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QUÉ LEER

Invención de la locura

Poeta es quien se coloca en el filo de la realidad para desenmascarla; vociferar desde allí sus miserias y sus placeres. Rosa Silverio, en su poemario más reciente: ‘Invención de la locura’, se coloca en el borde de tres realidades distintas e igualmente viscerales para la existencia humana: la palabra, la locura y el intento de cordura. Así mismo titula los tres apartados en los que subdivide su “invención”: Invención de la palabra, invención de la locura y Psiquiátrico. Tres acápites para clasificar tres matices de su identidad poética. Una suerte de curva que empieza con la aparición del vocablo y termina con la palabra vuelta susurro desdoblada y servil a los espantos de la sinrazón.

El libro inicia con un poema de nota alta: una loca de atar que hace de la conciencia una rival a la que hay que humillar y con la que hay que pulsear constantemente. Y así sigue la autora a lo largo del texto planteando oposiciones tan binarias, que su conjugación solo es posible en el límite de una locura que, se reconoce en el espejo de una razón que se sabe débil ante ella.

Por eso, estos poemas de Rosa son un dardo que apunta al centro de la sensibilidad. No se detienen en las fisuras, ni en los pliegues de la lógica. Su objetivo es detonar justo en el blanco del corazón. Como ya dijimos, la razón es el instrumento que sirve de contrapeso para darle a la locura el sitial de preponderancia que ocupa en el libro. Aunque este juego está también ensamblado desde el centro de la voz poética. Una voz impetuosa, desatada e incontrolable que solo es acallada por otra voz que clama por la cordura. Y en ese punto, ambas se disputan su presencia en el poema. Aunque en la mayoría de las ocasiones la locura termina por redimir a la razón.

Esa fuerza que funciona como el eje de toda esta armazón poético tiene un género común: el femenino. La locura es mujer, la voz poética también es mujer, y la razón como categoría filosófica, es también femenina. En el primer caso: locura y mujer, ninguna de las dos se disputan el protagonismo. Ambas se padecen, se sufren y se pertenecen en la misma proporción. Pero la razón es una tercera fuerza que no se une a las anteriores como la antagonista.

Una última presencia que no debe dejarse de lado en este libro es la constante inclinación a la pregunta. A través de una o muchas preguntas, y siempre apostando por la disolución de algo, me atrevo a decir que el orden, y la consecución de otro algo, me lleva inevitablemente a apostar que esa consecución no es otra cosa que es el caos.

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