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LAS PÁGINAS BLANCAS

El lector como héroe

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Carlos X. ArdavínSanto Domingo

Suele ser cada día más raro toparse con un libro tan estimulante como El último lector de Ricardo Piglia. Como lectores nos vemos cotidianamente bombardeados por tantos alumbramientos de supuestas obras maestras, que cuando leemos libros como el que reseñamos, de indudable calidad, volvemos a experimentar el primigenio asombro ante la lectura y acabamos por reconciliarnos con el mercado editorial actual, no tan estéril como nos hacen pensar las múltiples obras que se nos caen de las manos nada más traspasar el primer capítulo.

El propósito de este libro de Piglia es, como él mismo asevera, describir “la compleja presencia del lector en la literatura” (p. 21). Se trata de una travesía de índole autobiográfica, apasionada y llena de felices ideas. Como él mismo declara, su libro no es un inventario exhaustivo de sus lecturas, sino un recorrido arbitrario por algunos modos de leer que han marcado su memoria y determinado de manera significativa su propia escritura. En síntesis, una especie de diario en el que la emoción y el intelecto confluyen en el comentario textual. De ahí que Piglia escriba que “este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito” (p. 190).

En El último lector lo que se intenta es analizar cómo el acto de leer configura la obra de autores como Borges, Kafka, Poe, Chandler, Defoe, Tolstoi o Joyce, y la de personajes como Ernesto Che Guevara, todos ellos lectores voraces y disciplinados. Por cierto, el capítulo dedicado a este último es uno de los más lúcidos del libro. La evocación de Guevara subido a un árbol y enfrascado en la lectura de un libro mientras los militares bolivianos lo persiguen, es, para Piglia, uno de los momentos claves de la existencia del mítico guerrillero.

Borges, nos dice Piglia, es “uno de los lectores más persuasivos que conocemos” (p. 19), y la imagen suya que se convoca es la del autor de El Aleph tratando de descifrar las letras de un volumen, asediado por la ceguera. Esta evocación postula la figura del lector puro, aquel para quien “la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida” (p. 21). La citada figura encontrará en Joyce y su monumental Ulysses su más logrado exponente.

El último lector es un texto que busca la complicidad de un lector minucioso. Es obra exigente, ideal para aquellos que huimos del fragor estival y amamos el silencio y la soledad.

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