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El valor del silencio

“Yo hablo”, expresó el presidente Danilo Medina tras ser cuestionado sobre la interacción del Gobierno con la prensa.

Con prontitud la Oficina General de Comunicaciones emitió un comunicado con el desglose detallado de las 950 participaciones en medios de los principales funcionarios desde enero a octubre de este año. Estos datos muestran la relevancia y papel estratégico que tiene el proceso comunicacional para el Gobierno. El Estado ha aprendido a gestionar la comunicación de manera transversal, estratégica e integral de todos los esfuerzos emprendidos; ha instaurado una nueva cultura que los ha llevado a ser coherentes con lo que dicen y con lo que hacen, a homogenizar mensajes y lograr el uso uniforme de su identidad institucional. Han aplicado el uso del “storytelling” de manera magistral. A través de los audiovisuales, infografías y fotos, han servido para comunicar más que las palabras en sí mismas, con endosos de los mismos protagonistas de las historias. Dinouart afirmó “solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio”. El silencio es un elemento de comunicación en sí mismo, se considera el segundo poder después de las palabras. Las cosas más importantes de la vida se transmiten desde el silencio, y es, en este espacio donde se escucha verdaderamente. Frecuentemente, la falta de control sobre lo que decimos provoca situaciones incomodas y desafortunadas, ya sea por suministrar información innecesaria o confidencial, por anticiparnos demasiado, por estar expuestos a situaciones de conflicto sin la debida planificación o por estar de bocones, como suele suceder a menudo. La palabra planificada y guiada por la prudencia, nos permite reflexionar sobre qué debemos decir, cómo y cuándo para lograr el efecto deseado en nuestra audiencia. El uso prudente y oportuno de la palabra es muy aconsejable y puede, en la mayoría de los casos, ser más convincente que un elaborado discurso o postura sobre un tema. Actuar sin rumbo, visualizando la comunicación como la estrategia, y no el contenido, es un grave error. El Gobierno aprendió a administrar el silencio, interviniendo sólo cuando amerita. Tenemos la falsa creencia de que, para comunicarnos, es imprescindible hablar, y peor aún, que es un activo hacerlo de manera constante. Hablamos por hablar, la mayoría, en un ejercicio egocentrista de auto escucha. Todos tenemos derecho a permanecer en silencio si eso conviene a nuestros intereses. Es mejor ser prudentes, que, por ser habladoresde contenidos equívocos un ejercicio de comunicación. Los silencios unilaterales pueden desesperarnos, pero la intoxicación de vacuencia, en materia política, puede ser mucho más exasperante.

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