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Literatura

La soledad del escritor

Muy buenas noches a las personas que nos acompañan en este espacio literario especialmente diseñado para esta ocasión, a los miembros de la prensa, a los artistas, a los familiares, amigos y al público en general que se ha dado cita en esta noche.

La publicación de un libro implica siempre un esfuerzo colectivo, en este momento quiero agradecer de manera personal a la Alianza Cibaeña y a su presidente Ing. Gregorio Amado Padrón. A los escritores: Andrés Acevedo, Máximo Vega, Marlon Anzellotti y Daniela Cruz, a nuestra cantante invitada Ivelisse Jiménez, a Mónica Padilla a mis sobrinos Mel y Enmanuel Tavárez y a mis cómplices: Randy Simões, Jon Soldani, Eneris Tavárez y por supuesto Manuel Tavárez.

Sin embargo, antes de llegar a este punto, el momento en que un lector pueda tener una obra terminada en su mano, un escritor debe enfrentar un desafío: es el mito de la página en blanco y para esto la soledad es una condición necesaria, imprescindible.

Mucho se habla sobre la soledad. Pero, ¿qué es? ¿Cuál es la descripción más acertada? Una de las definiciones más sencillas dice: “Circunstancia de estar solo o sin compañía”. Sin embargo, para un escritor va más allá. No es simplemente el hecho de estar solo, sino de sentirse solo. Que en el momento justo de la creación, en ese espacio únicamente existan él y la página en blanco. Entonces podríamos modificar la frase y decir soledad: “Circunstancia de sentirse solo o sin compañía”. Y ese sentirse solo implica que el escritor debe descubrir el espacio y encontrar el tiempo necesario para poder comulgar con su obra. Algunos escogen como santuario un lugar de la casa, otros una oficina, un parque, una iglesia, un bar. El entorno no es importante, lo que realmente interesa es la capacidad de aislamiento del escritor. Gabriel García Márquez decía que “el mejor lugar para vivir un escritor es un burdel: fiesta en la noche y silencio sepulcral en las mañanas”.

Con el tiempo el escritor se aleja de las distracciones del mundo y siente cada vez más profunda la necesidad de estar literalmente solo. El autor, comprometido con su obra, se vuelve más exigente consigo mismo. Una frase de la novelaAura del laureado escritor mexicano Carlos Fuentes dice:“La soledad es necesaria para alcanzar la santidad. Se han olvidado de que en la soledad la tentación es más grande.” Sí. La soledad es tentadora y una vez que te acostumbras a ella inventarás mil escusas para poder disfrutarla. Sin darse cuenta algunos escritores se convierten en misántropos y rehúyen el trato con las personas, otros simplemente tienen una doble vida, guardan las apariencias, establecen horarios y espacios, creando un mundo paralelo que les permite convivir con la sociedad, sin renunciar a su necesidad de escribir.

La escritura se convierte en un hábito, una parte esencial de la vida del escritor, por definición escritor es quien escribe y en este caso, quien escribe obras literarias, por lo tanto el escritor deberá anteponer y defender si fuera necesario su derecho a escribir.

El escritor de cuentos es como un velocista de los cien metros planos, pone toda su concentración, su energía, su fuerza y su entusiasmo en una corrida que dura poco tiempo. Luego extasiado disfruta su hazaña. El escritor de ensayos es como quien corre una carrera con obstáculos con su vista siempre fija en la meta, sabiendo que deberá salvar algunos estorbos antes de llegar a ella. El escritor de novelas es como el quien corre en un maratón, necesita un esfuerzo continuo, prolongado pero cuando sea necesario deberá bajar el ritmo, rehidratarse, determinar si su estrategia lo llevará a buen término y entonces continuar. A diferencia de las competencias de atletismo, los escritores no compiten entre sí, su competencia es consigo mismo, llegar a los niveles de excelencia exigidos por el propio autor. No interesa si tardamos un día o quince años, lo importante es que la obra sea el reflejo de nuestro mundo interior, que nuestros personajes, esos seres que sólo pueden existir a través de nosotros, sean libres, independientes. Como las semillas de cedro que vuelan lejos para germinar, y convertirse al igual que su progenitor en un árbol fuerte, alto, imponente. Así nuestros personajes, una vez conozcan la luz, nos abandonarán. No nos necesitan, tienen su propio nombre, cuentan su propia historia. Cuando esto suceda, una vez más, estaremos solos y nuevos personajes con nuevas historias llenarán nuestro mundo.

Es difícil describir el ambiente necesario para que un escritor pueda crear una obra literaria. Yo, para escribir, necesito una taza de café, una página en blanco y estar sola, o mejor dicho sentirme sola. Para mí, siempre ha sido así… desde los lejanos tiempos de ginebra hasta los oníricos tiempos de vino blanco.

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