos de la descomposición general.

No es nada agradable que así nos veamos en el espejo de la nación. Cada dominicano tiene que asumir que los únicos responsables de parar este derrotero somos nosotros mismos. O los únicos culpables, si nos quedamos de brazos cruzados.

Por dondequiera afloran las señales (y las consecuencias) de la descomposición de la sociedad dominicana.

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