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LA CUARTA PARED

Algo mal habrá hecho Eva

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Virginia Sánchez NavarroSanto Domingo

Las mujeres son chismosas. Las mujeres son sensibles. Son celosas. Inseguras. Las mujeres no pueden estar juntas. Siempre se están criticando. Las mujeres no saben ser buenas amigas entre ellas. Las mujeres son así. Neuróticas por naturaleza. Competitivas por herencia. Ponlas juntas y son, como dirían los gringos, unas “bitches”.

Nace otra niña. Nace otro niño. Y el humo de estas palabras empieza a caer sobre sus cabezas, gota a gota, soplo a soplo. Y así se multiplica la maldición, la errada noción, el mito propagado desde el principio del Tiempo y desde todos los confines de la Tierra. Algo malo habrá hecho Eva, pero te aseguro que no fue morder la manzana. Algo mal habrá hecho Eva y probablemente fue algo así como haberse visto muy astuta e ingeniosa. A lo mejor dejó ver muy temprano que tenía algún tipo de iniciativa y esto fue simplemente, demasiado amenaza. “¿Cómo la callaremos? ¿Cómo la atajaremos?” - preguntaron. “Fácil, corre el rumorÖ”

Y así empezó el embrujo; ahí empezó la condena. Y tan profundo se impregnó aquel cuento que, al final, la misma Eva ya no estaba tan segura de que fuera una mentira. Así las Evas empezaron a creerlo y ese fue el punto más perfecto de la antigua maldición. El mito se cimentó y cada nueva Eva nació con su marca quemada sobre la superficie del subconsciente.

Sería muy fácil buscar culpables. Sería sencillo y predecible decir que, todo fue una creación de los hombres y enojarnos con ellos y gritar. Pero eso no resuelve nada. Los embrujos, los grandes embrujos, no mueren como consecuencia de acciones obvias. Toma esfuerzo, toma sacrificio, toma un despertar que, a lo mejor no es del todo agradable porque la realidad es que, el rumor dio resultado. La semilla fue sembrada y por siglos las mujeres hemos sido condicionadas a temernos, a provocarnos las unas a las otras. Y el gran secreto es que, no importa de quién ha sido la culpa. Echar culpas es de quien ya no tiene ideas ni voluntad.

El gran secreto es que, el hechizo se rompe, se desbarata por siempre, al instante en que entendemos que el mundo no es lo suficientemente grande únicamente para los hombres, sino para nosotras también. Que nuestras todavía limitadas oportunidades solo se multiplicarán si le permitimos el paso a otras, si demandamos que se abran puertas, no solo para una misma sino para las demás, si nos damos cuenta de que, una cara más bonita que la nuestra no es una ofensa mortal, que la nueva muchacha de la oficina no vino a quitarte el puesto, que no todas las demás están bajo la suposición, al igual que tú, de que tu novio o esposo se parece a Brad PittÖ que las otras no vinieron aquí para quitarte toda la atención que se centraba en tí y que, aún si lo hacen, estará bien, porque después de todo ¿para qué quieres la atención de alguien cuando es una atención tan mudable e insustancial?

La maldición se acaba cuando... nos damos cuenta de que, esa marca en el subconsciente es un objeto extraño que no tiene lugar en nuestra verdadera historia. El hechizo se rompe cuando decidimos no andar siempre en contra, sino a favor. Cuando no tenemos miedo de sonreírle a la mesera y decirle “gracias” o “me gustan tus aretes”. Cuando no tenemos miedo a decirle a una mujer que sabe algo que nosotras no sabemos: “Enséñame” y cuando no, nos abstenemos de enseñarle a las demás lo que sabemos nosotras. Cuando dejamos de decir: “Es solo culpa de los hombres” y admitimos que a lo mejor, el poder y la influencia de las madres suelen ser mayores y que deberían estar mejor enfocados.

Que, después de todo, la maldad más grande y el chiste más negro fue ponernos a las unas en contra de las otras y que solo nosotras podemos decir: ‘dejemos esta vaina’. Que ya está bueno de hundir a la otra para así sentirnos mejor.

Está bueno de decir: ‘Esa es demasiado sexy, seguro que es bruta’. Está bueno de decir: esa anda demasiado, ¿quién la estará patrocinando? Que en verdad, no ganamos nada con haber hablado mal de la otra para que no le ofrecieran el trabajo. Que la vida ya de por sí nos pone demasiadas pruebas extras como para encima, hacérnosla más difícil. Que ya fue suficiente de querer escapar del tarro de mantequilla cada una por sí sola y que, si nos sentáramos un segundo a pensar, seguramente encontraríamos varias maneras de salir de él si trabajamos todas por todas y que ninguna de estas maneras incluye cortarnos los ojos, ni ignorarnos al pasar. Que, ¿a quién le importa si aquella es demasiado simpática, si es demasiado seria, si está más roca, si aún no se casa?

Que es imposible que, a estas alturas, siga propagándose de esta forma el mito y que no nos hayamos despertado un día con unas ganas inmensas de encender una gran fogata, en la que podamos quemar de una buena vez esos malditos rumores.

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