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LITERATURA

Dos obras de José Luis González

José Luis González (República Dominicana, 1926-México 1996), nacido accidentalmente en Santo Domingo, es el cuentista nacional de Puerto Rico. Su padre, inmigrante de “La isla del encanto”, no pudo resistir los embates de la Era de Trujillo.

A finales de los años treinta, decide retornar a su patria con su pequeño hijo y su esposa (una criolla ejemplar) y allí se establece definitivamente.

Pasan los años y la familia emprende una nueva vida en la cual se prioriza la correcta educación del niño.

Inspirado en la historia del país y educado en un ferviente amor a las causas de la libertad y la independencia, el niño se vuelve joven, y el joven se hace escritor.

Antes de cumplir los veinte años ya había publicado un par de tomos de narrativa, y el último de ellos, “Cinco cuentos de sangre” (1945) fue prologado por Francisco Matos Paoli.

A finales de los años cuarenta, el joven parte a los Estados Unidos a cursar estudios. Regresa a su país, pero en breve tiempo, su presencia es vedada por el “macartismo”, debido a su militancia independentista, y al marcado carácter de denuncia de sus escritos. Pocos años después, decide el exilio, en el cual no solo se jugaba la suerte de su carrera literaria, sino lo que fue peor, un impedimento de entrada a su país por más de veinte años, es decir, hasta su misma muerte, ocurrida en México, país de los tantos visitados, y donde único encontró fuertes garantías para mantener su firme postura antimperialista, tanto literaria como humana. Allí pudo ejercer su oficio de periodista hasta sus últimos días. Allí, junto a su esposa Eva (de origen checoeslovaco), encontró un ambiente de seguridad intelectual que no solo les garantizaba recomenzar su vida, sino olvidar los desastres del socialismo en la patria de Fuzik: ambos tuvieron que escapar de Praga por no poder soportar la “stanilización del socialismo”.

En México, no sólo prosiguió su notable carrera literaria, inspirada en su tierra, y en los conflictos del hombre contemporáneo que luchaba por no perder su identidad, sino que constituyó un puente que le abrió la universalidad a su pensamiento y a su propia obra. Además, su perfecto dominio del inglés y el checo, le permitió traducir al idioma de Cervantes algunos autores fundamentales que, como Antonio Gramsci, Lewis y Deutscher, le permitieron encontrar aquellas relaciones entre cultura y política que la ortodoxia marxista no recogía con suficiente lucidez.

José Luis González fue un revolucionario crítico de la autocracia de los Partidos Comunistas de Europa del Este, de las posturas extremas del marxismo en América Latina y Puerto Rico. Su vida marcó también su obra literaria (la cual no niega una marcada influencia de Juan Bosch) y reflejó siempre, junto a la textura artística, sus evidentes lacerantes y marcados puntos de vista sobre la realidad política y la historia social de Puerto Rico, escenario donde transcurren la mayoría de sus cuentos y noveletas.

La carta

Incluida en ¨El hombre en la calle¨ (1948), esta pieza es una de las joyas de la cuentística caribeña.

Con ella José Luis González inaugura dentro de la llamada “literatura urbana” un discurso novedoso, antecedente de cierta zona de la narrativa moderna contentivo de “una economía sorprendente de adjetivos y metáforas, en cuyo estilo cortado, adrede, la reticencia sigue hablando después del verbo escrito ‘ab libitum’”.

En menos de trescientas palabras, el autor bosqueja la historia de un inmigrante boricua en Nueva York, a través de una carta que le escribe a su madre (Qerida bieja). En breves trazos, el lector descubre el falso optimismo del personaje, no solo a partir de las faltas de ortografía (en palabras claves como “alministradol”, “compral”, “mandalselo”, “travajando”, “bendision”, etc.) sino de la propuesta existencial que aparece ante el lector dentro del discurso narrativo.

Aquí no hay giros espectaculares ni esteticismos marcados. La importancia de esta obra concisa, medular y desgarradora se encuentra dentro de lo que no dicen sus frases, en el otro discurso que el lector tendrá que enfrentar una vez que concluya la lectura.

En 1947, aún bajo la influencia de Horacio Quiroga, la narrativa latinoamericana marcaba, sus exuberantes descripciones de la naturaleza humana, sus impresionantes personificaciones de nuestros campos y la asombrosa diatriba de personajes llenos de contradicciones.

Una vanguardia a seguir. Por su parte, Juan Bosch, desde el exilio, enfrentaba el proyecto narrativo mayor que conoce el Caribe contemporáneo al dominicanizar sus cuentos y novelas “de la tierra”, es decir, sacar al mundo el legado cultural, histórico y lexical de su país.

A diferencia de estos y otros maestros de la cuentística, José Luis González triunfa en el escenario de la narrativa urbana. Y más concretamente, en el peculiar tema de la inmigración latina hacia los Estados Unidos. Y lo hace a partir del desgarramiento interior de sus personajes (en ocasiones subyugados por una triste ironía), quienes saben su frustración e infelicidad, pero externan todo lo contrario, siempre para no perder la esperanza (de boca para afuera) “de un futuro mejor”.

En “La carta”, González va más lejos al introducir, inmediatamente después de la misiva, un párrafo ejemplar donde describe cómo el personaje hace llegar su escrito a Puerto Rico: “Dobló la mano izquierda fingiéndose manco, y extendió la derecha abierta. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.” Si en alguna pieza literaria escrita en Puerto Rico, la síntesis ha llegado al extremo de la maestría literaria es en esta pequeña obra de arte que no podremos olvidar.

(+) BREVE ESTUDIO DE“LA LLEGADA”

Con esta obra, González confirmó su interés especial en la ficción histórica. En este caso, una doble historia: la de Puerto Rico, a finales del siglo XIX, a la “llegada” de los norteamericanos; y, por otro lado, la historia de un género y sus posibilidades de representar voces múltiples, la “crónica”. Es la novela que marca de forma más evidente la personalidad antimperialista del escritor, considerado por Francisco Matos Paoli como “el cuentista nato de nuestra tierra”. Solo que González era un cantor urbano que enfrentó la problemática social y la denuncia de sus discursos en escenarios de asfalto, a pesar de estar marcado por la obra de Juan Bosch.

La historia transcurre sin violencia física: la salida de Puerto Rico de las derrotadas tropas españolas y el arribo de la flamante y triunfalista columna norteamericana. Estos dos hechos están pintados en la personalidad física y moral de las escuadras de voluntarios boricuas, primero ante la derrota española: “aquella misma tarde, cuando el sol ya descendía hacia los cerros lejanos, machucales vio pasar la tropa extraña. Los hombres corpulentos y rojizos marchaban sin marcar el paso, entonando una canción que nadie comprendía, los rifles en bandolera y las azules camisas remangadas.

A ambos lados de la columna, unos cuantos muchachuelos del lugar correteaban y hacían muecas...” (P.13). “Y después, momentos antes de izarse la bandera yanqui en la plaza de San Juan: “la tropa marchaba ahora en mejor orden: las camisas bien abotonadas, las mangas cubriendo todo el brazo y los sombreros nivelados a la altura de la frente...” (P. 93).

Sin embargo, el autor no prefiere narrar a partir de este contraste artísticamente logrado, sino que presenta el discurso político de varios personajes (luchadores independentistas todos) que traman y conspiran contra la anexión, ya bien en la intimidad del hogar o en escondrijos ocasionales.

Entre diálogos de marcados aportes ideológicos transcurre el libro (breve, 106 páginas) que también puede tomarse como modelo de la importancia que este autor reviste para la literatura del Caribe, sobre todo por sus “cuentos”.

“La llegada” tiene el profundo valor de la crónica histórica que presenta un hecho y una época a partir de la visión de un autor comprometido, creador de personajes que proyectan una sociedad de no fácil armonización, y “sin lectura definitiva.”

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