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Grosera ofensa a la Virgen

Como todo lugar sagrado de la fe, sea esta de los devotos católicos, musulmanes o de cualquier religión, los santuarios siempre suelen ser respetados, aun en tiempos de guerra, salvo muy excepcionales casos.

Se les tiene como lugares propicios de paz, meditación, oración, contemplación, cultos y reverencias y sus entornos, por lo general, se impregnan del ambiente de recogimiento que dimanan de la espiritualidad que predomina en ellos.

Ni siquiera en países ateístas, que proscriben las religiones, cual que sea, pero en los que existen templos, mezquitas, sinagogas, catedrales o basílicas, se fomentan o se toleran acciones contrarias a la fe que estos lugares simbolizan.

Solo aquí, como vergonzosa excepción, parece romperse esta regla.

Y es lo que está ocurriendo con el entorno de la Basílica de Higüey, el santuario más importante de la Virgen de Nuestra Señora de la Altagracia, madre protectora y espiritual del pueblo dominicano, donde han proliferado, gracias a la irresponsable indulgencia de las autoridades, bares y negocios dedicados a la prostitución, mercado de drogas y fuentes de escándalos y reyertas que riñen contra su calidad sacrosanta.

La feligresía católica tiene que levantarse para proteger la inviolabilidad de la Basílica y para exigir a las autoridades de Higüey que pongan fin a estos actos indecorosos y bochornosos que se escenifican sobre todo en horas nocturnas y las madrugadas en torno al recinto de ese santuario.

Estos actos constituyen una grosera ofensa a la Virgen de la Altagracia, a cuyo altar acuden cada año miles de personas, algunas de ellas con fuertes y sacrificadas penitencias, a procurar el amoroso auxilio de la Madre de Dios, a entregarles ofrendas de gratitud y de esperanzas, y a depositar en ella toda intercesión positiva en favor de la paz y el progreso de nuestra nación.

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