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Cantos al hogar incendiado de Ariadna Vásquez o el hades del poema

La juventud está obsesionada con la destrucción. Parece que esta actitud se refleja desde una cultura de violencia. La muerte ha sido uno de los temas universales que ha planteado grandes especulaciones en torno a la vida póstuma, al dolor y la ausencia. Pero la visión de los jóvenes es apocalíptica. ¿Realmente se ha colectivizado ese instinto destructivo? Es posible ante lo sintomático de la violencia en la sociedad actual. Hablamos de inseguridad social por la delincuencia, por las guerras que toman distintas denominaciones. Antes se justificaba la violencia como alternativa para construir una nueva sociedad. Sabemos que esto ha sido un fracaso, que no hemos heredado ninguna nueva sociedad, sino una destructiva e injusta como las anteriores; presentimos una que usa la violencia como forma de dominación y control.

¿Qué esperanza augura una sociedad como esta? Ninguna que no sea el nihilismo, el hedonismo, la enajenación colectiva y la injusticia que aumenta la pobreza de la mayoría concentrándose las riquezas en una minoría que promueve ilusiones en nombre del Progreso. Progreso que genera endeudamiento y menos oportunidades para la juventud.

Estas visiones son testificadas por las nuevas generaciones, tal vez como rebeldía o aceptación. Es algo presentido, estamos en un compás de espera frente a las amenazas de un enfrentamiento nuclear. Estos jóvenes lo ven desde el individuo. Estoy seguro de algo: Esto es producto del malestar existencial de la abundancia y, a la vez, de la pobreza que la sostiene. Me he permitido esta previa reflexión porque he tenido la oportunidad de leer poetas jóvenes que muestran el mismo síntoma al respecto. En el caso que nos toca es el libro de Ariadna Vásquez, Cantos al Hogar Incendiado. El mismo tiene una característica especial, se sitúa desde el cuerpo y el poema.

La muerte no es sólo una realidad exterior sino también del poema. ¿El poema ya no muestra ninguna futuridad? ¿Ha muerto con la circunstancia? ¿Si la voz nada puede, qué esperar y si alguna vez tuvo sentido se debió gracias a los dioses que nos abandonaron? Todo poema tiene los ojos puestos en el silencio como redención y potencialidad. En nuestra poeta el silencio viene desde la mortandad. ¿Reflejo? Probable. La voz y el poema se transforman en alteridad del sujeto (cuerpo). El otro cuerpo se debate en el cuerpo. La relación de negación, de transformación (monstruo) que aguijona y es y no es:

“La muerte mueve el péndulo y la acorrala”

“Debajo del cuerpo hay otra mujer que llora el olor lejano

El hedor a viejo orine a tierra húmeda

Azufre

El lenguaje sin espejo”

Ariadna Vásquez trastoca cierto símbolo en su contrario: Lluvia = muerte cuando se concibe como vida, sensualidad y erotismo. Incluso el poemario un muestrario de desolación y muladar. Lo interesante es su especulación. ¿El poema ha desolado el mundo? Ella insiste en que no es un reflejo, sin embargo, pulsa al cuerpo instándolo a decir. Digo que como es afuera es adentro. Es retorcer la palabra hasta asfixiarla para que muestre su imposibilidad. El poema es una especie de rastro de esta lucha donde el silencio no es sino oscuridad. No hay consciencia de él. El silencio real permite al testigo, las palabras cesan, pero no mueren. Es portal de plenitud. En este poemario, el silencio (de la voz, del poema…) no es sinónimo de plenitud sino de muerte.

La vida se caracteriza por la voluntad, por el instinto de permanencia. En el hombre, el deseo es el impulso fundamental, no sólo de la permanencia sino de trascendencia en la inmanencia. Si el deseo no habita en el hombre, entonces, vivir es un abandono, un dejarse. Sin embargo, en los poemas hay un deseo: Dejar de ser. El deseo, quiérase o no, forma parte de la esperanza, de lo contrario, su dirección a punta a la disolución. Reflejo de la muerte:

“La voz no salva. “

“El sentido va desmoronando aquel primer llanto.”

El abandono de los dioses volatizó el sentido, ya no importan las palabras. Ellas buscan el silencio (Muro) donde se instaura el miedo. Su inmovilidad quebranta el sentido porque las palabras, al igual que el hombre, fluyen en el tiempo, en la historia.

“Hay un desdoblamiento que parece huir de las certezas.”

“El silencio es la única certeza.”

La gran importancia de Ariadna Vásquez es su perspectiva de darnos una lúcida impresión de la muerte en la videncia de las palabras, como personajes del cuerpo. Su ritmo va en consonancia de lo que se desea, a pesar suyo. Al final, está abocada a lo irremediable, a la creación en la creación: El poema. Valentía de la disolución. Sin reflejo, pero, a la vez, el poema se encarna mostrando su espantoso Hades en la Casa Incendiada: El hombre.

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