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Temblor de la espera de Taty Hernández Durán o la soledad petrificada

El poema nada puede esconder. En él se fraguan las verdades que aún no hemos contemplado. Esta maquinaria verbal es como un oráculo en la que el verso dice con las palabras y, a su vez, oculta otras. Esas otras son más trascendentales que las evidentes. Entonces, el poeta no miente, a pesar de él mismo. La gran poesía es subversiva por ser veraz. La imaginación revela lo recóndito del ser.

En esta ocasión me enfrento a la lectura de: Temblor en la Espera de Taty Hernández Durán. Muy conocida por su trabajo poético y por su famoso espacio cultural: Festival de Poesía en la Montaña que se celebra anualmente en Jarabacoa. Poetisa, gestora cultural y abogada. Este poemario es muy interesante porque revela una zona prefigurada en los poemas que, sin embargo, su ámbito está fuera de ellos. Veamos.

Xiguapa Maga del Subsuelo es un poema a dos voces, la que se describe, como personaje mítico, pero, a su vez, sirve de fuente de soledad en la otra confluyendo en un mismo sendero. Lo mítico encarna en el ser concreto para exaltar la percepción animista—sujeto. En tal sentido, el subsuelo podría interpretarse lo vital contenido en la voz lírica. Ambas comparten el mismo espacio: el cuerpo. Comparten ese oscuro espacio ahí.

La Xiguapa (Ciguapa) es reconocida porque vive en comunión con la naturaleza y cuando no: la naturaleza misma. En este poema no se necesita descubrir, sino sentir la diana del amor desconocido. La leyenda de la ciguapa dice que cuando ella conoce un hombre (amante) se aferra hasta morir, si es necesario, si se aleja éste.

La mujer dice siempre: “Soy una más en esta red fuera de tiempo”, es su medio ambiente natural. Este soy es ajeno al de la Xiguapa, aunque no hay separación. En otro momento, nos dice:

” Ella es agua, /Agua vida, /A veces turbia, /A veces clara, /A veces tibia, /A veces hielo/A veces luna,/ A veces sol”.

Ella fluye en sus distintos estados. Ambas voces se contienen, una en la otra. Teniendo en cuenta la diferencia, una habita en el sueño y la otra en la realidad. La del sueño adquiere ese aspecto misterioso que se manifiesta en la diurna. Mientras una ansía dormir, la otra se yergue en un cántaro vacío. Las dos no pueden compartir en mismo ámbito, aunque sí el mismo estado errante de soledad.

Balada de un Cuerpo

En este poema el cuerpo es observado por la pendiente del sueño. De hecho, la contemplación es impersonal, pero lo que de él es embriagador, se atisba como un anhelo difuso en la futuridad.

“El fuego vigilante del deseo/ Recorre el cuerpo”

Es decir, la pasión del cuerpo está paralizada. La moral? No sabemos. Ese algo, impregnado en la conciencia, no permite fluir el instinto, al final, ese algo puede ser una jaula. La entrega queda contenida en un mar petrificado. Este cuerpo duerme, pero en su aparente inmovilidad late, es decir, vive. No tiene una otredad complementaria. Hay un dolor subyugante en la frontera.

“En la lápida/ O desde la lápida?/ Tan sólo él sabe?”

¿Un cuerpo refugiado en un estado simbólico de la que no puede liberarse? Posee conciencia de estar ahí, a pesar de sus potencialidades erótica, salvo que “la rabia ennegreció / la fe / mientras se estremece.”

Para Taty la consumación del fuego nunca llega, quizás, el temblor sea la mejor definición del miedo a Ser. Cierto, el miedo paraliza y se contenta con esperar la oportuna satisfacción en tanto el sueño sea su refugio. Desde él puede vigilar la posible consumación que eche por tierra la soledad. He aquí un problema de psicología freudiana. No existe la presencia del amor. Sin otredad no puede consumarse el amor, en cualquier sentido.

Poemas de buena estructuración. Versos límpidos que no mienten. En cierta forma, si temblamos ante lo que se espera: temor ante al furor vital que no está sujeto a nuestras cristalizaciones.

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