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Cine/comentario

Un tigre que sabía demasiado

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Ángel Alonso DolzSanto Domingo

Todo concepto tiene la potencialidad de ser aceptado, negado, cuestionado, vuelto al revés... y en cuanto al cine, puede reconocerse no que ha muerto pero sí que agoniza como también aquel oficio del Siglo XX que fue la crítica cinematográfica.

Desde los primeros curiosos que se acercaron al Cinematógrafo Lumiére sin que nadie predijera en qué se transformaría lo que parecía un simple experimento o un fenómeno de feria, mucho se ha trillado; la historia del Séptimo Arte de aquellos inicios a golpe de manivela transcurrió en un desarrollo parabólico cuya etapa crucial, en el sentido estético, se manifestó en la primera mitad del siglo XX.

No significa ello la ausencia de obras artísticas de relevancia en los años posteriores, incluso hasta nuestros días; sin embargo al promover entre los analistas cinematográficos una selección de filmes de excelencia, los títulos se corresponden con producciones -esto es singular- de los años cuarenta y cincuenta.

Es precisamente en aquellos años esplendorosos del Cine cuando Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929 - Londres, 2005) siente el llamado de la sala oscura, del haz de luz y de las imágenes sonoras sobre una pantalla; abandona los estudios de Medicina y se inclina hacia el Periodismo, como si percibiera la vocación de crítico y guionista que se gestaba en él.

Se lanza junto al entonces incipiente realizador Tomás Gutiérrez Alea y el cameraman Néstor Almendros, entre otros, a la fundación en 1951 de un cineclub al que se llamó "Cinemateca de Cuba"; cinco años después escribía las críticas cinematográficas en la revista Carteles y nacía el sobrenombre con el que se dio a conocer para los amantes del Séptimo Arte: G. Caín.

El contexto de aquel modesto centro de visualización de filmes con sus debates y sesiones de investigaciones estéticas, permitió a Guillermo Cabrera Infante adquirir con profundidad conocimientos acerca de la estructura y las técnicas que le harían exponer en sus artículos periodísticos su modo de hacer interactuar al espectador con la obra cinematográfica.

Apartado de las incipientes corrientes de una crítica gacetillera que más bien exponía motivaciones argumentales, ciñéndose a narrar sin penetrar en la esencia del fenómeno, se hizo reconocer como un crítico que iba, más allá de la anécdota, a la exposición de los recursos formales en los cuales debía concentrar la atención quien se enfrentaba a la película. Más allá de un simple redactor que se siente como un Dios para dar su beneplácito o no a la cinta exhibida, se apropió de la condición del maestro que realiza una disección para hacer evidentes a favor o en contra, las costuras de la obra analizada.

G. Caín llegó a ser un periodista de raza, un guionista sutil -transgresor a la vez- como también un novelista de trascendencia, y aunque parezca imposible todo fue a partir de la simbiosis entre esos diferentes modos de expresarse. Las críticas de Cine de Cabrera Infante tienen un trasfondo literario y su propia concepción de un guión, tal como sus novelas dejan entrever otras cualidades como el ensayo.

La primera obra de G. Caín que salió de una imprenta es una selección de cuentos: Así en la Paz como en la Guerra (1960), pero cuando escribe Un Oficio del Siglo XX publicado en La Habana en febrero de 1963, reconoce que ahí reside el precedente de su estilo literario.

Este libro recopila críticas de filmes exhibidos en las salas habaneras, publicadas en la revista cubana Carteles de 1956 a 1960 y en el semanario Lunes de Revolución (del que fue director) entre 1959 y 1962, pero no se limita a la simple reseña habitual, sino que juega en todos los sentidos con las palabras y destila ese cierto humor que se refleja en su novelística posterior. La última película que asume en Un Oficio... es Los 400 Golpes, del realizador francés François Truffaut, a la cual se refiere expresando que ese filme es cine del futuro para luego acentuar: "Es una obra maestra y curiosamente no lo parece".

Guillermo Cabrera Infante -él lo aceptó así- vivía en su luneta, en la platea de cualquier cine aún cuando caminara por las calles o estuviera cenando en un restaurante, porque sus pensamientos fluían en cascadas de imágenes, las más de las veces con los matices del blanco y negro del cine noir.

Cinéfilo como pocos, su enfoque de la realidad estaba tamizado por la comparación de los hechos con escenas cinematográficas que editaba en el subconsciente, en lo que puede definirse como "su espacio interior". Sencillo le resultó elaborar años más tarde desde el exilio los guiones de los filmes Wonderwall (1968), Vanishing Point (1971) o La Ciudad Perdida (2005) porque podía predecir cada escena con imágenes idealizadas que luego transcribía sobre papel. Siempre llevó una enorme ventaja sobre otros guionistas y ésta se fundamenta en lograr que la aguda visión del crítico predijera los resultados.

Como crítico cinematográfico G. Caín se rebela contra el concepto de la valoración del filme que venía impuesto desde publicaciones francesas como Cahiers du Cinéma; reniega de la óptica cerrada que circunscribe el análisis al director-realizador y se decide por hacer partícipes de la relevancia y la connotación a otros factores que considera imprescindibles en la obra, como son los guionistas, la dirección de fotografía, la música y el elenco.

Cabrera Infante entiende que una película no es el cuadro, la escultura, la novela que responden a la autoría singular, pone en valor el concurso de un equipo que se integra en aras de conseguir un resultado final colectivo.

G. Caín resultó ser una piedra en el zapato para el gobierno revolucionario por sus desavenencias en términos políticos; la mejor estrategia para quitarle de la palestra pública, tratándose de un intelectual de prestigio y muy reconocido, fue destinarlo a la Embajada de Cuba en Bruselas donde permaneció por un tiempo, hasta que en 1968 tomó la decisión de no regresar a su país por agravarse sus discrepancias con las esferas oficiales. La película de la Revolución Cubana finalizaba para Cabrera Infante; viajó a Madrid y de ahí a Londres donde falleció en el año 2005.

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