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Literatura

El nuevo poemario de Pedro Antonio Valdez

Creativo. Su novela "Carnaval de Sodoma" fue llevada al cine por el director mexicano
Arturo Ripstein y se publicó también por Alfaguara México.

Creativo. Su novela "Carnaval de Sodoma" fue llevada al cine por el director mexicano Arturo Ripstein y se publicó también por Alfaguara México.

La palabra es la principal contenedora de realidades con la que cuenta nuestro pensamiento.

Una sola de ellas puede señalar entidades de origen opuesto o afín. Si tomamos, por ejemplo, el vocablo arte, ante él se nos forman dos conceptualizaciones: la que alude Tolstoi cuando afirma que son tantas las definiciones que existen sobre este término que nadie ha atinado con una que sea absoluta. En esta declaración el ruso se refiere al arte como expresión de la sublimidad humana, al ámbito de la obra de arte cuyo objeto es la persecución de la belleza y el placer estético. Ahora bien, en el plano del hacer, el arte se percibe como el don de ejecutar una acción con singular presteza, estilo y elegancia. Su etimología de origen griego “ars”, “arts” valida el uso continuo que se le da a esta significación.

No hay que ir muy lejos para determinar que ambas conceptualizaciones conviven hoy en un clima tan armonioso que hasta se complementan.

La titulación de libros del estilo: El arte de titular, El arte de amar, son el botón de una amplia muestra de usos donde terminología y uso coexisten.

Recientemente un indudablemente exitoso narrador dominicano se sirvió del arte en su conceptualización más material y complementaria, para nombrar su último poemario: El arte de…, el auxilio de una figura de dicción, no es casual, la reticencia se emplea en su máxima estampa: la de dejar al lector con una insinuación o sugerencia de algo oculto, un secreto que; de ser revelado, alteraría el pudor del lector más cosmopolita. Un poemario que provoca el estupor de las más hondas sensibilidades. No por lo impublicable de casi la mitad de su título, sino por la osadía de atreverse en esta era de culto sensorial a plantear el amor como la fuente más bondadosa del placer. Y es ahí donde Pedro Antonio conjuga aquella percepción dual del arte. El metafísico, cuyo único objeto es procurar lo bello, lo que provoque el deleite espiritual. Y la otra, donde es un hacer desde una voluntad distinta, un juego, un sentimiento que provoca emoción y a la vez se vuelve acción, objeto, situación.

Ambas concepciones se convidan para hacer del amor la estampa por excelencia de la sensación. Para conjugar el sentimiento con aquello que lo hace cuerpo y materia.

El arte de… abre con el poema: … contigo, valga la concatenación indescifrable, para descubrir los versos que marcan la unión de lo sólido y lo etéreo “…esa suma logramo una mancha/que se borra en polvo de carbón/o se resume en cada pieza sólida/que te recorre y amuebla tu alma.” Como dos gotas de agua que se vuelen una gota inmensa del destilado de sus cuerpos. Lo secunda Tentación, un diálogo entre el sueño y el deseo, un forcejeo que termina antes de iniciar, encendido por la luz de un deseo que se quiebra en la piel de los amantes.

Forma de existir El erotismo que maneja Pedro Antonio en este Arte de… es una forma de existir en el mundo del amor. Es ser a partir de una entrega donde el plano físico apenas inaugura las demás dimensiones de vincularse con el otro. Como si se tratara de una empatía tan cercana que bordea los límites de la fusión: “Lo único parecido a ti sin ropa/o vestida… es sentarme a tu lado/ y pensar en un Dios sin juicio/ que olvidó crear el tiempo” sin demarcaciones temporales el poeta es una fuente siempre rebosada de eternidad.

Aunque el tema pudiera parecer único: el erotismo como asentamiento natural del amor, las múltiples aristas que toca, lo vuelve una esfera temática contenedora de las infinitas conexiones tópicas. En los primeros seis textos se percibe la oda al contacto y al instante que quiebra el tiempo. Luego la trasmutación y la licantropía, ese constante ir y venir entre la personalidad propia y la del ser amado.

Volverse un uno hecho de dos, para después intentar una soledad corroída por la ausencia: “Regreso/de la derrota de estar sin ti,/que es la peor moneda de estar solo.” Acto seguido, el encuentro entre un yo calcificado con la ternura del regreso la entidad amatoria, ahora el erotismo se vuelve pasado y futuro, el presente es solo el destello de una armonía inexplicable: “Llega y estalla en el piso el tintineo de las estrellas… Es idéntica a lo que solía ser…” Ahora la ascensión al púlpito, llega la sublimación del sentimiento, fin de la posesión nacimiento de la deidad.

Poesía y mujer se vuelven cómplices de un amor hecho del aprendizaje del otro. “Y sé de estos poemas simples,/ajuar de novia pobre con apenas carga de memoria/para encenderte a ti./ Incapaces de sestear las trazas/de un graduado en Literatura/ o de estallarle en los ojos/al muchacho que posee/ la aguja/ de hallar el punto exacto de la auténtica poesía/ poemas para ti son, mami,/ macizos como un chopo,/ con su voz de hora pico/ en el rompecabezas de una calle.” Los pedazos del ser, los trozos en los que se divide al ser amado para amarlo en cada punto de su esencia: “Tu risa quiebra/ los objetos unidos a sí mismos”, “Nada se asemeja tanto a tus labios/como el mordisco de una nube” o “al rozar cualquier trozo de ti/vuelva a sentir que palpo/ carne de corazón”, retorna el deseo: “Mientras existas/físicamente o en la muerte/ entrarás en mí como una sombrilla láctea” se aproxima el fin ya el hombre se dejó todo en las constantes agitaciones hacerle al amor tabernáculo en la intimidad.

No es cansancio lo que sus pulmones respiran, es remanso para otro intento.

ENTREGA Y VENERACIÓN DEL AMOR

La estructura de los poemas es multiforme, la mayoría de oscila entre los trece y dieciséis versos, algunos entre cinco y siete y los dos últimos, por tratarse de la gran despedida del libro contienen entre sesenta y setenta versos. En este aspecto podemos ver también la experimentación con la forma, intentos de susurros logrados a través de la dilatación de las palabras.

Los versos no se someten a una medida homogénea, pero abundan los que están compuestos por una sola palabra.

El arte de… propone múltiples lecturas: la carnal y erótica, y la que entiendo está más latente en el libro: la de la conquista de la belleza por medio de la palabra, la de aproximarnos al prójimo solo en la justa medida nuestra, la de la entrega y veneración del amor, no solo como sentimiento universal, sino también como la manifestación más pura de nuestra humanidad.

Estamos frente a un poemario de corazón abierto, hecho de carne y sentido, protagonizado por el amor que trasciende tiempos, espacios, dimensiones… Un bálsamo para los que creen que amar nos hace tan grandes como podamos engrandecer al otro. Leer al Pedro poeta es una decisión valiente, pues, así como en sus novelas, nos propone voltearnos al revés para sentir este mundo inspirado en las contrariedades, pero esta vez con un arma mucho más peligrosa, la poesía. Cuando terminamos el libro, nos queda la vulnerabilidad de haber sentido demasiado, pero luego nos recoge la valentía que nos enseñó el poeta, la de amar en la medida de lo inmedible, la de creer que el amor no nos salva de nada, solo nos acerca demasiado a Dios y esa cercanía, aunque no mata transforma.

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