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LINGÜISTICA

El valor del lenguaje llano

Al general (retirado) José Miguel Soto Jiménez le gusta citar una frase del poeta Miguel Torga que define la Patria como un pedazo de suelo defendido, lo que nos recuerda que las grandes batallas de todos los tiempos las han protagonizado los guerreros y las armas, y que en cada hito de nuestra vida en sociedad siempre encontramos, como alguien afirmó una vez, un pelotón de soldados para darle un último empujón a la Historia. Pero las victorias las asientan y las reafirman las palabras, las ideas, los conceptos y las costumbres, que son la materialización de nuestra naturaleza profunda, de nuestro carácter y personalidad colectivos.

Juancito Trucupey es un hombre popular, pero su verdadero éxito, diría yo, consiste en haber sobrevivido sin perder su alma a las inclemencias de su historia, nuestra historia. Porque si nosotros, dominicanos, tuviéramos que definir nuestra Patria en base a su cultura, tendríamos necesariamente que recurrir, de alguna manera, a la sabiduría popular encerrada en el refranero, y pienso que es precisamente eso lo que hace en esta ocasión José Miguel Soto Jiménez, gran conocedor de nuestra idiosincrasia, cuando la conceptualiza, la organiza y la personaliza en la figura legendaria de Juancito Trucupey

Este libro y muchos de los anteriores del autor, son como espejos temporales que nos reflejan en la continuidad de nuestra historia, desde las lejanas mocedades tainas y caribes hasta las complejidades ideológicas y tecnológicas de la actualidad que matizan nuestras vicisitudes, nuestros heroísmos, nuestros tropiezos y nuestros sueños de porvenir. Y esa relación sentimental entre el general y una Patria que tiene quien le escriba, viene de lejos; desde los años de su niñez cuando su abuelo Miguel Ángel Jiménez lo inicia en el conocimiento y el amor a su pueblo, lo que Soto Jiménez, llama sencillamente: Los asuntos de la dominicanidad.

¿Quién es Sancho, sino el símbolo de aquel pueblo valiente y más que valiente temerario, que fuera el actor principal de la mayor aventura humana en la historia reciente de la humanidad? La que cambió para siempre los mapas; la que terminó por redondear el mundo; la que desterró para siempre los monstruos de los abismos marinos; la que inauguró y terminó de realizar la aventura colombina, la gran saga americana que sentó las bases de un futuro que ahora es nuestro presente.

¿Y quién es Juancito Trucupey sino la representación de una parte esencial del pueblo dominicano, la parte más íntima, la que lo distingue de los demás pueblos, que lo matiza y lo hace diferente? Así que Trucupey, en cierta íntima medida, ya lo habrán sospechado, soy yo, eres tú y somos nosotros.

No hay que fumar un cachimbo ni un pachuché, ni apostar en una gallera, ni hay que usar escupidera bajo el catre, ni ser un experto en darle a la güira o al acordeón, para saberlo y para sentirlo. A los dominicanos, ese ADN que contiene las huellas genéticas y culturales de Juancito Trucupey no se nos borra ni con baños de champán, ni con diplomas de Harvard o de la Sorbona.

Juan Carlos Mieses

Junio de 2015

INTRODUCCIÓN

El factor primordial de la llamada identidad nacional es la cultura, vista no como el patrimonio de las élites dominantes de la sociedad, sino como la aristocracia del café recalentado del conocimiento y sobre todo, de la experiencia y la costumbre. La postura frente a la vida de los grupos humanos de acuerdo a sus propias circunstancias.

Erudición, saber, sapiencia, estudio, educación, arte popular, y el otro arte, el universal, el clásico, el “culto”: la música, la pintura, la escultura, el teatro, etc. Todo lo que se llama “clásico”, que a diferencia de que se piensa como atributo de los afortunados y felices, fue hecho en su momento para el pueblo más llano.

“El refranero español ofrece un panorama ajustado de la mentalidad del pueblo: su visión del mundo se desarrolla sobre cientos de anécdotas, referencias y significados ocultos”.

Para el poeta y costumbrista Ramón Emilio Jiménez, los refranes condensan la filosofía del pueblo que los usa. El autor del Amor del Bohío ve: “Chispazos de talento inculto que compendia en frases de seguro efecto la sabiduría que la observación y la experiencia diaria de la vida fueron acumulando en el entendimiento del astuto Sancho colectivo”.

La palabra refrán viene del provenzal refrain que se usaba para referirse a los estribillos, muestras poéticas que contenían sentencias populares rimadas o en forma de proverbios.

La poesía, siempre la poesía, ese demiurgo encantado, a manera de Dios menor que en todo se mete de entrometido, de trascendido, como diablillo pícaro que lo hiciera de contrabando. Poetas: Pararrayos de Dios, rompeolas de las eternidades como dice el mismo Rubén Darío.

Según la Real Academia de la Lengua el refrán es: Dicho agudo y sentencioso de uso común. Para otros doctores de la lengua el asunto es ideológico y observan que el refrán refiere una enseñanza, fruto de la experiencia o del pensamiento.

Populares, prácticos y generales, esos son los rasgos principales de los refranes, según José Calles Vales. En su libro Refranes, Proverbios y Sentencias donde se abunda sobre las características de los refranes, para Calles el refrán tiene un origen común y defiende su anonimato, porque es el pueblo que lo crea, lo amplía, lo difunde, lo adapta, lo modifica, e incluso lo echa al olvido.

El refrán siempre señala viejos hábitos y costumbres más simples, usanzas comunes, ancianas tradiciones, hay implícito en el refrán un rechazo a lo extravagante a lo complejo, a lo complicado, resaltando en su forma más simple lo laboral, lo social, la salud, las relaciones primarias. Sus pasiones, sus valores, sus dilemas, sus disputas, sus querencias, las cosas que odia y aborrece, las que ama y en las que cree apasionadamente. Creer o no creer, ese es el dilema que lo resume todo.

Hay refranes de uso general que versan sobre lo que afecta a la gente en lo sentimental, lo ético y lo moral y ello implica ante todo, un alcance temático universal. Aunque debemos señalar que siendo el refrán medularmente popular, si lo aceptamos así, siempre estará acondicionado a lo regional, a lo pueblerino o a lo comunitario, ya que los grupos humanos generan sus propios refranes enraizados en su realidad geográfica. “Palabra, hombre y suelo “.

Para Calles cada comunidad tiene su propia estructura diferenciada, y el refrán se remite directamente a esta estructura social, a sus hábitos y costumbres, a su sentido moral y a su cultura.

El refrán es la voz práctica del pueblo, nada de palabras rebuscadas, finuras, confituras y gollerías. El refrán huye del refinamiento como el diablo a la cruz. Siendo el producto más genuino de la experiencia, resume en su estilo el valor de su practicidad.

El refrán es singularmente irreverente por naturaleza, si atendemos lo estericado de los convencionalismos. Lo convencional parece ser el gran ausente de los adagios.

El refrán habla por sí mismo: Quien habla por refranes es un saco de verdades. Es el mismo refrán que se elogia a sí mismo. Hay más refranes que panes, dice el adagio español para cuantificar el dicho.

Los refranes, son enseñanzas prácticas “porque están encaminadas a mostrarnos el mundo en su versión más genuina”, por eso se puede agregar que “el refrán es advertencia, consejo malicioso, descripción”. El refrán sienta normas, impone costumbres. El refrán hace ley.

El refrán es una de las boletas de ese plebiscito cotidiano del que hablaba Renán cuando se refería a la Nación y que se ejerce regularmente de manera inconsciente en el taller, en la fábrica, en la escuela, en el conuco, en el cuartel y dondequiera.

El refrán siempre tiene canas y arrugas aunque no las tenga, tiene un aura a cosas antiguas y vetustas, huele a viejo, luce añejo, y por lo tanto viste a lo conservador, usa bastón y lleva sombrero viejo, mas no tiene tufo a rancio como los aceites descompuestos.

“Si quieres buen consejo pídelo al hombre viejo”, este refrán sintetiza la calidad longeva del refranero. Y con esa calidad el aforismo habla como si fuera un ente regulador de las actividades humanas. Y más allá del consejo el refrán tiende a regular, a normar, a sentar ley de comportamiento.

La temática es variada porque como se origina siendo fruto de toda experiencia acumulada durante siglos, recoge fundamentalmente aficiones, pasiones y todo lo que implica esa tarea difícil de estar vivo.

El refrán es el idioma más simple del imaginario popular que siendo conciso traduce todos los elementos de sus valoraciones sin exclusión de temas. Porque el contenido general de los refranes es el hombre, sus tareas, inquietudes, dilemas y sus relaciones. El hombre como el destinatario de sus enseñanzas y de sus consejos.

El refrán sintetiza, el refrán nos sintetiza y por él llegamos raudos y directos a nuestra propia síntesis. Después todo lo demás, como diría el cibaeño fumándose un cachimbo de andullo: “Eso es paja pa´ la gaisa”. El refrán puede ser irónico, gracioso, punzante, sarcástico, descriptivo, metafórico, burlón, dubitativo, entre dos, a veces cruel, pero pocas veces desacertado.

El trabajo del hombre es la fuente primordial de los refranes, las labores del artesano, las fatigas y tareas del campesino, la observación de la naturaleza, su entretención, son principalmente las fuentes originarias de los refranes, pero además, la guerra, el arte y la política.

Los refranes dominicanos tienen al parecer tres otras características de acuerdo a su origen: hispánicos, y reparando en la región de España de donde vienen: castellanos andaluces y canarios. En el caso nuestro, muchos de ellos climatizados y dominicanizados. De otras partes de América: colombianos, venezolanos, boricuas, mexicanos y curiosamente argentinos, según hemos observado en el libro, Refranes Dominicanos de Emilio Rodríguez Demorizi.

Están también los puramente criollos de antes y de ahora, fermento de nuestras luchas, “mejunje” de nuestra identidad tras siglos de luchas, supervivencias y derrumbes. Claro que los nuestros provienen muchas veces de refranes españoles modificados.

Mi abuelo Cuchico Jiménez costumbrista laureado y amante de las cosas de su tierra me solía decir que la gracia del refrán no estaba en decirlo sino en interpretarlo, “la fiebre no está en la sabana”, la calentura la tenemos en el cuerpo, es la enfermedad del cómo somos, y del cómo sentimos las cosas que vivimos. “Tengo fermentada en el recuerdo una nostalgia demasiado vieja, que lejos de morir se rejuvenece cada día”, dice el autor de Se Cayó una Viga.

En este mismo momento debo aclarar, que este libro no es un lamento de nostalgia del país que ya no es. Es cierto que hemos cambiado. Un montón de ciudades constituyen nuestra realidad actual. La capital encabeza un concierto de grandes metrópolis alimentadas desproporcionadamente por la migración campesina, pero pocos han reparado que en sus macutos, atiborrados sin ton ni son, en típico desorden, la gente del interior trajo su cultura rural y que por las calles y avenidas de las grandes urbes nos tropezamos a cada rato con lo que se le cae el compadre Pedro Juan de sus costales pobres. Refranes, dichos, cuentos, cantos, canciones y costumbres.

Anterior a esta realidad actual, la servidumbre doméstica de origen campesino fue el camino para que llegaran descalzas hasta los hijos e hijas de la ciudad las costumbres más auténticas y criollas de nuestro país, a despecho de su escasa formación educacional. Refranes, dichos, cuentos y costumbres como hilo conductor de lo nuestro. Penalizados como “malas costumbres” por nuestros mayores citadinos, en realidad nos trasmitieron muchas veces sabiduría popular. “Son tan poderosas la sangre y el trato”, decía Esquilo hace más de dos mil años por boca de “Prometeo encadenado”.

Que los refranes toquen la política es cosa muy castellana y universal, pero si se trata de refranes dominicanos es algo imprescindible, inapelable, indispensable. Está demostrado por muchos y por mucho, que la política es la gran pasión del dominicano, por lo tanto, no hay refrán por manso que parezca que no aluda a ella de una manera o de otra.

El poeta Ramón Emilio Jiménez, antes de los años treinta, ponía un ejemplo de un refrán que según el bardo aplicaba a esos políticos que hablan mucho de la Patria y sólo persiguen un interés personal: “El perro ladra por su tajá”. Este ejemplo, de actualidad inusitada, bien podría estar entre los refranes trabajados en este libro, convertidos en ley.

Cronistas históricos que hablaron frente a frente con Juan Sánchez Ramírez, caudillo de la reconquista nos dan cuenta de sus refranes, dichos y dicharachos, en una especie de lengua caribe de la que nos habló después en sus narraciones Gabriel García Márquez.

López Morillo oficial español y cronista, que conoció al general Pedro Santana y lo escuchó conversando, nos da cuenta de lo mismo, acotando que era para él difícil entenderlo en buen español.

El poeta Ramón Emilio Jiménez, antes de los años treinta, ponía un ejemplo de un refrán que según el bardo aplicaba a esos políticos que hablan mucho de la Patria y sólo persiguen un interés personal: “El perro ladra por su tajá”. Este ejemplo, de actualidad inusitada, bien podría estar entre los refranes trabajados en este libro, convertidos en ley.

Cronistas históricos que hablaron frente a frente con Juan Sánchez Ramírez, caudillo de la reconquista nos dan cuenta de sus refranes, dichos y dicharachos, en una especie de lengua caribe de la que nos habló después en sus narraciones Gabriel García Márquez.

López Morillo oficial español y cronista, que conoció al general Pedro Santana y lo escuchó conversando, nos da cuenta de lo mismo, acotando que era para él difícil entenderlo en buen español.

Luperón, que era un hombre ilustrado, era proclive a las palabrotas y a los dichos criollos. Ulises Heureaux, alias Lilís gustaba en grado sumo de los refranes y los aplicaba. Trujillo, muy criollo, también usaba algunos dichos de muletilla. Juan Bosch conocía, por haberlos estudiado en profundidad, todas las formas de hablar del pueblo dominicano. El accionar político de Joaquín Balaguer se basó en refranes criollos que sobreponía sobre citas de los enciclopedistas y de los clásicos griegos y romanos. Antonio Guzmán los usaba de vez en cuando. Hipólito Mejía gobernó entre refranes y dichos populares. Miguel Vargas los usa aunque siempre en la intimidad.

Balaguer era el fondo del refrán, Bosch era la forma. Bosch los explicaba, Balaguer los aplicaba. Quizá pensando en ello y no en su famosa obra la mañosa, diría alguna vez ante uno de sus tantos trucos políticos, que el Doctor era un mañoso, percatado de que esta era la maña intrínseca de Juancito Trucupey.

La política y la guerra, se hacía también entre refranes, sobre todo, cuando se entendía y se ejercía la primera con las armas en la mano y era el campesino, el zapatero y el carpintero, etc. el militante de ambas actividades.

La política hasta la consumación de los siglos, una y otra vez, por siempre y para siempre, es la misma historia, el mismo asunto hasta que Colón baje el dedo3, hasta que el “maco eche pelos”.

Nuestra política es el cuento de nunca acabar, de viejo a joven, de abuelo a nieto, de padre a hijo, desde el principio hasta siempre. Este es en verdad un cuento que emborracha, que te sobrecoge, que se te mete en los huesos.4

Este es el sacramento de nuestra fe. Esta es “la musiquita que tenemos por dentro, “la vagamundería que nos retoza sin remedio”, la culebrilla que nos amarra hasta el final de los tiempos.

En 1999 cuando era general de brigada, y agregado militar naval y aéreo en Washington, realicé un viaje de investigación a España para escribir mí libro Los Motivos del Machete, y mientras estaba de penitencia por los estantes de las librerías de Madrid encontré un libro que me llamó la atención de inmediato: Las 48 leyes del poder, de Robert Greene.

El libro, entonces acabado de salir, era una de esas novedades destinadas a popularizarse, publicada por la editorial Espasa Calpe, S.A. en una primera edición en Castellano, en 1999. La edición original en inglés: The 48 Laws of Power, había salido a la luz pública en 1998 en una producción de Joost Elffers de la editora, Viking, Penguin Books.

Tras leer su contenido esa misma noche, compré diez ejemplares al otro día, para cumplir mi cuota de regalos a mi retorno entre mis amigos, algunos de ellos políticos destacados del país. Uno de los amigo entonces beneficiario de mi obsequio, al leer el libro lo fotocopió treinta o cuarenta veces y lo repartió a sus relacionados y es probable que así fuera como esta obra, ahora hartamente conocida y convertida en clásico político, llegara al país por primera vez.

Debo confesar que dicha obra en principio no me gustó tanto porque en servicio militar activo mi primer ejercicio fue relacionar estas leyes con los principios de la guerra y dicha práctica no me resultó del todo como esperaba. “Zapatero a sus zapatos”, tal como dice el refrán.

Para fines políticos me pareció una redundancia organizada de los principios derivados del Político, de Azorín, del Arte de la prudencia, de Gracián y del Príncipe, de Maquiavelo, con pinceladas del Fouché, el Genio Tenebroso, de Estefan Zweig.

Años después, otra lectura trasnochada de este texto me llevó por los caminos del ejercicio comparado, pero esta vez no con Sun Tzu o Jomini, sino con la sabiduría política que se desprende de los refranes y dichos de Juancito Trucupey. Y así nació este libro.

Lo de Juancito Trucupey es sólo un pretexto para poner en una boca legítima lo que han construido siglos de dominicanidad concentrada en estos dichos y refranes convertidos en leyes de poder.

Juancito Trucupey como legislador del pueblo, como sujeto de esta historia, en este ardiente rincón del medio día. Legislando en su silla de guano o meciéndose en su hamaca en la solemnidad irreverente del bohío y empendejeciendo en una mecedora. Frente al fogón solero, en la gallera, en el conuco, bajo las palmas y palmeras, fumando su “cachimbo enamorado”, mascando su andullo, con su apestoso pachuché, con su machete al cinto, ordeñando, caracoleando sobre su caballo berrendo, andando con su perro viralata por todos los caminos, con la noche entera de sombrero.

A Trucupey le encanta llenar de humo sus recuerdos, marear la nostalgia con las brumas que salen de su cachimbo de palo, tal como decía el Che Guevara: “Por los caminos del humo se puede remontar cualquier distancia”. Alrededor de las fogatas en las noches de guerra se espantan los mosquitos y se piensa en la hembra.

Trucupey, el hombre necesario, el indispensable, el libertador, el restaurador, el combatiente de la montonera, el andullero, el machetero, carne deseada de las manifestaciones políticas, el del desfile, el sujeto arriado de las elecciones, el que se mata por su partido, el del reperpero, el del lance a cuchillo, el del duelo, la porfía, el pendenciero, el hombre que se cura con plantas de la tierra, el del café colado, el de la tisana de jengibre.

Trucupey el que le reza a papá Dios, a la virgen y a los santos. El que dice la magnífica al revés para espantar al Diablo. El que toca en las fiestas de palos, el de la tambora, el que toca la güira y jala el acordeón. El “gallo padre”, “el toro”, el “macho de hombre”. El que se hace “más pendejo de la cuenta”, “el que conoce el cojo sentado y el tuerto cuando duerme”.

Mi entrañable amigo Rafael Chaljub Mejía, escritor, folclorista y político muy fino, me ha dicho que según sus investigaciones, el maestro Bilo Nivar le dijo que existió un Juancito Trucupey, que fue tamborero y zapatero remendón, mulato, bajito y medio gordito vecino de Villa Consuelo quizás por allá por los años cuarenta.

Sin embargo, sospecho que el nombre de Trucupey es muy anterior, una especie de personaje ficticio en la boca del cual se ponía todo lo que se quería decir y no se podía afirmar y había que atribuírselo a alguien. De hecho, cada pueblo ha tenido su Juancito Trucupey y en muchas ocasiones Trucupey se usa por allá para un tremebundo entre los vericuetos del bochinche, actividad indispensable en la lucha política, tal como decía el merengue en su honor: Juancito Trucupey me dijo/que tenía una fieta foimá, y el estribillo de que: Juancito Trucupey es un hombre popular, de que es un hombre singular, que su mujer lo buscaba y no lo podía hallar.

En las leyes de Juancito Trucupey, el criollo rescata al anónimo y lo redime, como primo hermano de Concho Primo y hermano de sangre del Compadre Pedro Juan. Trucupey lo asume, lo contiene, lo exime, lo distingue.

Juancito Trucupey es quien hace los refranes y los aplica como norma o ley de vida. Quien los usa como leyes de poder, para navegar en su yola pintada con los colores de la bandera nacional, sobre las procelosas aguas de la política vernácula.

Estas 58 leyes del poder de Juancito Trucupey son su legado a las nuevas generaciones de dominicanos para que aprovechen cientos de años de su experiencia en un lenguaje llano, que es su lenguaje, no para que le sirva de camino para volver de retorno a él, sino como referente práctico para seguir adelante.

Curioso que muchas de las leyes de Trucupey coincidan con las de Greene, hombre “faculto”, hombre del presente, que sabe de letras, que fue a la escuela, estudió en la universidad y leyó en más de una biblioteca.

Trucupey se hizo a “mano pelá”, tiene una intuición matrera que hay que montarla al pelo como se montan los caballos lobos, “fuma debajo del agua” y fildea de espaldas al público”. “Es hombre advertido”, como dicen por allá, un hombre “chivo” y espantado, pero a veces, pero sólo a veces, le gusta “hacerse el más pendejo de la cuenta”, “para que no lo maten chiquito y lo dejen llegar a buey”.

El problema es que cuando Trucupey se “entrota”, no hay quien lo tumbe del caballo, “ni le lamba la arepa”. “Tú va a vei”. “No busques lo que no se te ha perdío”. “El que me busca me encuentra”. Últimamente, y es más, esas dos últimas instancias de la rabia que anteceden al pleito.

“Últimamente”. Nos dice Ramón Emilio Jiménez que: “Esta sola palabra de una sombría gravedad exclamatoria es para el vulgo dominicano, la voz ejecutiva del lance personal”.

“Es una chispa sobre el polvorín del escándalo. Ni una palabra más. No hay tiempo que perder y los enemigos se baten, cuchillo en mano, a garrote limpio, cuando no a tiros hasta decidir la suerte que a cada uno ha de caberle”.

Vieja estampa esta de Jiménez, que no dista mucho de la violencia con que el dominicano sigue desgraciadamente resolviendo sus cosas. “A la rigola yo no vuelvo más, matan a los hombres, a palo y pedrá”. “Reperpero, reperpero, reperpero en la madrugá, las fiestas quedan mejores, sin balazo ni puñalá”, canta Tatico como aproximándose al tema.

Yo tengo un lío y no es de ropa. Dicho en tono declaratorio que ronda en la denuncia y que se hace extenso en el merengue de ese nombre: “Yo tengo un lío, yo tengo un lío por ai, que si lo llegan a sabei, hasta me van a matai”.

De lejos y de muy de atrás, viene el asunto de dichos y refranes, que se siguen usando todavía hoy, algunos tan pretéritos como del siglo XVI que alude a las devastaciones: “Se jodió Bayajá”, que hace referencia a una de las poblaciones que fueron destruidas y despobladas por orden del gobernador Antonio de Osorio. Y otro como si fuera de ahorita mismo y que viene del siglo XIX: “Más malo que Buceta”, para decir que alguien es muy malo, y que alude al general español de cuando la Restauración de la República.

Las 48 Leyes del Poder de Robert Greene que aquí citamos, desde el parangón acondicionado del título, hasta la relación de comparación y concordancia entre sus respectivas leyes, es sólo un referente para las nuevas generaciones, para presentar a los dominicanos las 58 Leyes del Poder de Juancito Trucupey, que recoge algunos de los refranes populares más socorridos del Pueblo Dominicano, pero fundamentalmente aquellos que tienen que ver con la política, Y no hay que aclarar aquí que en su definición más simple, la política se puede resumir como la lucha por el poder.

Para Juancito Trucupey la política no es una rama de las ciencias sociales ni nada por el estilo, es parte misma de su vida. Trucupey no sabe ni le importa lo que dice el diccionario de que la política es la ciencia que trata del gobierno de un estado o de una sociedad, Trucupey vive esa “jodienda” como si la llevara en la sangre.

Trucupey lleva estos refranes apretujados en su macuto como si fuera para el conuco, y los va sacando en el camino para conjurar todas las “vainas” que se le presentan a cada rato, como si le plantearan un enigma que resolver para seguir adelante.

Pero pongan atención señores a lo que voy a cantar5, Trucupey no pretende exaltar el pasado, ni la brutalidad, ni la ignorancia: Trucupey quiere que sus hijos y nietos vayan a la universidad y que vivan en paz. Él mismo ha dicho, sentencioso: “El que estudea no pelea”, y lo dice para que todo el mundo sepa que hasta él mismo se comprende.

Trucupey desea con estas leyes que sus parientes del presente lo superen, que lo dejen atrás en el recuerdo, que le agradezcan, si acaso, estas leyes para que con ellas libren la batalla del futuro con algunas armas viejas del pasado. Después de todo, Trucupey sabe que “plátano maduro no vuelve a verde y que el tiempo que se va no vuelve”.

José Miguel Soto Jiménez

1 Así le llamó el poeta Rubén Darío en un poema que le dedicó a este.

2 Miguel Ángel Jiménez.

3 Alusión a la estatua de Colón en la antigua Plaza Mayor de Santo Domingo.

4 Las simpatías partidarias parecen heredarse en nuestras familias del campo y la ciudad.

5 Primer verso del merengue Caña Brava.

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