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LAS PÁGINAS BLANCAS

Al despertar

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Carlos X. ArdavínSanto Domingo

La luz del día se filtra por la ventana, calladamente. El pensamiento despierta de su accidentado letargo; despejar los ojos para observar el techo blanco y las transparencias del aire veteadas de polvo. Ya lo dijo el filósofo: si miramos un objeto por más de media hora, alcanzaremos su secreto. Voy por la vida con la mirada vendada. Repleto de musarañas el magín, no acierto a descifrar la belleza cotidiana. Luengas columnas de hormigas transitan delante de mí, y mis manos, antaño frondosas de caricias, son hogaño árboles malheridos.

Me levanto con desgana. Las sábanas, de madrugada, constituyen un refugio predilecto. Como mullida tumba, albergan el fruto maduro de mi cuerpo. Esqueleto, osamenta, ruina, pestilente río que desembocará en el mar de la nada, un día que deseo todavía lejano.

De mi observación mañanera poco he sacado en limpio; apenas el bosquejo de unas frías cavilaciones: el blanco en realidad no es tan compacto como creía, una amarilla coloración habita su hondura; el techo tampoco es liso ni de regular superficie, más bien representa una llanura poblada de escasos pero visibles promontorios; por último, detecto varias nidos de arañas pacientes y silenciosas. Es un mundo a escala, sucinto, pequeño pero enérgico y vital.

Conviene advertir que la luz ahora es más intensa, lo que permite las contemplaciones microscópicas.

Mientras desayuno reviso el periódico: las mismas noticias, pero cada vez peor redactadas. La escritura periodística, ayer tan sugestiva, hoy me parece un álbum de erratas y deslices ortográficos. Quedan, como único consuelo, las columnas de Luis o las meditaciones de Giovanni.

Concluyo mi frugal colación. Y salgo de casa con mis libros y carpetas, con mis papeles mustios y mis lápices como lanzas.

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