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“Metáforas del deseo” de Félix Betances

El deseo es el móvil fundamental del ser humano. Es un más allá en pos de algo, y ese algo despierta la aspiración y el logro. Pero también encadena al hombre. La metáfora sería la relación entre esto y aquello. Para que surja el deseo se necesita de un objeto que impulsa al deseante a obtenerlo. De por sí no siempre logramos lo deseado y esto nos produce sufrimiento. Buda estaba en lo cierto: La causa del sufrimiento reside en el deseo. Sin embargo, sin él pastaríamos en un mismo ámbito. Dolor y deseo, uno generando al otro.

El libro de Félix María Betances de la Nuez es tentador por el objeto mismo. En este caso, el deseo está motivado por el amor de los amantes y su perdida. Esto es propio del amante abandonado, ya por el tiempo o la ruptura. Por lo general recordamos el dolor más que los momentos alegres, pero, a la vez, rememoramos éstos como consuelo para un yo nostálgico y melancólico.

“Conformarse con la fecundidad de la meditación del silencio.”

(pág. 85)

Pero este “conformarse” no mitiga la frustración. El silencio mismo es una prolongación de la ausencia. El dolor adquiere diferentes fisonomías, como sombra y plegarias que sólo oye el aire. Las metáforas son los medios de modificar el escenario interior. Una manera de pintar el sufrimiento. Estas imágenes bullen producto del deseo fallido. Para Félix las angustias del amor son llevadas al lenguaje como forma de enmascararlas. Él no cae en un sentimentalismo harto conocido. Busca darnos otra versión, la suya. He ahí su peculiaridad.

“Inaudible frenesí mentor de los sentimientos.” (Deseos)

(Pág. 79)

Para el poeta la felicidad lo deja sin aliento. El pasado, conciencia de la impermanencia, nos hace pensar que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Por qué? Porque lo vivido se conserva en la memoria, espacio de la frustración y, a la vez, de reminiscencia de un tiempo considerado feliz. Sabemos que el amor, visto desde la carne, es fugaz, pasajero como todas las demás realidades de la vida. Pero el amor en sí trasciende, va y perdura más allá. No sabemos explicarlo, pero tenemos certeza de su permanencia. Por algo se dice que Dios es amor, y es que la existencia misma está impregnada de ese amor. Uno lo comprende cuando el poeta dedica ese poema último a su madre, una elegía. Un amor diferenciado del erótico. En él nos dice:

“Tengo puesto el atuendo perennidad de los humedales del hombre.

Solamente la distancia de la vida nos separa.”

(Pág. 94)

Los poemas son breves y se destacan por su economía sintáctica donde se suprimen los conectores, y con escasos signos de puntuación que rompe con el discurso convencional. Las imágenes se agolpan como una urdimbre compacta. Nada fácil para el lector común. Son recursos que no siempre comulgo con ellos. No pongo en duda su eficacia escritural. Hay algunos poemas que parecen haber sido escrito para telegrafiarse, otros tienen un tono sentencioso o aforístico. Es un poeta con conciencia de oficio. Si no me equivoco, creo que pertenece a la Generación de los 80 o al grupo de poetas posteriores, sé que nos veíamos en UASD, en Humanidades. Alude Gerardo Castillos, en el prólogo, que los poemas de Félix son antipoemas, no como los de Parra, pero son” una desviación más o menos leve del uso convencional de la lengua, la de Betances es, en gran medida, una negación de la lengua y de su esencial intención comunicativa.”(Pág. 22) Por mi parte, no me interesan esos linderos, pues la vida del poema se caracteriza por sus múltiples significados generándose como un sistema aleatorio.

Betances tienes varios libros de poesía publicados. Éste posee su encanto en tanto que nos sumerge en las metáforas de los amantes ante las batallas perdidas. Quiero terminar con uno de los poemas que, en cierta medida, resume la aventura del poeta:

“Deliran los fantasmas del deseo por las cuerdas de los días. Una oportunidad para enmendar las cicatrices abandonadas en el filo del alma. Como pastizales se levantan las plegarias en los oídos del aire. Un nuevo despertar aguarda a pesar de la inútil crudeza de la felonía.”

(Pág. 89)

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