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La Mujer Espiral de Jennet Tineo o la vehemencia del cuerpo hecho palabra

Penetrar el universo donde habita el yo poético de la escritora Jennet Tineo requiere un serio examen de conciencia, que igualmente tendríamos que hacer si quisiéramos cambiar de rumbo de manera repentina en una ruta familiar, para lanzarnos a lo desconocido, a lo cambiante, al desconcierto; a lo que se nos antoja cargado de contrastes.

Entonces nos preguntamos si en verdad es posible, si los ojos y los pies nos llevarán sin tropiezos hacia donde desnuda nos espera una espada refulgente y quizás peligrosa, en medio del bosque de la joven poesía. Peligrosa, porque quizás no sepamos qué hacer con ella cuando la tengamos en nuestras manos: ¿acaso cortar nuestros nudos, o dejar que nos lacere?

¿Es acaso un simple juego, donde se enfrentan energías distintas que podemos observar tranquilamente, sin involucrarnos, o habrá que abrir las puertas para que nos penetre el misterio? ¿Y si con ello dejamos que su filo penda sobre nuestras cabezas?

¡Pero, oh, milagro! Una vez puestos en el camino que traza esta escritora sobre el papel, poco a poco se va entretejiendo una extraña armonía, como cuando juntamos las piezas de un rompe cabezas que pergeña la integridad de ese mundo de piezas multiformes, pero encajadas a la perfección, para construir una realidad que todo lo abarca y nivela.

Hay un punto en el que el lector y la escritura se vuelven una sola cosa, como sucede también entre ésta y el escritor en el inicio del circuito comunicativo, cuando se está elaborando el mensaje, que en este caso porta el texto poético.

Para bien o para mal, quien recibe esa flecha tiene que hacer causa común en el sendero de la lectura, y si no hay ese instante de comunión, ese instante en que el lector se deja seducir por la escritura, el proceso fertilizador no se realiza, no se produce el esperado maridaje; por lo que se transitaría en la lectura como por un camino que nos es indiferente, cómodo pero intrascendente. O peor, surge un rechazo y se produce un divorcio antes de consumar los esponsales.

Pero es difícil que suceda eso con la poesía vigorosa de esta poeta, que envuelve las pequeñas y afiladas dagas de la palabra en el terciopelo de un lirismo intenso, a la vez que fresco y desenfadado, como corresponde a su evidente juventud.

Ser joven y escribir poesía en esta época no es poca cosa. No puede ser un pasatiempo, una simple práctica artesanal de la escritura, o un mero canal de sueños y rebeldía. La ruptura con los paradigmas clásicos y los horizontes abiertos hacia nuevos valores y elementos estéticos pueden devenir en un confuso panorama para el escritor en ciernes, si no posee una vocación decidida y se lanza a una búsqueda en las mejores fuentes que nos ha legado la tradición cultural, hasta llegar a las vanguardias.

Jennet Tineo ha logrado juntar en su receptáculo interno el legado de la sabiduría milenaria, junto a la mejor poesía latinoamericana y local. Así, igual ella deambula con avidez de hormiga por un texto tan antiguo como el Libro Tibetano de los Muertos, se deja fertilizar por la poesía de ruptura presente en el poeta argentino Oliverio Girondo, o en las relucientes imágenes de los poetas sorprendidos. Todo esto sin descuidar su nexo con la poesía de actualidad, especialmente con los poetas que la rodean.

Pero esta mixtura no la confunde, sino que le abre puertas a la energía que bulle en su interior. Las palabras de esta joven poeta se encadenan con vehemencia, logrando asociaciones que desconciertan y sacuden, a veces con recursos sutiles, como las aliteraciones capaces de crear una resonancia imperceptible, como en este fragmento de su poema “Autopsia de una emoción”:

“Bisturí en mano

Se hundían los dedos en la carne

Una carcajada centrífuga se escapaba”…

En sus versos, limpios y muchas veces breves, se adivina un ser poético capaz de perfilar los resquicios de ternura con que nos regala la vida, para más tarde trastornarlo todo con una visión certera y descarnada de las cosas. El poema citado es una muestra de esta última condición:

Bisturí en mano

Y empezaba el procedimiento

La angustia chispa dislocada

Extendida ante los ojos

Ante el enojo que quedaba al descubierto

Apremiante el encuentro

Cual si fruta madura desprendida gravedad abajo

Describiese la espontánea apertura

La rotura natural de su propio peso

Quedaban a la vista las semillas, los gusanos

La parte aún fresca de la pulpa…”

Esta misma tensión interna es perceptible en otros poemas, y se inscribe en el ritmo creado en versos breves, como en el poema Tengo, del cual cito algunas líneas:

“Me he tragado el miedo al abismo

En una carcajada honda y angosta

Línea del infinito

Palmos de angustia empuñados

En el anverso”.

En este poemario también nos encontramos con versos que refieren emociones viscerales, con expresiones poéticas que parecen salir de cada parte del cuerpo, deshaciéndose en chorros de tinta. Es como si se tratara de una composición visual de tendencia hiperrealista, en la que los detalles tienen un rol protagónico: donde la piel exhibe cada uno de sus poros, y lo que provoca disgusto, espasmos o escrúpulos, reivindicara su derecho a ser nombrado en la poesía.

A modo de ilustración cito versos del poema Cúpula Sagrada:

Construyéndome de nuevo toda

Con su boca en olas de saliva

Marcando a jalones cada terminación del absoluto

En el origen y el fin de todos los nervios

Dándome en gotas las latitudes del corazón

Exprimiéndolo desde la lengua”

E igual acontece en el poema Ojos, donde se desglosan todas las partes de estos órganos, que son tan importantes en la poesía por constituir un elemento de múltiples connotaciones:

Te podría permitir desdibujarme

De los pies a la nariz

Y del pelo hasta las cejas

Te podría dejar definirme

En ese breve lapso

De carne

De córneas

De escleróticas

De iris

De nervios

De pestañas

De párpados

Y es que para Jennet Tineo, al igual que para los postumistas, cualquier palabra puede ser pasajera de un poema, y añado yo, si se la sitúa en el adecuado contexto.

Pero, por encima de todo, La Mujer Espiral es un poemario escrito en tiempo dulce, a ratos con magia e inocencia, por donde desfilan imágenes ingenuas y una penetrante fantasía, que planta su huella en los umbrales de la metafísica. Poemas como “Duendecilla dormida” o “La Cremallera del Cielo” nos hablan de niños y seres mitológicos que pueblan los cuentos infantiles. En ellos, sin embargo, surgen preguntas e imágenes que nos ponen frente a frente con la perspectiva del desdoblamiento y la imaginación, con el reverso de la moneda y la realidad ulterior; cielo arriba, fuera de los límites materiales y cito, como ilustración estos versos del poema Duendecilla dormida:

… “Pendían de tus ojos los sueños

Dame de ellos un sueño angosto

Y pasaré de costado a través de él

Mientras te puebla la oscura noche

Cuando la luz, ni tus ojos, son testigos de nada

Y en su negra espesura se cuelga un misterio”

O bien, éstos de La cremallera del cielo:

… “Cremallera que abre el cielo

Dejando ver los lados de su realidad celeste

Los rayos de su incandescente cuerpo”…

…A cielo abierto, vuelan peces entre las nubes…

Si bien los temas constantes de la poesía se entrecruzan en los textos de esta joven escritora, el deseo insatisfecho o la pasión gastada, el amor, el desamor y el olvido, hay dos problemas fundamentales planteados en este universo poético de palabras punzantes y certeras, que paradójicamente se mueven en una suave atmósfera lírica: la relación de los seres individuales con un principio universal inmanente y nutricio, y el impacto de la poiesis que, como un eje transverso, rompe el ser del verdadero creador y la lleva a decir, en Poética:

“Están todas las palabras reunidas

Decidiendo qué hacer conmigo

Externándose

Sacándose del esternón

El hipo gástrico de sus sonidos

El mental líquido gris de sus contenidos

Palabras incompansivas

Haciéndome sílabas

Convirtiéndome en versos

Descifrándome

Dándome las manos para que cruce sus puentes

Y me una a su mundo”…

Un elemento fundamental que aparece de manera reiterada en la poesía que habita este libro y que ya señalamos previamente, es la referencia a la mujer, a la madre, como fuente primigenia y representación de la naturaleza; del origen y desarrollo de la vida en sus aspectos material y espiritual, la cual mantiene su conexión con los seres individuales a través de un cordón umbilical, que a pesar de ser invisible es una parte concreta de la existencia.

El principio de lo femenino está presente de muchas formas en esta poesía, que recupera antiguos mitos y los viste de un ropaje de modernidad, en el ámbito cotidiano, reforzando su eterna vigencia. Los poemas Elíptico, Radiando, Primavera en la Cintura, Una Mujer Desnuda, son un vivo ejemplo de esta presencia; pero es en La Mujer Espiral, texto que da su nombre a este poemario, donde se llega al máximo nivel de expresión de esta realidad de círculos concéntricos en un crescendo al infinito.

Cito algunos versos de este poema, que presta su nombre a este libro y es el punto central de donde eleva su estatura este mundo concéntrico que une cielo y tierra, a través de una mujer:

La mujer espiral

Consulta su horóscopo

Lava sus dientes

Refresca sus manos al fregar la taza

Con estas breves líneas la autora esboza un panorama muy común en cualquier lugar, en cualquier hogar. Esa mujer podría ser cualquiera de nosotras. Pero en una estrofa posterior enlaza a ese ser cotidiano con otro muy diferente, en los siguientes versos:

Ella,

La mujer espiral, empieza y termina

En el mismo punto,

Es espiga al viento

Junco del Nilo

Arenas del desierto

Curva infinita desenfocada

Sembrada sobre el manto terrestre

Describiendo arcadas cotidianas rítmicamente

Mujer siempre sacudida con el espasmo de la palabra, mujer escritura, madre palabra, cuerpo de letras, y cito:

“toma la tinta, hazla cantar, dice

Mordiéndose los labios con el bolígrafo

Escribe con su cuerpo hasta gastarse como crayola de sangre”…

Pero ¿quién es realmente la mujer espiral? ¿Quién el receptáculo de carne donde se concretiza el mito recuperado? Estos versos nos dan la respuesta:

“Ella

La mujer espiral, musita silente

Este poema rizado

Que se le enrosca entre los dientes

Y ¿cómo llegar a la mujer que se eleva entre la tinta y el poema, describiendo una trayectoria de círculos concéntricos alrededor de sí misma, hasta alcanzar el infinito? A ella, la que desaparece en el poemario para abrirse a un ser poético de múltiples lecturas, la que es capaz de concebir tantos sujetos poetizados como los que marcan de algún modo su experiencia de vida, su aurora existencial, trazando hitos y pautas. A esa mujer espiral debemos abordarla en cada trozo de poema que nos sacuda y atormente a través de sus páginas, a través de su audiolibro, en sus pupilas irisadas. Hay que preguntar a Jennet Tineo, quien en cada una de sus páginas seguro nos tiene la respuesta.

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