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Los alcancé a ver al cruzar, estaban apostados al frente del edificio. Lucían enfurecidos, al parecer algo grande estaba ocurriendo. Mientras avanzaba parecían multiplicarse. Llevaban pancartas y la foto del rostro de un hombre. Minutos más tarde supe de qué se trataba. Esa mañana se efectuaría el juicio en contra de un hombre que salvajemente había violado y posteriormente estrangulado a una bebe de menos de cuatro añitos. ¡Que dolor! Esto es una verdadera tragedia humana. ¿Qué le ocurrió a ese hombre? ¿Qué infernal ser convenció su voluntad para ejecutar tal mal? ¿Acaso no tiene sentimientos o no le enseñaron el amor al prójimo? Me remonté al día en que el médico le dijo con júbilo a la señora “nació varón”, al gozo que produjo el bebe en el hogar, la alegría con su balbuceo, sus primeras palabras, y su primer día de escuela. En algún momento le decían “mi niño lindo y bueno” y el corría emocionado a los brazos de sus padres. ¿Qué aconteció? ¿Cuándo se originó la transformación? ¿En que momento se mudó de la casa segura de mamá y se traslado al averno? Desconozco en este caso particular qué sucedió, pero son muchos los factores que intervienen para llegar a ese punto, aunque debo admitir que la formación en el hogar es un factor determinante. Estoy convencida de que hay una “línea” muy delicada entre lo importante y lo urgente, y es muy fácil cruzarla, tan delgada es, que a veces no nos damos cuenta que estamos del otro lado, porque casi de modo automático justificamos nuestras acciones urgentes alegando que son importantes para el bien de nuestra familia. Hay hechos de los cuales somos protagonistas, que una lucecita interna se nos enciende indicando que no debemos hacerlo, que no tomemos más horas extras en el trabajo, que equilibremos la diversión, que no dediquemos tanto tiempo a las redes sociales, a los intereses propios, deportes, fiestas, que dosifiquemos nuestras acciones. Siempre seremos advertidos por nuestra conciencia, Dios a escrito su ley en el corazón y esa amonestación interna siempre nos confronta, pero aún así, emerge de nuevo lo urgente, y corremos de un lado a otro por las urgencias, y lo importante lo postergamos, total, “no hay por qué preocuparse, nuestros hijos están en la casa, los chicos entretenidos con sus videojuegos, las chicas la pasan súper bien chateando y los menores están a cargo del televisor” así que mientras ellos estén ocupados nosotros podemos encargarnos de otras cosas,… y luego llegan las sorpresas. Eso no está bien. No pretendo establecer que esa es la causa, pero si verificamos los modelos, nos daremos cuenta que parte de la descomposición tiene sus raíces en la mal formación del hogar, en la falta de autoridad, en la ausencia de disciplina, en la pobre manifestación y expresión de amor, y en la mala calidad del tiempo. No nos culpemos, asumemos nuestra cuota de responsabilidad, y admitamos el alto componente de descuido, pero también entendamos que aún estamos a tiempo de enmendar. La Biblia, esa misma que aparece en nuestra bandera nacional, señalando de alguna forma que ella es el centro para el manejo de leyes y conducta, dice, que la mujer sabía edificar su casa y que el padre que ama a su hijo lo corrige. Edificar es infundir en los demás sentimientos de piedad y de virtud, también, es el trabajo que se realiza colocando sobre un fundamento, en ambas definiciones hay un trabajo sistemático y deliberado que hacer y Dios nos encargó ese precioso ministerio de formar y sostener la familia, la corrección en amor es fundamental para la edificación de ese pequeño que Dios puso en nuestras manos. El compromiso es nuestro como padres, no podemos delegar nuestro trabajo, se puede tener ayuda de parientes, familiares, empleados fieles, maestros e instructores, pero nada sustituye ni está por encima de los padres. Por esa razón, cuando ocurren situaciones como las arriba expuestas nos preguntamos qué sentirán los padres al ver a su hijo infligiendo la ley, cuando ven la foto de su hijo y una multitud enardecida pedir a gritos que lo maten. Es doloroso para la familia de la bebita asesinada, pero hay otra muerte que queda evidenciada, es el fallecimiento paulatino de la sociedad, de la salubridad de la familia, y cada uno de nosotros, de alguna forma, está contribuyendo con su sepultura. Si queremos preservar la estabilidad de la nación a través de una sociedad íntegra, entendamos que esto solo es alcanzable aportando familias sanas. No todo está perdido, yo sé que podemos esforzarnos más, fomentemos los valores en los hogares, hagamos reuniones en los barrios, usemos las juntas de vecinos para orientar y dejemos a Dios entrar a nuestras casas, él es profamilia, la instituyó, si se lo permitimos nos ayudará a tener una mejor nación. Oro por las familias que sufren al ser víctimas de la delincuencia o por tener un agresor en casa, te invito a hablar con Dios y encomendarles a tus hijos cada día antes de que salgan. Dios lo hará, él es profamilia. Dios bendiga tu familia. franciatejera.gmail.com

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