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Entrevista

Sabrina, no más entre la espada y la pared

Estas pinceladas se escriben a propósito de la publicación de su libro de memorias: “Nuestras lágrimas saben a mar”

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Ruth HerreraEspecial para Ventana

Sabrina había vuelto junto al mar (“pulmón de mi alma”). Ese mar de Juan Dolio, en particular, donde muchos años atrás su madre le prometiera, bajo un cielo estrellado: “Cuando estés triste y te sientas sola, mira hacia arriba y me vas a ver cruzar en una estrella fugaz”. Esta vez, la poeta, hija de Pupo y Mireya, estaba en paz. Su sueño hecho realidad, había concluido y visto publicar “Nuestras lágrimas saben a mar. Memorias de una hija del general Pupo Román”. “Año tras año -dice en el prólogo-, durante cuatro o cinco décadas, anduve huyendo de mí misma”. Ya no más, Sabrina Román había parado de correr.

El libro, que recién circula, arroja nuevas luces sobre el complot que decapitó la dictadura trujillista y pretende descorrer el velo de encubrimientos, omisiones, mentiras “a la carta” sobre la participación de su padre en la trama del 30 de mayo de 1961. “Pretendo remover ese velo fatal, injusto y ofensivo que se le impuso a la participación de Pupo Román, sin asidero alguno, con el enfermizo afán de desconocer su sacrificio, su silencio, su valentía...”

Entre la espada y la pared del desprecio, el destierro, los agravios de un sector y otro de trujillistas y antitrujillistas e intermedios. A pesar de todo, el libro no es un ajuste de cuentas, no es una larga acusación, tampoco una estridente denuncia. Es un libro profundamente sopesado y reflexionado, plasmado en la lengua del alma y de las estrellas, que es la palabra poética.

Un libro para preguntarse en voz alta, ante quien quisiera oír, ¿cómo puede ser un cobarde un hombre que no se escondió esa noche pudiendo hacerlo? ¿Cómo puede ser un traidor un hombre que tomó la peligrosa y letal decisión de guardar el secreto de la conspiración para liquidar al dictador y traer la libertad al pueblo dominicano, a pesar de su rango militar, del cargo que ocupaba y de su cercanía a la familia Trujillo, casado con Mireya, hija de Marina, la hermana mayor de Trujillo? Una decisión que le costaría la vida bajo las torturas más crueles e implacables que pudo concebir la purulenta cabeza de Ramfis Trujillo.

Ella hubo de aprender a despojarse del resentimiento, a remontar la depresión y las tinieblas, y a entenderse con el dolor y el vacío, sobre todo el sufrido por las pérdidas de tres de sus seres imprescindibles: su padre yaciendo en el cementerio peces, corales y arena, al que lanzaron su cuerpo destrozado (“al escuchar las historias de su pasión por el mar, me pregunto si en el fondo él presentía que algún día se iría para el mar en un último viaje”); Mireyita, la hermana que la precedía y de la que se resistía a apartarse, fallecida tempranamente por una enfermedad fatal (“esos gritos de niña enferma anidaron en mis oídos”), y su adorada madre (“aquel gélido y desconocido frío tocado por mis manos las heló para siempre”). ¡Oh el dolor, el dolor!

De un sinfín de herramientas echó mano para seguir adelante la escritura de este libro, para no claudicar ni perecer, aunque se paralizara, titubeara o extraviara. Necesitó muchas caminatas en medio de la naturaleza, a la orilla del mar (ella quiere morir junto al mar); el comprensivo silencio de Patricio, su perro labrador; las terapias para comprender las pérdidas y despojarse del miedo al sufrimiento; el rincón de la librería Barnes & Noble en Miami, la música de La Misión; la cordura firme y el amoroso anclaje de quienes mucho y bien la quieren, hermanos, amigas y amigos, sobrinos, primos.

A seguidas comentamos algunas de las lecciones, verdades y guías de su largo proceso de escritura.

¿Qué leías mientras estabas escribiendo este libro?

Digamos que mis libros de cabecera: las Confesiones de san Agustín, Viktor Frankl, al poeta Matsúo Basho, Pedro Henríquez Ureña. Leo, casi diariamente, la Biblia. Y por supuesto, Whitman y Rilke que son mis protectores.

¿Cómo llegas al perdón, el que te ha permitido hacer las paces con aquellos trágicos hechos que les cambiaron la vida, y poner en perspectiva a las personas que más daño le hicieron a Pupo y a tu familia?

El peso de la mochila que traía a cuesta me arruinaba momentos que debían ser grandiosos. En algún momento sentí que bastaba ya. Siempre he estado cerca de Dios pero nunca como cuando me vi a la intemperie de mí misma y desnudo mi corazón ante el dolor que sentí reviviendo no solo el viacrucis de mi padre, sino también aquel por el que atravesaron mi madre y mis hermanos; mi abuela paterna Mercedes, perdiendo a papá y a tío Bibín; mis abuelos maternos. Creo que llegué al perdón porque de lo contrario empezaría a morir antes de tiempo y no era justo. El que no perdona es el que sufre.

¿No caes en la tentación de inventar a Pupo-padre, de recrearlo en tu imaginación, de crear tu propia leyenda?

Hay muchos Pupos dentro de mi; no los mezclo... pero existe un Pupo, aquel al que he llamado el “hombre de la ventana” -en unos capítulos que quedaron fuera del libro y que tal vez se trasformen en una obra de teatro- al que paseo en mi imaginación a cada momento. Mi amigo invisible que me salvó tantas veces de caer en el desamor que producen las injusticias, y de los resentimientos que generan situaciones como la nuestra, y así. Ese Pupo es quizá mi más bella leyenda.

En este punto, cuéntame de la niña que hablaba con él.

Esa otra niña a la que muchas veces perseguí y otras tantas protegí de la tristeza, la que hablaba con Pupo y le contaba sus hazañas. Esa niña no se quedó esperando un padre, siempre lo tuvo... en sus poemas, en su imaginación y en los montes de nuestra finca del 14 (situada en el km 14 de la autopista Duarte, nota de redacción).

¿Qué impresión te ha producido Santo Domingo en este viaje para finalmente presentar en sociedad tu libro de memorias?

R. La misma sensación que produce en nuestro corazón la realización de un sueño, la satisfacción del deber cumplido. Es el abrazo más sincero que podía darle a mi país.

¿La palabra poética, inagotable y fecundo caudal, fluye como resultado de la tragedia familiar, a manera de escudo, de refugio, como medio para recuperar y construir tu historia personal?

R. Creo que la poesía fue un regalo que me hizo Dios, casi igual que el de regalarme la vida. Siempre miro a través de sus lentes; en pocas ocasiones dejo de ser un ser poético, si es correcto expresarse así. Me siento muy humilde, demasiado aprendiz de todo, de ahí que me tiemble el alma de asombro; algunas veces ante mis propias palabras siento que no tengo como pagárselas a mis ángeles o a Dios. Sí. La poesía fue y es mi refugio.

¿Cómo se relacionan dolor y perdón?

R. Creo que el dolor se entrega al perdón y deja de luchar y resistirse a abandonar su estado de rigidez y negación ante lo inevitable. El perdón refugia al dolor de su propia enfermedad, es su medicina.

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