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Entrevista

Borges visto por un gran alumno

Roberto Alifano es uno de esos escritores con los que puede uno sostener una coversación de horas, sin percatarse de que el tiempo existe. Su bagaje cultural, sus amigos literarios, su vida con Borges, es como una enciclopedia literaria a la que uno solo tiene oportunidad de acceder una vez en la vida. A su sabiduría, le acompañan una caballerosidad clásica y una dulzura en la voz que lo vuelven casi un monje.

Ibeth Guzmán ¿Cómo conoce usted a Pedro Henríquez Ureña?

Roberto Alifano. Bueno entre las personas que Borges respetaba, admiraba y quería entrañablemente estaban Rafael Cancino Saceniz, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, eran los tres personajes que consideraba como sus maestros. Cuando hablaba de Pedro Henríquez Ureña, hablaba de uno de sus maestros, y yo creo que él no solamente fue el maestro de Borges, sino de muchos grandes escritores argentinos, entre ellos Enesto Sábato; y bueno, en la escuela donde él daba esas clases había personajes muy importantes de la Argentina, quienes fueron sus alumnos; y cada uno tiene un grato recuerdo suyo.

IG. ¿Por qué usted cree que Pedro Henríquez Ureña fue tan influyente en ellos?

RA. Porque era un hombre de una gran sabiduría, un notable escritor y además un profesor muy distinguido y admirado en todo el continente, no solo en Argentina, sino también México, Cuba y Venezuela, una persona muy querida.

IG. Usted trabajó muchos años para Borges, ¿qué significó para usted?

R.A: Bueno, para mí, Borges fue mi amigo, mi maestro, fue un poco como un padre, un hermano mayor, y veces también lo sentía hasta como un hijo, porque él tenía el trauma de su ceguera y entonces también había que protegerlo.

IG. Al ser Borges un escritor tan genial, ¿cómo logra usted desarrollarse como creador a su lado?

Bueno, primero es difícil digamos, saltársele de encima a un maestro tan inmenso como Jorge Luis Borges. Para mí él fue mi maestro, yo era un discípulo suyo y su influencia fue enorme, así que en algún momento yo me tuve que plantear la forma de salir un poco del peso de ese inmenso titán de la literatura que fue Jorge Luis Borges. Me costó trabajo encontrar un camino propio, sin la influencia que toda la literatura del siglo 20 y también del siglo 21, tiene de este gran escritor. Escribir bien es escribir como Borges.

I.G. Usted es un hombre de grandes amistades literarias, luego de Borges, ¿cuáles más? R.A. Hay muchas amistades literarias, yo fui muy amigo de Pablo Neruda, lo trate mucho; fui muy amigo de Octavio Paz, conocí también a Ernesto Sábato. Neruda era una gran persona, un hombre que si uno le caía bien era realmente encantador, lo que pasa es que la relación con Neruda era siempre del discípulo al maestro, algo que no pasaba con Borges. Yo lo sentía como un igual, no adquiría nunca la dimensión del maestro, aunque por siempre lo consideré por encima, a pesar de que la gente se le acercaba con mucho respeto. Claro, mucha gente le tenía miedo a Borges por el inmenso erudito que era, y a Borges le encantaba conversar inclusive con la gente simple, y hacer bromas, divertirse; Neruda era más de distancia.

Por ejemplo, hay algo que considero como una especie de paradoja, algo muy contradictorio: uno a Neruda lo podría tutear, Neruda alentaba el tuteo, inclusive él te lo pedía, que lo tutearas. En tanto que Borges no, Borges tenía un trato más familiar, era como más grato más cordial, no admitía el tuteo, era una especie de caballero inglés. Entonces a mí jamás se me hubiera ocurrido tutear a Borges, con Neruda si, nos tuteábamos.

I.G. Usted tiene un libro sobre el humor en Borges...

R.A. Un humor inteligente claro, era un humor muy especial el de Borges, que se yo... El cambiaba ciertas palabras al igual que Oscar Wilde quien, por ejemplo, decía: Fulano de tal tiene una de esas caras inglesas que vistas por primera vez se olvidan para siempre. La calumnia es esa costumbre monstruosa que la gente tiende a decir detrás de uno, lo que es absolutamente cierto. Entonces, Borges jugaba con ese tipo de humor como el de Bernard Shaw que decía: Los ingleses tienen tres cosas importantes y ninguna de las tres son inglesas: el whisky escoses, el té de Ceilán y yo, que soy irlandés. I.G. ¿No le molesta que a dónde quiera que va, la gente empiece a hablarle de Borges?

Me resulta encantador, para mí siempre es un placer hablar de Borges, es un placer y un gusto. Yo tuve la suerte de conocer a un hombre genio, un sabio literario de esos que aparecen en la historia... no sé, cada 200 años. Siempre digo que para mí, el haber conocido a Borges es un equivalente a haber conocido a Cervantes, a Shakespeare.

IG. ¿Y su yo interior, de algún modo no se siente desplazado en algún momento por ese otro?

I:G. No, yo trato a mi manera digamos, como lo que yo considero más que mi estilo, es mi forma de escribir. No hablemos de estilo pues es lo mismo que hablar de mi obra. Yo no tengo obras, tengo cantidad de cosas escritas ahí, de borradores, no sé si alcanzan a ser una obra, pero bueno... obras tenía Shakespeare, el mismo Cervantes tiene un obra, yo no. Pero dentro de eso, para mí, el modelo sigue siendo Borges. Digamos, si de resolver ciertos textos y ciertas presiones del mundo, ciertas aproximaciones a las cosas. Todo eso; llamemos, mi paradigma. Todo eso, es herencia de Borges, no podría ser de otra manera.

IG. Cuéntenos del Borges ensayista.

R.A. Yo creo que Borges era esencialmente poeta. Era un hombre que a través de la preciosidad de su lenguaje, el encanto de sus palabras y la magia que conseguía con ellas, veía la vida a través de la emoción y yo creo que sin emoción no hay poesia. Borges era un hombre que se emocionaba profundamente: era un joyero perfecto, un trabajador de relojería, que ubica las palabras. Daba un protagonismo sin que se notara, eso es lo maravilloso en este poeta.

I.G. ¿Qué es la literatura para usted?

R.A. Yo cuando hablo de la literatura hablo esencialmente del arte. Para mí, la literatura es un arte, es una forma del arte.

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