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Urge redireccionar las vías públicas

Desde hace tiempo venimos insistiendo en la necesidad de producir cambios eficientes en el esquema de direccionamiento del tránsito en nuestras principales vías públicas.

La congestión vehicular, a cualquier hora del día, es uno de los grandes traumas de la capital.

Ni la cantidad en demasía de semáforos en una misma vía ni el sentido de la circulación que hasta ahora rige, brindan oportunidades para la mejor fluidez de los vehículos.

Calles de dos vías, en cualquier sector de la ciudad, son ahora verdaderas trampas del tránsito, porque a ambos lados existen hileras de vehículos parqueados y a menudo se originan tapones cuando los vehículos, desde una u otra dirección, quedan atascados en ellas.

Es preciso estudiar estos conflictos de flujos para tomar decisiones que alivien los problemas cotidianos.

Otro factor perturbador es la existencia de demasiados semáforos en una misma vía porque en lugar de facilitar el flujo normal de vehículos que circulan por sus tres carriles al mismo tiempo, lo hacen más lento y más caótico.

Un ejemplo: en la avenida Abraham Lincoln, desde el Malecón hasta la JF Kennedy, hay al menos una docena de semáforos distantes una o dos cuadras entre sí. Como no hay una sincronización entre ellos, la vía se tapona en cualquiera de esos tramos.

Hay que pensar en una solución más práctica. O se sincronizan los semáforos o se clausuran los pasos de algunas intersecciones para minimizar las intermitencias de los cruces.

O se cambia radicalmente el sentido de las grandes avenidas, para que la circulación sea en una dirección, o se especializan uno de sus carriles para permitir circulación en sentido opuesto.

Los expertos son los que tienen que decidir. Pero urge que lo hagan ya antes de que la ciudad se convierta en un espacio de millares de vehículos atascados en una misma vía o en marcha lenta, exasperante y estresante, como ocurre en la actualidad.

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