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LA CUARTA PARED

Un adiós más

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Virginia Sánchez Navarro@VSanchezNavarro

Y así es. Las historias terminan.

El adiós llega. Ese sin fin de encuentros que vamos coleccionando en nuestro tiempo termina acabándose tarde o temprano. Al fin y al cabo somos seres trágicamente predestinados al adiós.

Es el compromiso de estar vivos.

Formamos diez mil relaciones en esta vida. Muchas de apenas minutos, de horas, de una tarde a lo más. Otras parecen que durarán para siempre pero ‘para siempre’ no es más que un imposible.

Alguien siempre se irá primero; alguien siempre quedará atrás. Sin embargo, la mayoría de estos finales no son resultado de la inevitable muerte. Pasa que llega el día en que no tenemos más que decirnos. No tenemos más que darnos o quitarnos. Nuestra mutua compañía se va gastando; llega la hora de desenredar los hilos y dejar que la gravedad los teja en otros lados.

Y eso está bien. Dos personas, ya sea que compartan amor, amistad, hasta trabajo, pueden regalarse toda una vida en los minutos que pasan juntas. No somos menos el uno ante el otro por ya no estar cerca.

Somos lo que dimos en su momento; lo que, sabiéndolo o no, enseñamos; somos ese sabor que le vendrá a la otra persona cuando, en días de niebla, vuelva a recordarnos. Que nos hemos hecho la mala idea de que el éxito de una relación se mide por nuestra persistencia o por su longevidad. Que no nos permitimos mirar atrás y sonreír ante algo que un día existió, sino que salimos despavoridos a lanzarlo al fondo del basurero de los mil y un fracasos.

Que llega un momento en que simplemente ese hilo que va guiando el laberinto de nuestras historias nos lleva por cruces diferentes y no podemos dejar de seguir el nuestro por seguir el de otro. O sucede a veces que nos conocemos en esa parte de la vida cuando aun no hemos llegado a ser exactamente quien en verdad somos y, luego de la metamorfosis, ya no tenemos mucho que ofrecernos.

Por la razón que sea, el adiós llega. Y eso está bien.

Después de todo nadie quiere irse del mundo sin haber vivido la experiencia humana.

El amargo oxímoron es que, por más natural y constante que sea el adiós como parte de nuestra humanidad, no estamos hechos para las despedidas. No podemos dejar de sufrirlas cuando los sentimientos carcomen la lógica y hacemos todo lo posible, en la mayoría de los casos, por extender la cuenta regresiva hacia el inevitable fin. Supongo que el secreto está en usar el tiempo para darnos un chance; para no exigir tanto de nosotros mismos o de los otros. Que tenemos que aprender a ser más optimistas y así, poco a poco, se irán revelando todas esos minutos que fueron suficientes para ser recordados por toda una vida.

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