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“Tras la montaña”

Sostiene el budismo que sin medio ambiente no puede haber vida. Esto es así. Para que la vida florezca, necesariamente, debe de existir un medio ambiente natural propicio para que pueda hacer su aparición. Por lo pronto, el hombre se ha alejado del mundo natural y encerrado en el mundo que ha creado. Si Rousseau apeló que el hombre debía volver a la naturaleza, fue genial, pero su vuelta no iba a ser tan fácil. Había desarrollado tanto su ambiente humano que, aun sostenida por la naturaleza, lo llevó a ignorarla. Se convirtió en depredador. Hoy en día planea su destrucción total, como acto de locura que justifica su ego. Una poesía que pone sus ojos en ella, es digna y meritoria.

La naturaleza, para los primeros filósofos griegos, no fue un simple contemplar. Fue un tablero adonde indagar sobre el origen o principio del Ser; cosa paradójica, para el hombre de hoy, inserto en el ritmo de la ciudad, le es indiferente. No hay asombro, ni interés en ella, salvo como uso de depredación. Volver a la naturaleza debe tener otro sentido: Preservarla.

Nuestro poeta, Ramón Perdomo se acerca a la naturaleza con respeto, con miramiento y consideración. Acto que merece elogio. Esa belleza natural debe ser exaltada junto con el sujeto que la contempla. Ciertamente, uno de sus objetivos es despertar la sensibilidad del lector, que permita la empatía con la madre naturaleza.

PAISAJE

“Una garza volando se mira en el espejo.

Una cortina de manglares besa el río

Que revive cada mañana

Y se ve muriendo al anochecer.

Dos gaviotas, cuatro alas,

Una yola, dos pescadores,

Tres golondrinas zigzagueantes,

Un cangrejo afana para esconderse de la gente

Y en la distancia, la espesura del monte,

Con sus nidos entonando una canción.”

(Pág. 7)

Estamos ante una estampa del paisaje. Esclarece en el lector, en su cotidiana preocupación, un despertar a la riqueza natural que, además de proveernos, nos da su belleza que estremece y nos hurga.

Me recuerda la poesía tradicional China que tiene por escenario el paisaje, como vehículo para la contemplación profunda. Es decir, la fusión del sujeto con el concierto de la naturaleza. O en la poesía norteamericana donde tiene otro carácter la contemplación.

Destacar esta poesía de Perdomo, es una vuelta a la naturaleza que despierta en el sujeto esa empatía dormida en su interior, donde sujeto y objeto, a pesar de ser dos, son uno en esencia, inseparable.

OTRAS NUBES

Montañas sin faldas ni laderas

Se dibujan a la distancia.

Algodones volando con el viento

Como trazos sin lienzos

Y pinceles que la diseñan.

Barcos imaginarios levitan

Bajo el manto azul del día

Y al fondo, el horizonte callado.

(Pág. 22)

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