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Póstuma (mente) de Eduardo Cabezudo Tovar o la muerte en escena

Ante este poemario estoy sorprendido porque asisto al espectáculo de la muerte. Su título es sugestivo con la particulamente entre paréntesis. Todo lo póstumo es después de la muerte física del hombre, es decir, en nuestro caso, la sobrevivencia de la obra ante la muerte del autor. Todo autor es póstumo. Por lo general, si el olvido no ha cumplido su propósito, la obra sigue un camino que nunca se imagina el autor. También se refiere cuando un autor no es comprendido por su contemporaneidad y resurge, como un fénix, en la posteridad. En ambos casos, la muerte juega el papel fundamental con respecto al autor. Reside ahí el espectáculo de este singular libro. El espectáculo se desenvuelve en la mente del poeta. Paradójico que él aluda a las palabras tierra firme. ¿Qué más firme que un cadáver enterrado? Ante la finitud del hombre, el espectáculo se puede montar en la mente. La muerte como crítica de la vida. Y no toda vida, sino aquella que le acontece al creador. La crítica dentro del ámbito literario de su país (Perú). En el fondo, una perspectiva osada, sobre todo, para ser un primer libro. Me fío que intenta una representación irónica del sentido sacralizado de la poesía donde se despoja al poeta de su espiritualidad poética. El poeta es un ser marginal que, a pesar de la búsqueda de la “inmortalidad”, en la tierra se deja ver el verdadero rostro de su fragilidad.

Esta crítica fuera trascendente si el poeta escribiera desde la muerte, pero sabemos, salvo los casos de espiritismo, que no es posible. Sabemos que es una puesta en escena. El lector observa dicho derrumbamiento, pero aun así, no deja de ser una crítica, y como toda crítica lleva en su interior una esperanza. Existe la necesidad de revolver lo existente. Su crítica abarca la sociedad en la que vive, a pesar de su mortandad. Imagino que Cabezudo Tovar debió reír mientras escribía los poemas. Disfrutó la farsa que, como una torre, se levanta ante lo que no se cree y a la vez se desea.

En el poema Retórica, sugerente título, se refiere al poeta como un soñador en un mundo ilusorio que debe enfrentar su miseria:

“El poeta es un pobre cualquiera

A la mitad de una grey de seres especiales

Que devoran libros de autoayuda (irónico)

Eructan mantras y fermentan rencores”

Es decir, un nuevo público que anda en busca de soluciones espirituales. Que, en cierta forma, es ajeno al mundo de la problematicidad social, ajeno al sentido pleno de la poesía. El poeta es un gran masturbador que:

“Lleva una estaca en su mano

Mientras escribe

La sacude hacia el cielo

Una y otra vez

Una y otra vez

Una y otra vez

Pero nunca una más

Porque eso

Eso sí que sería un pajazo”

El sentido póstumo parte de la vida misma, y tan póstuma como el poeta y la poesía en sus dos vertientes. Lo póstumo siempre será una trascendencia en la inmanencia con respecto al autor. Póstumo ante la seducción de lo que ignoraremos siempre. La poesía hace posible la vigencia de la muerte por la escritura, por consiguiente, tiene sentido para el lector futuro.

Podéis llamar la poesía como quieras, pero ella, la profunda, seguirá influenciando más allá del tiempo en que fue escrita. Es su naturaleza en el ámbito del espíritu, no importa que sea terrenal o celestial. La jugada está echada desde el momento que se escribe, salvo que el olvido se haga cargo, que es otra forma de morir.

¿Será un texto póstumo? Eso no lo decide el poeta sino los lectores venideros. Ellos si pueden determinar su existencia o su olvido, pero podemos vislumbrar lo que se prefiguran. El espectáculo deja un sabor festivo, aunque sea en el recuerdo.

Saludo este poemario como una crítica al quehacer de los poetas y su triste destino signado por la muerte y el olvido.

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